Juan Pablo Becerra-Acosta
Muchos dirán que la competencia interna de Morena estaba cerradísima y que el rompimiento en la 4T se veía venir en los últimos días, pero la verdad es que eso es falso. La victoria de Claudia Sheinbaum fue contundente: 39.4% contra 25.8% de Marcelo Ebrard, dos dígitos de ventaja. Cada semana, durante todo el proceso, las encuestas anunciaron que el resultado sería más o menos así y hasta ahora no hay datos que permitan documentar una confabulación fraudulenta.
Y no hay indicios de trampas porque no hacía falta echar a andar un operativo de alquimia electoral: todo estuvo diseñado desde el inicio de la contienda a fin de que, independientemente de sus méritos para asumir el relevo de Andrés Manuel López Obrador, ella no perdiera.
En realidad, el rompimiento debió haber ocurrido desde el principio —al arranque de la elección interna— pero inexplicablemente Ebrard consintió que le pusieran una celada. Le voy explicando, pero téngame paciencia, porque sólo a ratos puedo escribir con cierta claridad: aquí, en los pasillos hospitalarios donde yazgo estos días, los enfermos que hemos estado más o menos graves cargamos espectros —fantasmas y olvidados— con los que tenemos que lidiar de día y de noche.
Mire, Adán Augusto López fue a competir a sabiendas de que no tenía la menor posibilidad de ganar; vaya, ni siquiera de acercarse al segundo lugar. Así lo marcaban las mediciones y al final tuvo 11.2% de votos que le alcanzaron para un remoto tercer lugar. Eso sí, nunca dudó en arremeter sutilmente contra Ebrard, si así lo consideró necesario.
Con Gerardo Fernández Noroña ocurrió lo mismo: obtuvo el 10.6% de los votos —cuarto puesto— y cuando fue necesario golpear a Ebrard, procedió sin miramientos. Este miércoles, luego de las protestas del excanciller y su exigencia extemporánea para que se repusiera el proceso, Fernández Noroña, usando un lenguaje priísta de los años ‘70 y ‘80, mandó a decir que en la 4T… “quien rompe se lo chupa la bruja”. Quien rompe, se lo chupa la bruja.
Vaya lenguaje incluyente y talante democrático. Te mueves, no sales en la foto, osas cuestionar… y te vas al caldero oscurantista de la inquisición. Si todavía operaran hoy, los próceres de los calabozos de Bucareli y los héroes de la extinta Dirección Federal de Seguridad del siglo pasado lo citarían en sus manuales político-policiales de doctrina represiva.
El exgobernador verde de Chiapas, Manuel Velasco, ocupó el quinto sitio con 7.1% y Ricardo Montreal quedó hasta el sexto con 5.9%. Esos son los números y esos fueron los intérpretes. Ahora bien, ¿cuál fue la estrategia diseñada en Palacio Nacional para blindar a Claudia? Mujeres y hombres de Morena me narraron desde el principio que la misión de los caballeros contendientes citados más arriba era la de atomizar el voto para impedir que Ebrard se acercara demasiado a Sheinbaum. Revisemos algunos datos:
1.— Partamos de la idea de que los 34.8 puntos porcentuales que consiguieron en conjunto esos señores eran votos que la gente NO le quería y no le quiso dar a Claudia y que había que evitar que llegaran a Ebrard.
2.— Eran muchos más sufragios que la diferencia final existente entre Claudia y Marcelo (13.6 puntos porcentuales). Con la mitad de todos esos votos (con 17.4 puntos) Ebrard pudo haber cerrado o ganado la elección.
3.— Los votos de esos señores perdedores debieron haberse jugado en una segunda vuelta entre Sheinbaum y Ebrard, como sucede en tantas democracias.
Y aquí es donde surge la gran incógnita sobre la lucidez política de Marcelo: ¿por qué desde el principio no exigió en Presidencia una segunda vuelta que repartiera los votos de López, Fernández Noroña, Velasco y Monreal? ¿Qué razón democrática le hubiera podido esgrimir el Presidente para negarle esa contienda entre él y Claudia?
Exacto, ninguna. Cuando Marcelo Ebrard aceptó competir bajo ese esquema de comparsas, inició su ocaso político. Sigo sin entenderlo. Pareciera el acto final de un gran gesticulador, pero bueno, en cualquier caso ahí ensilló su destierro de la 4T.
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