Cuando el domingo 18 de agosto de 2019 Rafael Alejandro “Alito” Moreno Cárdenas rindió protesta como nuevo dirigente nacional del PRI, repitió lo que había estado prometiendo a lo largo de su campaña interna: “Si algo tengo muy claro, y así lo constaté en cada encuentro y lo veo todos los días cuando platico con un priísta, es que los militantes ya no quieren acuerdos cupulares que dejen a un lado y afuera a nuestra militancia priísta”.
En el Auditorio Plutarco Elías Calles de la sede nacional del Tricolor, y en lo que prometía ser una ‘nueva era’ para el priísmo nacional, Alito rubricaba: “En los últimos años se alejó a la militancia, las decisiones las tomó una nomenclatura sin raíces ni compromiso con el partido, y las candidaturas se las repartieron quienes lo tuvieron secuestrado”.
“Lo que yo planteo —agregó— es liberar al partido y regresarlo a sus orígenes, para restablecer los vínculos con nuestra militancia; recuperar el orgullo de ser priístas”.
Y de entre sus cuatro principales compromisos, sobresalía el cuarto: “Cómo hacer para que cuando se postule a alguien a un cargo de dirigencia o de elección popular, sea con el genuino respaldo de la mayor parte de nuestra militancia…”.
Nada de eso cumplió Alito. Hizo exactamente todo lo contrario de lo que prometió. No sólo secuestró la dirigencia nacional, el Consejo Político Nacional y monopolizó las designaciones de candidatos a cargos de elección popular, tanto de mayoría como de representación proporcional, sino que blindó a su club de amigos para que puedan evadir posibles procesos judiciales.
Pocos esperaban, ciertamente, que cumpliera sus compromisos. Ya se sabía de su afecto por el nepotismo y por proteger a sus amigos. Pero tampoco pensaron que fuera tan sinvergüenza, cínico y gandalla… hasta que se publicó la lista de candidatos plurinominales al Senado y a la Cámara de Diputados.
Ahí se confirmó que sólo vela por sus intereses y los de sus cercanos, pues él mismo se puso en la primera lista de candidatos plurinominales, junto con su incondicional escudero, aguador y guachoma, el champotonero Pablo Angulo Briceño, a quien colocó en la tercera posición, por lo que ya tiene su escaño asegurado. Ha sido dos veces representante popular sin someterse a la decisión de la población.
Para diputados federales plurinominales de la Tercera Circunscripción, el sobrino de Alito, Christian Michel Castro Bello, aparece en la segunda posición; en la tercera Ariadna Rejón, recién impuesta como presidenta estatal del PRI, y en el cuarto sitio está el alcalde chenero Emilio Lara Calderón. En la Quinta Circunscripción, en el tercer puesto, el tesorero Hugo Eduardo Gutiérrez Arroyo. Todos ellos incondicionales de Alito. ¿Lo consultaron con la base? ¿Se lo preguntaron a la militancia? Para nada.
La noticia cayó como balde de agua helada a los priístas campechanos. No se diga de los del resto del país, y de antemano anticipa un masivo voto de castigo para ese partido, que terminará afectando las aspiraciones presidenciales de Xóchitl Gálvez. ¿Fue plan con maña? ¿Actuó Alito con premeditación, alevosía, ventaja y traición? Quienes lo conocen realmente no lo dudan.
Esa decisión que contraría lo que expresó en agosto de 2019 Alejandro Moreno, podría ser el último clavo para el féretro priísta. Pasará a la historia como el dirigente nacional del PRI más perdedor. Cuando asumió el cargo su partido aún gobernaba 12 Estados. Ahora sólo le queda uno, y sólo gobierna 465 de mil 921 Municipios. De la debacle en Campeche ni hablemos.
Además, el PRI perdió más de medio millón de afiliados en los últimos tres años. En 2020, contaba con dos millones 65 mil militantes y para 2023 perdió 653 mil 272 adeptos. Es decir, se quedó con 1.4 millones. Eso lo convierte en el partido con mayor pérdida de militancia.
Claro que eso a Alito no le interesa, pues su prioridad es protegerse, blindarse, adquirir fuero ante la eventualidad de que avancen los procesos penales que hay en su contra. Por eso busca asegurar su escaño, y resguardar a sus incondicionales, que, en los casos de Angulo y Castro Bello, van a salir como tapón de sidra cuando llegue una nueva dirigencia al Tricolor a rescatar los restos, las ruinas de lo que dejará quien prometió acabar con las decisiones cupulares, pero terminó siendo el más arbitrario y gandalla de los que han dirigido al PRI hasta ahora.
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