Sergio García Ramírez
En estos días hubo definiciones que atañen al porvenir de México. No se trató apenas de las cuitas internas de los partidos políticos y de los grupos de poder, codiciosos. Las decisiones de esta etapa influirán en el futuro de los mexicanos, es decir, en nuestro destino personal y familiar.
Tómenlo en cuenta tanto los actores y sus acompañantes, pero también —y sobre todo— los distantes, indiferentes, abstencionistas, que constituyen un gran conjunto de potenciales votantes cuya participación comprometida resolvería el destino de la República.
Como suelen decir los políticos en campaña: “nadie sobra; todos hacemos falta”, en la deliberación acerca de México y en su inmediata consecuencia: la decisión personal y el sufragio razonado.
Los partidos y la sociedad civil, más aquéllos que ésta, tomaron posiciones en torno a las candidatas a la primera magistratura de la nación. Se veían venir, y llegaron. Xóchitl Gálvez, personaje de los meses recientes —y espero que de los años futuros—, apareció de pronto en el paisaje de la política y emprendió una marcha a paso firme y redoblado.
Y poco después la candidata del caudillo recibió credencial como sucesora y asumió la delantera en una controvertida decisión y con un discurso “rayado”, que nos pone a la vista no sólo a doña Claudia, sino al artífice y dueño de la 4T, y por lo tanto del poder que se concentra en un “bastón de mando”.
El caudillo ha reencarnado en la señora Sheinbaum y anunciado su propia marcha, que pronto sonará con los tacones de la candidata.
Tenemos, pues, a dos personajes frente a frente: de un lado, Xóchitl Gálvez y su entusiasta y creciente acompañamiento, y del otro el caudillo, reencarnado en una mujer a cuyo cargo se halla la continuidad del camino que México emprendió hace cinco años y del que aún no ha logrado liberarse.
Esta toma de posiciones y espacios nos obliga a meditar sobre el verdadero enfrentamiento al que asistimos, y que debemos resolver con la fuerza de la razón —¿o no?— y del sufragio.
Hace pocos días, René Delgado entrevistó largamente a Enrique de la Madrid. Éste puso los puntos sobre las íes (como también lo ha hecho a su modo el caudillo de la 4T en la rupestre mañanera inagotable): no se trata de elegir entre personas y lanzar porras. En rigor, se trata de resolver sobre los temas de mayor calado para construir (reconstruir) a México.
En este sentido existe una evidente polarización, emprendida hace cinco años por el caudillo con un discurso machacón y rotundo y con acciones y omisiones que han causado graves daños a la República.
El caudillo reencarna en Claudia Sheinbaum y promete, como lo haría un avezado ventrílocuo, más de lo mismo, cuyos resultados hemos sufrido a pasto: más de lo mismo en seguridad, en salud, en educación, en economía. Y sobre todo, en discordia interna. ¿Qué les parece?
La continuidad del rumbo adoptado llevará al colmo —porque aún no hemos llegado a ese punto tan oscuro—, la siembra de odio y la división de los mexicanos.
En efecto, estamos polarizados. Y deberemos proceder como nos dicten la razón y la experiencia. ¿Hacia dónde y con quién? Esas son las grandes preguntas que comprometen la contienda electoral. Cada ciudadano es responsable, a través de su argumentación política y de su voto, de alcanzar una respuesta deseable. La moneda sigue en el aire.
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