Mariano Espinosa Rafful
“Cuando miras largo tiempo un abismo, también éste mira dentro de ti”.
Friedrich Wilhelm Nietzsche.
Tenemos la oportunidad de confrontar en el día a día la historia, lo que no nos gusta, disgusta, incomoda, aquello que nos permite sabernos inmersos en una dinámica distinta, en la pluralidad de las formas, pero además de las atenciones a lo sustantivo; no quedarnos estáticos es una de las premisas fundamentales para avanzar.
Esa que construimos todos en menor o mayor medida, haciendo cada quien su parte, sin mediocridad, sin austeridad, sin negaciones; en lo prudente de resolver sin consultar, en las personalidades que se filtran como la humedad, el tiempo y la circunstancia nos mueven de prisa.
Desde pequeños vivimos en libertad, es un gran privilegio disfrutar lo que hacemos, porque en la mayoría de las situaciones nos vemos atrapados en un gran enjambre de trivialidades, confrontaciones estériles, pasos al costado, llamadas a misa sin acudir a ellas, y lo peor del escenario, la mentira como argumento hacia una falsa verdad.
El desgaste ha sido importante en los recientes dos meses y medio, nadie te lo va a agradecer, me señala una y otra vez un compañero de algunas batallas perdidas, quien sortea en la austeridad la vida diaria, donde habita; no deambula como pareciera, en espacios muy reducidos de desatenciones.
No hay prisa en el desencanto, en la desesperanza, acotamientos en un camino complejo en los últimos cinco años, porque medimos desde las oportunidades, y México nos queda a deber a todos desde siempre.
La riqueza es inmensa, inconmensurable, una palabra dominguera que utilizo por vez primera, llegó de pronto a mis pensamientos, en estas mañanas, casi madrugadas de escrituras imperfectas, donde pretendemos una comunicación plural, asertiva, que se inscriba en el curso de alguna otra historia.
La receta no está surtida del todo, los muertos no descansan en sus tumbas como debiera ser, los pendientes son todos a la vez, y además se continúan acumulando, desde la política cada día existe menos transparencia para retratar la realidad del país adolorido que habitamos.
Conferencias mañaneras que cada día se escuchan menos, retórica que envuelve a los actores de un reparto cada vez más corto, donde la educación se posa en horizontes importantes, que no debieran ser alternos, sin discusiones de más a menos; en lo desafortunado del no reconocimiento a lo que podrían cambiar.
Horas de pérdidas de tiempo en el ir y venir de un lado a otro, con transporte público de pasajeros que nos queda a deber, en la inventiva de un tren que quizá traiga desarrollo, a largo plazo, pero en la simbología del mexicano clase mediero, que existimos y subsistimos con salarios raquíticos, no está como opción subirnos algún día.
No podemos aceptar que no nos vean, no nos escuchen, los problemas se han vuelto parte de los acompañamientos, en la violencia que permea más y más, sin planes no programas con alcances de objetivos prioritarios.
La queja no debiera ser bandera ni argumento, pero la grosería jamás nos debemos permitir sea tampoco una manera de comunicación. Se trata de avanzar, en la civilidad ciudadana, política, en una sociedad diversa, pero respetuosa de sus formas.
Desde Luis Echeverría Álvarez, al final de su gobierno populista y mediocre, no teníamos tanta incertidumbre en el penúltimo año, y eso que describo con los años que me acompañaban en esos ayeres, hoy con convicción y razón de pensamiento. Me aterra el futuro de mis hijos cuando ya no esté cercano a ellos. Primera de tres partes. El México que dejamos ir; segunda parte.
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