Rafael Cardona
Sus palabras no guardarán más el privilegio de la exclusiva atención y única guía, porque seguirá siendo el señor Presidente de la República, pero pronto, tanto como un parpadeo en el implacable calendario, habrá un candidato para sucederlo
Aromado por los patrióticos deleites de la nogada Trigarante; adornado con cientos de banderas en los edificios públicos y las calles de pueblos y ciudades, septiembre, con los primeros vientos helados y precursores de un otoño gris y triste, nos anuncia muchas cosas felices, pero una de completa desdicha, especialmente para el hombre hoy en la cima del poder, mirar la descendente ladera a sus pies y darse cuenta —en el quinto año del sexenio— cómo tantas cosas se quedaron por hacer, cuántas se hicieron mal o de plano regularcito y cuántas más serán ya imposibles ante su menguado y pronto eclipsado poder, porque dentro de cuatro días, cuando Morena (o él mismo) indique sobre quién recaerá la corona transformadora, ya no será la suya la única presencia nacional; sus palabras no guardarán más el privilegio de la exclusiva atención y única guía, porque seguirá siendo el señor Presidente de la República, pero pronto, tanto como un parpadeo en el implacable calendario, habrá un candidato para sucederlo; recibir —como él mismo ha dicho— el imaginario Bastón de Mando, y distraer con su campaña las labores benéficas e incansables de la Cuarta Intención de Transformar la historia en una etapa tan luminosa como la Independencia, la Reforma o la Revolución, pero ni modo de negarle el ungido o ungida el privilegio y encargo de continuar con este gran cambio de revolucionar las conciencias, porque si esta enorme mutación nacional se logra, será mérito de su iniciador, no de su consumador, como sucedió con Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide; no importa si no culmina el movimiento y se consume en el intento, seguirá habiendo un solo Padre de la Patria, aunque pronto haya una nueva patria y una segunda paternidad gozosa y dichosa, pero hasta entonces sólo queda mirar hacia abajo, porque después de la cima únicamente queda el descenso, y nadie se queda en la cumbre, excepto quienes mueren en el cargo, como el presidente Franklin D. Roosevelt, por ejemplo, pero esos son otros asuntos y otras historias, y por ahora veremos cómo el 6 de septiembre comienza el declive, el ocaso, el eclipse, por eso ayer en el mensaje —remedo de informe— fue tan entusiasta como siempre en sus propias y exageradas alabanzas; tan pleno y satisfecho de repetir y repetir las mismas exageraciones, mentiras y diagnósticos de alta benevolencia y espejo comprado de los cuatro años anteriores, porque ya el siguiente septiembre habrá un resumen final, un último capítulo y será pronunciado mientras el sucesor o la sucesora se frota las manos y se dispone a devorar el íntegro platillo del poder, puesto ante sus ojos en el interminable banquete de la historia.
Entonces, a La Chingada.
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