Javier Lozano
Votar es un derecho pero, también, una obligación. Así lo disponen los artículos 35 y 36 de nuestra Constitución. Esto corresponde a los ciudadanos de la República, es decir, a los varones y mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, hayan cumplido 18 años y tengan un modo honesto de vivir.
El problema aquí estriba en que, a pesar de que sufragar en las elecciones populares es una obligación expresa, esta carece de sanción. Es decir, estamos frente a una norma imperfecta. Me explico: si bien el artículo 38 de la misma Constitución establece que “los derechos o prerrogativas de los ciudadanos se suspenden por falta de cumplimiento, sin causa justificada, de cualquiera de las obligaciones que impone el artículo 36” (votar, entre ellas), dicho precepto, en su último párrafo, prevé que “la ley fijará los casos en que se pierden, y los demás en que se suspenden los derechos de ciudadano, y la manera de hacer la rehabilitación”.
Pero ¿qué creen? No existe tal ley secundaria y, por ende, es imposible aplicar dicha sanción. En mi opinión, así como pagar impuestos y demás contribuciones no es un ejercicio opcional de los mexicanos, el votar en las elecciones no debería ser una prerrogativa discrecional sino una obligación imperativa, so pena de una sanción ejemplar. Y toda esta explicación y reflexión viene a cuento tras el resultado del proceso electoral del pasado domingo 4 de junio en el Estado de México. No acudió a las urnas ni la mitad de los electores de la lista nominal.
Diversos factores pudieron haber influido en ese altísimo nivel de abstencionismo, entre otros, las encuestas amañadas que hablaban de un triunfo arrollador de la impresentable candidata de Morena y sus aliados. Acaso sugería: “No tiene caso ir a votar. Ya todo está definido”.
Me parece una grave irresponsabilidad dejar el destino de una entidad tan importante para el país y, de paso, permitir el crecimiento de esa secta de fanáticos destructores de nuestras instituciones, democracia, libertades, economía y seguridad pública, como lo es Morena, en manos de otros.
Esos negligentes que prefirieron voltear hacia otro lado en lugar de cumplir con un deber cívico tan trascendente en los tiempos que corren, no deberían quejarse más de nuestra lamentable situación. Hay que ser congruente entre lo que se piensa, se dice y se hace. Qué fácil es mentar madres y aplaudir a quienes nos jugamos la piel —como bien desarrolla Nassim Nicholas Taleb— procurando ser una resistencia a este régimen incompetente e indolente, para que, llegada la hora de participar, prefieran dormitar.
En la normalidad democrática se gana y se pierde. Pero cuando la derrota se facilita, la apatía resulta imperdonable.
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