Ariel González
Los huracanes, como las guerras y otros desastres, ponen siempre al descubierto las principales debilidades y fortalezas de un Gobierno. Muchas veces las primeras son mayores que las segundas, al punto de que se convierten en señales claras de cambio o parteaguas incluso históricos.
Así, por ejemplo, el terremoto de 1985 reveló la emergencia de una sociedad civil que de inmediato rebasó al Gobierno de Miguel de la Madrid. Como se sabe, ese Presidente quedó prácticamente pasmado durante más de 24 horas y hasta cometió la irresponsable torpeza de rechazar la ayuda internacional aduciendo una presunta autosuficiencia de recursos.
Es cierto que los terremotos y los huracanes no son previsibles, pero cualquier gobierno serio entiende —si se sabe que estos eventos son muy probables— que es indispensable estar preparados permanentemente para enfrentarlos. En el caso de Otis ha sido evidente la impreparación del Gobierno desde el primer momento, cuando fue incapaz de alertar enfáticamente a los habitantes de Acapulco de la fuerza destructiva del huracán.
Puntualizo: no es que las autoridades no hayan dado aviso, sino que su mensaje —como puede verse en el del Presidente en la red social X— no fue claro y fuerte, como lo debe ser el de una alerta roja efectiva. De esta incapacidad para advertir horas antes a la población del peligro mortal que enfrentaba, se sigue la penosa actuación de un Gobierno que no contó ni cuenta con los recursos para prevenir y enfrentar esta clase de desastres porque simplemente no invirtió en ellos.
Otis ha puesto al descubierto la miseria política y profesional del Gobierno de López Obrador. Los funcionarios morenistas desaparecidos por el huracán (no muertos en acción, qué va, sino ausentes de sus puestos) suman decenas, empezando por la gobernadora Evelyn Salgado, la alcaldesa Abelina López Rodríguez y hasta la responsable federal de Protección Civil, Laura Velázquez (quien, se ha dicho una y otra vez, no tiene formación ni experiencia para este puesto).
La gobernadora hace acto de presencia en las mañaneras, porque no se atreve a recorrer los Municipios más afectados de su Estado; doña Abelina se prepara, en todo caso, para ser sacrificada como la principal responsable de lo ocurrido, mientras que Velázquez sigue en algún limbo burocrático.
La imagen del presidente López Obrador, varado en un jeep del Ejército en el fango, ha sido el reflejo más nítido de la desinformación, impreparación e incapacidad suya y de quienes lo rodean. ¿Era para la foto? Desde luego que no. Ningún mandatario en el mundo querría ponerse en ridículo de esa forma, pero aquí ha sido posible porque para ese momento ni él ni su gabinete de seguridad, que no conocen por lo visto los teléfonos satelitales, tenían una idea clara de la magnitud del desastre; sólo así se explica que haya pretendido llegar por carretera a la zona del desastre.
El Gobierno de Guerrero es uno de los que menos gastan en Protección Civil, de acuerdo con una nota aparecida el jueves en este mismo diario. Llegada la tragedia, el Gobierno Federal no dispone de recursos para hacerle frente de forma adecuada: por años, los recursos han ido a parar a los proyectos y obsesiones presidenciales y el resultado es que la ayuda anunciada es de apenas poco más de 60 mil millones de pesos, una cantidad totalmente insuficiente según todos los expertos.
Otis hizo lo suyo, como fuerza devastadora de la naturaleza; pero la mayor parte del desastre comenzó antes con la corrupción, complicidad, ineficacia, indolencia e irresponsabilidad del Gobierno de Morena en todos sus niveles.
@ArielGonzlez
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