Catón
Si doña Josefa Ortiz de Domínguez viviera estaría celebrando los 250 años de su edad, y de seguro se lamentaría al ver que México no ha alcanzado aún su plena independencia. “El que te mantiene te detiene”, reza un proverbio, y nosotros dependemos de los vecinos del norte hasta para comer. No quiero ni pensar qué pasaría si alguna vez el Tío Sam nos levantara la canasta. “¿Pretenden acaso ustedes que yo fenezca de hambre?”, decía a los alumnos que no pagaban sus clases don José Ángel Cárdenas, profesor de canto en mi ciudad, discípulo que fue del maestro Pierson junto con Jorge Negrete, Pedro Vargas, José Mojica y Alfonso Ortiz Tirado, lo mismo que con Lucha Reyes, inmortal cantadora de las ferias, y Fanny Anitúa, la gran contralto duranguense. Nosotros también feneceríamos de inanición si nos indispusiéramos con aquel vecino poderoso. Pero volvamos a la Corregidora de Querétaro. Su efigie aparecía en las monedas de cinco centavos, llamadas por eso “pepas”. (La Constitución liberal de España de 1812 fue llamada igual, “la Pepa”, porque se promulgó en un 19 de marzo, día de San José). Una de las primeras picardías que aprendí en mi infancia fue aquella en que un cabroncete mayor que tú te decía mostrándote una pepa: “¿Quieres verle los calzones a doña Josefa?”. Tú le dabas vueltas y vueltas a la moneda buscando la forma de aquella íntima prenda, y no la hallabas. Entonces te decía el bellaco: “¿A poco crees que por cinco centavos te los iba a enseñar?”. La Corregidora se hizo sospechosa de conspirar en pro de la insurgencia, tanto que fue objeto de persecución por parte del cura José Mariano Beristáin y Souza, encendido partidario de la monarquía. Este señor era más feo que Picio, pero —dice mi paisano Valle Arizpe— alguna cajita de música escondida debe haber tenido, pues fue uno de los amantes de doña Ignacia Rodríguez de Velasco, la famosísima —y bellísima— Güera Rodríguez. Un día estaba follando con ella en plena sacristía de la Profesa. Lo hacían en la postura que los ingleses llaman standing on, o sea de pie, recargados en la pared, levantada ella las faldas, la sotana él. En eso entró sin aviso una beata, y al ver aquello lo único que acertó a hacer en su santa indignación fue lanzarles una chancla que dio en la espalda al lúbrico canónigo. No mucho tiempo después Beristáin estaba predicando un fúrico sermón contra la Constitución española, a la cual había alabado grandemente en un principio, pero cambió de opinión cuando la derogó el canallesco rey Fernando VII. En medio de la predicación le dio una embolia o accidente cerebral y cayó rodando por la escalera desde lo alto del púlpito hasta el suelo. Como dicen con dramático laconismo en los relatos de terror: estaba muerto. Ignoro cuál haya sido su destino ultraterreno, pero sé de muchos que habrían querido estar en su lugar, si no en el púlpito sí en la sacristía de la Profesa. Digo todo esto para recordar a aquella heroína de la Independencia, doña Josefa Ortiz de Domínguez, tan olvidada ahora que se celebra el Año de Pancho Villa, uno de los próceres de la 4T. Se llamaba Leibnicio, y era la encarnación misma del optimismo. Aun en medio de las mayores catástrofes solía decir: «La cosa pudo haber estado peor». Una noche se hallaba en el lecho del placer con cierta dama cuando se desprendió el candil del techo y le cayó en las nalgas, que le quedaron como de mandril, rojas, hechas cisco y laceradas. Como de costumbre comentó: «La cosa pudo haber estado peor». Alguien le preguntó: «¿Por qué lo dices?». Explicó: «Si el candil se hubiera desprendido un minuto antes me habría caído en la cabeza». (No le entendí). FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Me gustan las tunas que se llaman «blancas». Son las que más saben al nopal.
Prefiero, sin embargo, las tunas amarillas. Son las que más saben al paraíso.
Las tunas son como muchachas esquivas: espinosas por fuera, dulcísimas por dentro. Sobre la mesa de la cocina del Potrero han puesto un platón lleno de tunas. Las hay blancas, rojas y amarillas. En cada una el sol se ha vuelto miel.
Los nopales de aquí abundan un año en tunas y otro año en pencas nuevas. Y dice un viejo dicho potrereño: «Año de nopales, año de males. Año de tunas, año de fortunas». No dice si de fortunas buenas o adversas, que de las dos especies hay. Con la misma serenidad deberíamos recibir ambas, pues de ellas está hecha la vida, que tiene dicha y penas por igual.
Hago un lado todo pensamiento y me llevo a la boca una tuna. Amarilla, desde luego. La muerdo y es como si por mis labios escurrieran todas las dulzuras de este mundo y los otros.
¡Hasta mañana!…
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