Al más puro estilo de los caciques de antaño, la Tía Rata más pronto que tarde se convirtió en una gobernante de horca y cuchillo. Irascible, vengativa y rencorosa, no toleraba el menor discernimiento, y todo aquél que se atreviera a llevarle la contraria, acababa en la cárcel, o con los pies fuera de su reino.
Heredera fiel de las enseñanzas de su padre, el Cacique Negro, la Tía Rata convirtió a los órganos de impartición de justicia en sirvientes fieles a sus dictados y caprichos. El fiscal, supuesto defensor del pueblo, se convirtió en el verdugo oficial para inventar expedientes contra sus adversarios, contra los críticos de su régimen, y contra sus antecesores.
La presidenta del Tribunal que debía impartir justicia, fue otra de sus fámulas más leales. Todos los expedientes contra sus adversarios fueron atendidos con premura para ordenar de inmediato cárcel y duras sanciones a los infractores de los caprichos de la soberana.
Hubo una autoridad menor, de alguna aldea del cacicazgo de Champotón, que se atrevió a desafiar la autoridad de la gobernante, pero acabó con sus días en la cárcel, sin derecho a la defensa, y sin acceso a la revisión de su caso. Todos los sirvientes de la Tía Rata declararon culpable a la joven alcaldesa de un pequeño pueblo, y la dejaron encerrada en la peor de las mazmorras.
Prepotente y arbitraria, la Tía Rata se sintió entonces dueña de vida y haciendas, tal cual fue su padre en su época. De dientes para afuera se ostentaba como un dechado de honestidad, pero en lo oscurito se iba apoderando poco a poco de todo el tesoro del reino, y de los bienes particulares de sus súbditos que se le apetecieran. Nadie aparecía en el horizonte para ponerle un alto.
A pesar de que autoridades judiciales de más alto rango que sus sirvientes estatales, emitieron resolutivos para que la Tía Rata aplacara sus excesos, para que se rigiera bajo los cánones y reglamentos, a la señora de horca y cuchillo tales ordenamientos le valieron un soberano cacahuate, pues se sabía protegida por el Tatich Mayor del imperio.
Y así, el reino de la Culebra y la Garrapata se fue deteriorando cada día más. A la falta de empleos para los nativos, al incremento de la pobreza, al subdesarrollo económico, a la falta de obras públicas para el bienestar del pueblo, a la falta de transparencia en el ejercicio del tesoro real, a los pésimos servicios médicos y a la cada vez mayor inseguridad, había que sumarle la falta de justicia.
Lo único que iba creciendo en la comarca gobernada por la Tía Rata era la inconformidad popular, el hartazgo, el deseo de ponerle punto final a sus excesos. Sin saberlo, era la gobernante misma quien estaba construyendo con su pésimo proceder, su propia hecatombe…
(Continúa )
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