Luis Rubio
“Se pueden observar muchas cosas con sólo mirar”, dijo Yogi Berra, el gran ícono del béisbol. Hay pocas cosas tan aleccionadoras como la forma en que están tomando forma las campañas para la Presidencia.
Los tiempos de sucesión presidencial son momentos excepcionales porque presentan dos procesos contrastantes: por un lado, todos los acuerdos políticos se vuelven más tensos, mostrando líneas de división y vulnerabilidades institucionales. Por otro lado, hay intervalos durante los cuales se renueva la esperanza, especialmente entre quienes aspiran a ser parte de un nuevo Gobierno, así como entre quienes están enojados y marginados por el Gobierno saliente.
La tensión y la esperanza son dos elementos potencialmente transformadores, pero sólo en la medida en que quien gane posea la visión y la sensatez necesarias para trascender la inexorable mezquindad que implica la contienda y convertirse en una figura de Estado.
Pocos logran esto, pero la oportunidad es inmensa, al menos potencialmente, para México durante esta transición de un Gobierno fuerte pero dedicado a la polarización, a otro mucho más débil pero cuyas circunstancias podrían obligarlo a construir un nuevo andamiaje institucional. Todavía es pronto para sacar conclusiones, pero nunca es tarde para especular sobre lo que podría ser.
En un momento de la película de los Monty Python La vida de Brian, los revolucionarios opuestos a los romanos se reúnen para idear un plan para derrotarlos; allí, un desesperado John Cleese pregunta retóricamente: “¿Qué han hecho los romanos por nosotros?”. De repente surge un gran reguero de respuestas ofrecidas por la multitud.
Consternado, Cleese vuelve a plantear su pregunta: “Está bien, pero aparte del saneamiento, la medicina, la educación, el vino, el orden público, el riego, las carreteras, el sistema de agua dulce y la salud pública, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”.
Los romanos, como algunas otras civilizaciones a lo largo de la historia, cambiaron el mundo y abrieron las puertas a una nueva era de desarrollo humano. No espero algo similar del próximo Gobierno mexicano, pero existe una oportunidad única de cambiar el rumbo del país hacia el desarrollo, quizás la primera vez en tres o cuatro décadas.
En términos sencillos, una manera de proponer la oportunidad es preguntando: ¿cómo podemos pasar del régimen de los “otros datos” y del “al diablo con tus instituciones” a un régimen caracterizado por una obsesión con el crecimiento económico y la construcción de una nueva economía? ¿Marco institucional con visión de futuro? Ambicioso, sin duda, pero las circunstancias en las que se inaugurará el próximo Gobierno podrían crear una oportunidad excepcional para ello.
Después de un Gobierno fuerte y polarizador llegará una mujer presidenta —cualquiera de las dos— en condiciones relativamente precarias. Si se materializaran las tendencias que podemos observar hoy, el país en octubre de 2024 (el momento de la toma de posesión del nuevo Gobierno) será bastante diferente al de la narrativa presidencial de los últimos cinco años.
En lugar de abundantes fondos para subsidiar a Pemex y nutrir a las clientelas del partido Morena, la presidenta se encontrará con un presupuesto agotado, un país en confrontación y un Congreso muy diverso. Es decir, el mundo de AMLO habrá desaparecido y con él la capacidad de imposición.
El dilema para la presidenta será muy simple: limitarse a tapar baches —sólo parchear— o negociar un nuevo esquema de relación política con el Legislativo. Lo primero, la propensión natural de todos los gobiernos mexicanos, siempre es factible, pero el costo de seguir relegando y marginando a la mayor parte de la población sería incremental.
Por otra parte, la oportunidad de afrontar concertadamente los problemas básicos de seguridad, federalismo y gobernanza, todos ellos cruciales para todo el país, será única, de modo que todo el mundo empiece a centrarse en actividades de alta productividad, crecimiento, certeza y, en una palabra, futuro.
El actual Gobierno ha apostado por la preservación de la pobreza como medio para asegurar votos en el presente y en el futuro. Un nuevo Gobierno, menos fatuo y vanidoso, debería centrarse en la creación de condiciones para que el país entre en una era de crecimiento económico acelerado, quizás anclado en las circunstancias excepcionales producidas por el llamado nearshoring.
Como lo ilustra la experiencia de naciones como Corea, China, Estonia y Polonia, el crecimiento acelerado de la economía conlleva la extraordinaria virtud de convertirse en el gran igualador, así como en la fuente de convergencia.
Cuando una nación comienza a experimentar altas tasas de crecimiento, esas que implican costos políticos, los grandes obstáculos pierden relevancia a medida que la población comienza a ver los beneficios y, sobre todo, a percibir la urgencia de sumarse al proceso, exigiendo soluciones a los problemas de infraestructura, salud, educación, etc.
Es decir, el crecimiento acelerado facilita romper con los impedimentos al crecimiento económico, al mismo tiempo que crea condiciones, incluido el financiamiento, para hacerlo posible.
La cuestión es que urge romper el círculo vicioso que vive ahora el país y eso sólo será posible en la medida que el nuevo Gobierno cree las condiciones para lograrlo.
Las circunstancias bajo las cuales el nuevo Gobierno llegará al poder harán que esto sea factible. La pregunta es si aprovechará la oportunidad o perseverará en la inutilidad del trabajo de parches.
www.mexicoevalua.org
@lrubiof
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