Luis Rubio
La India avanza incontenible, pero de manera sumamente peculiar, sorteando hábilmente los obstáculos que le impone inexorablemente su extraordinaria diversidad lingüística, religiosa y étnica. Una sociedad extremadamente compleja y estratificada que enfrenta enormes barreras al progreso, ha encontrado formas innovadoras de romper feudos, dogmas y prácticas ancestrales. Hay mucho que los mexicanos podrían aprender de esta experiencia.
“La India vive todos los siglos a la vez”, afirma el exprimer ministro Manmohan Singh. Esa característica, con la que los mexicanos podemos identificarnos claramente, no ha impedido que la India emprenda uno de los procesos de transformación más impactantes del mundo.
El contraste obvio es China, países con niveles de población similares, pero con naturalezas político-sociales radicalmente opuestas. Mientras en China el Gobierno controla todos los procesos y ha demostrado capacidad de imponer su visión de desarrollo a la totalidad de su población, India es una nación democrática y, al mismo tiempo, notablemente diversa, dispersa y desorganizada. Por estas razones, el desafío para la India ha sido mucho mayor.
¿Cómo, en esas circunstancias, se puede implementar el cambio en aras de lograr el desarrollo? Ése ha sido el dilema de esa monumental nación a lo largo de las últimas tres décadas. ¿Cómo romper las barreras mentales, sociales y religiosas ancestrales? ¿Cómo atraer inversiones nuevas, productivas y prometedoras, en un entorno plagado de burocracia, corrupción e interminables procesos regulatorios de toma de decisiones? ¿Cómo, en una palabra, superar esos obstáculos, tenazmente arraigados, como condición indispensable para elevar los niveles de crecimiento de la economía y poder aspirar, a partir de ahí, al desarrollo?
La solución encontrada por los Gobiernos más recientes, y más con el impulso del actual, encabezado por Narendra Modi, ha sido dar saltos, dejar de lado etapas, es decir, no copiar las experiencias de otras naciones, sino luchar por dar saltos cuánticos.
Quizás no haya un ejemplo más ilustrativo, aunque obvio, que el vivido en el ámbito de las comunicaciones: en lugar de invertir en telefonía fija en un país donde el 80% de la población nunca ha tenido un teléfono fijo en su casa, se tomó la decisión de desarrollar de manera acelerada la telefonía celular. Menos de dos décadas después de lanzar esta iniciativa, el país pasó de tener 20 millones de líneas fijas a 1.150 millones de teléfonos móviles. El siguiente paso fue romper con el monopolio de los servicios financieros, creando un sistema de pagos sustentado en los teléfonos móviles.
Para apreciar la magnitud de los obstáculos que han enfrentado los reformadores basta un ejemplo: hasta hace cinco años, cada uno de los 28 Estados que integraban esa nación asiática cobraba un impuesto diferente sobre las ventas y el valor agregado (IVA) y exigió el pago en efectivo al cruzar cada frontera estatal.
Las consecuencias de este requisito fueron colas interminables de camiones haciendo fila para pagar a los burócratas pausados. Después de más de 10 años de negociaciones, finalmente se acordó un sistema de impuestos federales que respeta las diferentes tasas, pero que permite pagos electrónicos, eliminando las barreras aduaneras entre cada uno de los Estados.
Algo así se habría resuelto en un mes en China, pero en India se prolongó arduamente durante años y ahora ha transformado la logística de todas las empresas, que anteriormente tenían que ajustarse a una lógica burocrática para sus sistemas de distribución y almacenes. Algunos bienes, sobre todo los alimentos, bajaron repentinamente de precio.
La cuestión es que se han ido creando condiciones para resolver los problemas, a menudo sin cambiar lo que existe (como la burocracia o las regulaciones bancarias), lo que lo vuelve irrelevante. El resultado han sido dos décadas de altas tasas de crecimiento económico, el nacimiento de una enorme clase media y un optimismo generalizado y contagioso.
La gran diferencia entre India y México en cuanto a su proceso de transformación radica en que el Gobierno de la India es muy claro en cuanto a su necesidad de incorporarse rápidamente al Siglo XXI, y ha estado dispuesto a enfrentar (a veces dando vueltas) a poderosos negocios, intereses políticos y sindicales y, no menos importante, los dogmas tradicionalistas que durante siglos han perpetuado el opresivo sistema económico y social vigente.
En una conferencia a la que asistí recientemente en la India, las palabras más frecuentemente articuladas por oradores gubernamentales, sociales y empresariales fueron: clase media, Internet, desarrollo, educación, tecnología, productividad, mundo interconectado, salud. Ninguna de estas palabras se encuentra en las conferencias de prensa matutinas presidenciales diarias en México estos días.
Aunque a veces a regañadientes, México ha ido avanzando por un rumbo similar, pero ahora se ha oficializado el dogma de que la pobreza del pasado siempre fue mejor. Un total de 1.300 millones de ciudadanos de la India demuestran que ese no es el camino hacia el éxito.
En India me encontré con el siguiente diálogo: Charlie Brown: “Hay mucha gente inteligente en el mundo”. Snoopy “Sí, pero la mayoría es asintomática”. En la India, quienes avanzan son quienes ven el futuro.
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@lrubiof
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