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Sebastián Korczak

V Domingo de Cuaresma: Él escribió también sobre ti

En este Quinto Domingo de la Cuaresma se nos presenta la conmovedora escena del Evangelio donde Jesús desenmascara la hipocresía de aquella sociedad falsa y basada en lo externo y sobrevaluando la opinión pública. Jesús defiende a la mujer del acoso injusto de los varones y le ayuda a iniciar una vida nueva, más digna.

Con tanta naturalidad y a la vez conmoción le ofrece su perdón. Él la conoce y sabe por lo que tuvo que pasar, conoce la destrucción del pecado y por ello la invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige la conversión. Es un proceso natural de sentirse perdonado y a la vez con la exigencia de un cambio en la vida.

El grupo de escribas y fariseos ya condenaron a “una mujer sorprendida en adulterio”. Ellos no tienen dudas ni escrúpulos. No les preocupa el destino terrible de la mujer, ni mucho menos su difícil y desagradable pasado. Nadie la interroga de nada, no quieren conocer sus motivos que la empujaron llegar a este punto. No les interesa nada de la profunda crisis que pasó por el corazón de aquella mujer. Los acusadores lo dejan muy claro: “La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?”.

La situación es dramática: los fariseos están tensos y agresivos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente y que habla por sí mismo, un mensaje claro aunque oculto al inicio. Se comporta como un maestro y líder que sabe adónde quiere llevar a todos los protagonistas de la escena. Tiene en la mirada aquella mujer humillada, condenada por todos menos por Él. Pronto sería ejecutada, pero nosotros sabemos que esta no podría ser la última palabra de Dios pronunciada sobre esta hija suya. Él siempre busca el más allá en las personas. Le interesa siempre el destino final y no sólo un episodio, por el más difícil que fuera.

Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la ley. Jesús cambiará su perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse como personas auténticas, incluyendo sus errores. Todos necesitan su perdón, sin ninguna excepción.

Sólo una mente perversa, apartada de la realidad, aislada de su relación con Dios, puede pensar lo contrario. Por ello siempre hay que tener mucho cuidado y distancia con las autoridades, líderes que parecen ser intocables en sus vestiduras, puros, intachables y tan fáciles en juzgar a cualquiera. Tienen una doble vida, moralidad extorsionada, todo basado en la imagen exterior y correcto ante la sociedad. ¡Cuántos hay así a nuestro alrededor¡ Son muy peligrosos porque parece que no viven en su realidad, sino en un modelo abstracto.

No hay duda que todos hemos caído y caeremos. Somos humanos, pero lo importante es saber qué hacer al propósito y dónde dirigirse. La ignorancia no nos quita la responsabilidad. Como dice el refrán: “no hay nada peor que un ciego que no quiera ver”. Tal vez, valdría la pena leer la doctrina de la imposibilidad del error total, de la lógica transcendental de E. Kant.

Con razón J. L Navajo advierte que podemos ser “cadáveres de impecables  apariencias”, porque se nos olvida que “todos valemos mucho más que el peor error que hayamos cometido”. Nuestros errores, equivocaciones las queremos ocultar, bajar al nivel más profundo y oculto de nuestro corazón. Son como “aguas negras” que destruyen nuestros fundamentos. Podemos seguir repintando lo externo pero la cimentación está dañada y sólo es la cuestión del tiempo de su derrumbe. “La apariencia posee la plenitud de la realidad pero sólo en cuanto a la apariencia”, afirmó Simone Weil.

Jesús, sentado se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca la luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón.

Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. En el fondo del corazón de todos ellos y el tuyo resuena la voz dulce y a la vez tan exigente: ¿Quién eres tú para condenar a muerte a esa mujer, olvidando tus propios pecados? ¿Te olvidaste del perdón y de la misericordia de Dios? ?Cuántas veces hemos tirado la piedra y escondimos la mano? Sin duda, hay personas que alguna vez se sintieron ofendidas y lastimadas por tí? ¿Qué harás al respecto?

Los acusadores “se van retirando uno tras otro, empezando por los más viejos”. ¿Será porque ellos tenían más pecados? En nuestra vida seguimos cometiendo pecados y es nuestra  cruda y dolorosa realidad.

Los pecados, errores, satisfacen sólo por unos instantes y después siempre viene al remordimiento y la culpa. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte, castigo, las apariencias, no pueden ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: “Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo”. ¿Por qué no hemos aprendido nada del Jesús tan humilde y humano? Con tanta facilidad condenamos incluso, sin conocer bien los motivos ni lo que realmente sucedió, pero tan fácil sale de nuestro corazón juicio de condena y rechazo.

El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada.

Jesús le dice: “Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no peques más”. Jesús la anima y motiva. Sin embargo no le quita la responsabilidad, no quiere que sea un acto mágico o superficial. Las emociones no pueden estar por encima de un camino real de la conversión, de un cambio existencial. Ella seguirá decidiendo su propio destino como una mujer libre y sabiendo las consecuencias y el dolor del pecado. Ella ha entendido que a pesar del pecado es una hija amada por Dios.

La actitud de Jesús ante la mujer fue tan sorprendente, que después de 20 siglos seguimos en buena parte sin querer entenderla ni asumirla. ¿Qué se puede hacer si hay tanto interés en juzgar, condenar y, lo peor, disfrutándolo en el nombre de Dios? “El infierno está lleno de buenos propósitos, pero nunca cumplidos”, escribió San Bernardo.

Los acusadores se alejaron, tal vez, con buenos propósitos. Sólo de ellos dependerá su posible cambio en futuro. Imagínate que también escribe en el suelo sobre tus errores, te mira con cariño y cuenta tu historia de fracasos, equivocaciones etc. Él no lo hace para reprimirte o apartando de  su cariño y comunión con Él. Tal vez, lo que escribe Jesús en el suelo es sobre tu actitud intolerante.

Mi amigo, un misionero de Filipinas, no se cansaba de repetir que “nunca cambiarás a alguien con la violencia o condena, sino con el perdón y un pedacito de empatía”. Ya se acabaron, gracias a Dios, las hogueras que “purificaban con su fuego al pecador”. Aunque algunos lo puedan extrañar para poder sentirse con su poder intimidante.

Por otro lado, hemos de eliminar ya para siempre de la Iglesia visiones negativas de la mujer como “ocasión de pecado” o “tentadora del varón”. Hay que desenmascarar teologías, predicaciones y actitudes que favorecen la discriminación y descalificación de la mujer. Hemos de romper el inexplicable silencio que hay en no pocas comunidades cristianas, ante la violencia doméstica que hiere los cuerpos y la dignidad de tantas mujeres.

No podemos vivir de espaldas ante una realidad tan dolorosa y tan cercana. ¿Qué nos gritaría Jesús? Seguimos siendo muy machistas en la visión y mentalidad eclesiástica. Un simple ejemplo de hace unos (19 de marzo): el Papa Francisco nos dio a conocer su nueva Constitución “Praedicate Evangelium” sobre las reformas en la organización de la Curia Romana. ¡Cuánto escándalo en las élites de los “purpurados”, por la inclusión de las mujeres en el Gobierno y administración en la Cúpula eclesiástica!

Me sigue sorprendiendo lo fácil que es condenar a otros para asegurarse la propia tranquilidad. Jesús conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y sabe muy bien la necesaria actitud de comprensión y de perdón, incluso contra lo que prescribe la ley. Olvidemos por fin a la Iglesia que condena y se siente resentida cuando el pueblo reclama o demuestra el error y ceguera de sus ministros. Qué bello es cuando creyente descubre, además, en esa actitud de Jesús, el rostro verdadero de Dios y escucha un mensaje de perdón y reconciliación.

Esa es la mejor noticia que podíamos escuchar este Quinto Domingo de la Cuaresma. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos y las condenas fáciles de las gentes, inclusive en el nombre de la Iglesia: el ser humano siempre podrá esperar la misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se acaba la comprensión de hombres, sigue firme la comprensión infinita de Dios. No lo dudes.

Esta mujer humillada, condenada por todos, avergonzada de sí misma, sin apenas horizonte de futuro, se encuentra con Cristo y Él la cambia por completo. ¿Y tú cómo vas en este tiempo de la Cuaresma, tiempo de gracia y del perdón?

Antes de arrojar piedras contra nadie, tal vez, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado. Quizás descubramos entonces que lo que muchas personas necesitan no es la condena de la ley, sino que alguien las ayude y les ofrezca una posibilidad de rehabilitación. La conversión es para todos y no sólo para los “más pecadores”. Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que le ayudara a levantarse. Sigamos hacia la Pascua, ya falta poco…

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