Jorge Zepeda Patterson
México pasará por una segunda temporada de gobiernos de la cuarta transformación casi con absoluta seguridad. A menos de cinco meses de los comicios, la posibilidad de que la candidata opositora remonte su rezago (entre 20 y 25 puntos) es poco menos que imposible, a juzgar por la correlación de fuerzas que hoy prevalece. Claudia Sheinbaum será presidenta del país a partir de octubre próximo. Si esa es una razonable certeza, lo que sigue es pura incertidumbre.
La pregunta de fondo es en qué medida podrá mantener, profundizar o modificar la propuesta del gobierno del cambio impulsado por López Obrador. Esta pregunta es pertinente porque la toma electoral del poder y luego el ejercicio del mismo estuvo centrado en la voluntad, el carisma, la idiosincrasia y la popularidad de López Obrador.
El inicio del cambio nació en 1988 como una reacción de priístas (Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y el mismo AMLO) en contra de la deriva tecnocrática liderada por Salinas de Gortari; no era estrictamente de izquierda, pero a ella se sumaron las corrientes progresistas.
La disidencia priísta y la izquierda formaron juntos el PRD, pero en los siguientes años el liderazgo de López Obrador terminó dominando a las distintas fracciones, al grado de que “obradorismo” resulta la manera más rápida para definir a este movimiento. ¿Y qué es el obradorismo? Lo que conciba, diga y haga López Obrador.
¿Además de eso qué otra cosa tendrían en común los cuadros que hoy militan en el obradorismo? La convicción de que la sociedad mexicana está en deuda con los más necesitados y, por ende, es prioritario corregir las desigualdades y la injusticia social. El cómo y con qué intensidad hasta ahora ha sido definido personalmente por López Obrador. La gran interrogante es cómo va a ser interpretado a partir del momento en que él desaparezca del escenario, dentro de diez meses.
Mucho de la respuesta residirá en Claudia Sheinbaum, que tiene una procedencia muy distinta a la del fundador. Clase media urbana, moderna, progresista, científica y más cosmopolita. Leal a López Obrador pero con una cosmovisión diferente. No se formó propiamente en la oposición sino en la academia científica y en la Administración Pública, fue miembro del PRD, nunca del radicalismo de izquierdas ni de las tribus.
El problema para Sheinbaum no sólo es de redefinición conceptual de un obradorismo sin López Obrador; quizá eso sea lo más fácil: modernizar y hacer más viables las propuestas de cambio y en favor de las mayorías. La dificultad no reside en “qué va a hacer”, porque eso se responderá con los diagnósticos que sus equipos están realizando. No, el desafío residirá en los “cómos”.
Y esto es así porque López Obrador no sólo es el ideólogo del cambio, es también el factótum que lo hacía funcionar: operador, árbitro, divulgador, controlador de fracciones, vínculo con el resto de los poderes reales, líder de masas, formador dominante de la opinión pública. ¿Cómo sustituir todo eso?
Los reacomodos tras la salida de López Obrador serán mayúsculos porque el movimiento es una constelación de cuadros de toda índole, sin más ideología que el acuerdo de favorecer a los pobres, pero siempre subordinado a la tarea que impone la conquista y consolidación del poder. Muy distinto el obradorismo de un priísta recién llegado, al de Pablo Gómez, exdirigente comunista o Román Meyer, miembro del gabinete, formado en la academia. La principal argamasa de todo este tinglado es la lealtad al fundador y a sus ideas, pero ahora este desaparecerá por voluntad propia.
No se necesita una bola de cristal para saber que los grupos de fuerza, dentro y fuera del obradorismo, buscarán ampliar su poder una vez que desaparezca el estilo personalizado de un líder tan fuerte. Gobernadores que cuentan los días, generales que querrán consolidar sus espacios, empresarios que intentarán imponer condiciones y restablecer privilegios, radicales de izquierda que se declararán verdaderos herederos del movimiento y vigilantes de la pureza, poderes fácticos que desafiarán de una u otra manera a la nueva mandataria. Todos probarán su consistencia y empujarán donde sientan blandito.
Sheinbaum tendrá que desarrollar una enorme habilidad para neutralizar a unos, ceder en ocasiones y en otras dar el manotazo. Encontrar un balance necesario para proyectar una imagen de firmeza sin que se interprete como dureza o rigidez. Todo eso supone poner en juego habilidades personales políticas que en este momento está desarrollando. Me parece que, sin que ello sea sencillo, la doctora tiene la inteligencia, el talante y la disciplina para lograrlo.
Pero no reside sólo en atributos personales. Va más allá de una adecuada estrategia respecto a su estilo de liderazgo. La dificultad estriba en cómo operar un sistema que está basado en el apoyo de las mayorías a una persona, en la polarización nutrida por el carisma, en la enorme capacidad para imponer un discurso por encima de los medios, en la capacidad de subordinar sin costo político a cualquier protagonista dentro del movimiento (y a veces fuera de él).
Para tener éxito tendrá que resolver varios desafíos. Menciono algunos: primero, resultados rápidos con relación a las expectativas de las grandes mayorías. No puede reeditarse la polarización que López Obrador manejó con tanta habilidad para hacer sentir al pueblo que había un mandatario que hablaba en su nombre y desde sus reclamos. Sheinbaum tendrá que buscar una legitimación popular por la vía de los resultados.
Segundo, necesitará cuadros leales y muy capaces en la operación política. Imposible sustituir a AMLO en ese sentido, pero puede paliarlo con un trabajo de equipo de altos vuelos, con mayor autonomía y personalidad de lo que fue este gabinete.
Tercero, una relación con los medios y la opinión pública distinta, basada en el respeto profesional y la legitimidad de los dichos y los hechos. Sólo López Obrador podía confrontar a los medios y salir airoso. Un tema complejo que requeriría mayor desglose.
Cuarto, una estrategia de conciliación con el sector privado para generar un clima favorable a la generación de empleos y el crecimiento económico. No hay transformación posible con crecimientos de 2% anual o menos. La redistribución en favor de los pobres ya se hizo con los márgenes que había, lo que sigue es crecer o quitar a los que tienen (cosa que no va a suceder ni por convicción del obradorismo ni por el contexto internacional de México). Pero tal conciliación con las fuerzas productivas tendrá que hacerse sin perder legitimidad frente a las mayorías, ni ser boicoteado por los radicales.
Sheinbaum tiene la dura tarea de demostrar que es posible un gobierno progresista en un contexto de economía de mercado e integración como en el que se encuentra el país. Cómo resolver la resistencia del sistema, dejar atrás la polarización y no perder identidad ideológica. Cómo crecer y distribuir al mismo tiempo en una sociedad de mercado. En suma, cómo sobrevivir a López Obrador.
@jorgezepedap
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