Jorge Zepeda Patterson
A tirones y jalones, mordiscos y dentelladas, en medio de polarizaciones y crispaciones, entre circo y maromas mañaneras, pero el caso es que Andrés Manuel López Obrador está en camino de cumplir la aspiración central de su proyecto: disminuir la pobreza y la desigualdad social. Los números al respecto son recientes y tendrán que ser confirmados por otras mediciones, pero todo indica que estamos en proceso de un fenómeno de redistribución social como no habíamos visto en varias décadas.
Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2022 (Enigh), que el Inegi realiza cada dos años, la brecha de ingresos entre los que ganan más y los que ganan menos disminuyó: en 2016 los más ricos ganaban 21 veces más que los pobres, en 2022 se redujo a 15 veces. Y es que mientras el ingreso promedio de todos los hogares en el país subió 11% en términos reales, el de los hogares más pobres creció 19.3% desde 2018. Estimaciones preliminares de Coneval, a partir de estos datos, revelan que en 2022 habríamos tenido cinco millones de pobres menos que en 2018 y que la tasa de pobreza extrema por ingresos será la más baja desde que tenemos registro.
Son números que se dicen rápido, pero las consecuencias sociales y políticas son enormes, porque afectan favorablemente a millones de personas con las que estamos, y seguimos, en deuda.
López Obrador tomó el poder con la consigna “primero los pobres”, pero entre la curva de aprendizaje del nuevo gobierno, una pandemia feroz y una polarización creciente, parecía que el objetivo resultaría inalcanzable. Más aún, tras la pandemia los críticos advirtieron que la pobreza había aumentado, atribuyéndola en gran medida a errores del régimen. En ese momento resultaba imposible saberlo a ciencia cierta, porque el empobrecimiento de los sectores populares era un fenómeno mundial.
Así que la cifras que hoy conocemos tendrían que ser recibidas con alivio y esperanza. México ha alcanzado niveles más que alarmantes de desigualdad social, inconformidad política y amagos de inestabilidad que inexorablemente empeorarían si no hacíamos algo al respecto. La noticia de que está en marcha un proceso de redistribución y una mejoría incipiente en la condición de los que menos tienen es buena para todos.
No sólo por los riesgos que podría conjurar, sino por el efecto que el aumento en el poder adquisitivo de las mayorías produce en el mercado interno. La economía comienza a recuperarse a ritmos más intensos de lo que se esperaba, en parte por el incremento en el consumo popular.
Lo más meritorio de este resultado es que se ha conseguido sin cargo a los demonios de siempre: el endeudamiento, la afectación de la riqueza de los de arriba o una reforma fiscal progresiva en contra de los pudientes. Es decir, no ha quitado a los de arriba para darlo a los de abajo. Es cierto que el Gobierno de la 4T eliminó transferencias destinadas a las clases medias, pero no afectó significativamente al aparato productivo o a la iniciativa privada, como sí lo hicieron otros esquemas más burdos de intentos de redistribución social como el venezolano o el nicaragüense.
No hay suficiente información para atribuir a un solo factor esta mejoría. Probablemente, se debe a la mezcla de aspectos externos favorables (el arranque del nearshoring y a remesas en magnitudes récord) y políticas internas; pero es indudable el impacto del enorme incremento en los salarios mínimos, el fin del outsourcing, los cambios en la legislación laboral y, sobre todo, la derrama de los programas sociales del gobierno de la 4T.
En ese sentido, López Obrador estaría consiguiendo lo que parecía un sueño guajiro. ¿Pudo haberse hecho de otra manera, sin tantos roces y golpes mediáticos? Seguramente, pero es lo que es. El modito podrá no gustar a muchos, la lista de insuficiencias de la 4T es larga, como también es interminable el debate sobre la belicosidad del presidente. Pero con razón o sin ella, AMLO está convencido de que requería un combate narrativo permanente para asegurar el apoyo popular en contra de la resistencia de las élites a su proyecto.
¿Hay errores? Sin duda. La 4T saldrá debiendo en materia de Educación, Salud Pública e Inseguridad, más allá de que cada uno de estos temas requiere un balance pormenorizado. En algunos de estos rubros se han puesto los primeros tramos y están lejos de mostrar resultados, en otros casos se trata de tramos equivocados que habrá que desandar o corregir, otros simplemente ni siquiera se intentaron.
Pero los proyectos deben ser evaluados respecto al alcance de sus propios objetivos y en este, que es el medular de la propuesta obradorista, el resultado comienza a ser positivo. Y si para 2024 la tendencia favorable se profundiza, habrá que reconocer la tozudez de este polémico hombre, capaz de conseguir algo que parecía tan necesario como improbable.
Inevitablemente, estos números tendrán una lectura política partisana. El gobierno difundiéndola a los cuatro vientos, la oposición disminuyéndola, cuestionándola o de plano ignorándola. Es hasta cierto punto natural. Pero las inclinaciones políticas no deben oscurecer el hecho de que, si estas tendencias se confirman, estaríamos contemplando un desplazamiento de las placas tectónicas de la sociedad mexicana, de cara a la estabilización y la justicia social.
No se trata de extender un cheque político en blanco a la 4T o al movimiento obradorista. Muchas cosas deberían hacerse mejor, los programas sociales podrían depurarse, las políticas públicas despolitizarse y profesionalizarse. La mejoría de los ingresos es la parte nodal, pero se requieren avances sustanciales en otros indicadores de bienestar. No obstante, habría que asumir que hay núcleo de acciones y una dirección de intenciones que tendríamos que aquilatar, conservar y depurar, bajo cualquier bandera política que intente un México más viable e inclusivo.
Recuerdo una larga conversación con uno de los intelectuales fundadores de las instituciones democráticas durante los gobiernos del PRI y el PAN. Se quejó sí de la corrupción, pero alabó el sentido modernizante y el respeto por parte de esos políticos a los nuevos organismos, a diferencia de la hostilidad que mostraba ahora la 4T.
Objeté que eran gobiernos que carecían de sensibilidad social, de allí el desplome en el nivel de vida de los sectores populares. Sí, respondió, tenían ese defecto. Nunca pude convencerlo de que ese defecto cuestionaba todo, porque a mi juicio no habría avance democrático real sin una mejoría de la situación en la que se encuentran las mayorías. Hoy esa mejoría ha comenzado a darse y solo espero que tengamos la capacidad como sociedad para sostenerla. (El País).
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