Jorge Zepeda Patterson
Hamas e Israel se han convertido en campo de batalla en las campañas electorales en México. Tragedias convertidas en combustible para presumir solidaridades o denostar rivales. Tampoco hay que espantarse, pero convendría no perder de vista lo que verdaderamente está en juego, más allá de la mezquindad que propicia la grilla.
El ataque de Hamas en Israel debe ser condenado con la severidad que amerita un acto tan atroz. El asesinato de civiles a mansalva, sin distinción de género, edad o condición civil en aras de una causa política, debe ser denunciado en los términos más firmes y contundentes. Pero, justamente porque el asesinato de civiles por una causa política es inadmisible, tal condena no puede ser desvinculada de las consecuencias que acarreará: el asesinato de civiles por una causa política.
El problema con las condenas unilaterales es que se convierten en coartadas para represiones de igual o mayor magnitud. Para líderes y militares involucrados en el conflicto, el sufrimiento humano es una mera variable en la ecuación, y una competencia para el mérito político medido en aritméticas de sangre: este miércoles la contabilidad en tinta roja reportaba mil 200 muertos y más de tres mil heridos por el ataque de Hamas, mientras que los bombardeos israelíes en Gaza habían dejado ya mil 055 muertos y al menos cinco mil 000 heridos, buena parte de ellos entre la población civil.
Podemos dar por descontado que en los próximos días el balance se desproporcionará “en favor” de los israelíes, acorde a la necesidad de los gobernantes de responder a la presión emocional que ellos mismos han alimentado y que estas condenas unilaterales favorecen.
La denuncia de un hecho por terrible que sea, al margen del contexto de odio en el que se produce, suele desencadenar acciones destinadas a responder a la indignación ciega y a la necesidad de las autoridades para probarse ante la comprensible rabia de los ciudadanos. Hamas debe ser condenado de manera severa, insisto, pero sería terriblemente irresponsable hacerlo sin hacerse cargo de lo que pueda provocar la manera en que lo hagamos.
Está a la vista una venganza institucional y colectiva. Estados nacionales, organizaciones y ciudadanos no pueden quedar indiferentes ante la atrocidad cometida por Hamas, pero tampoco a la obvia reacción por parte de los más duros halcones del Estado israelí que desean convertirla en carta blanca para la represión. Paradójicamente, algo que está en plena sintonía con las intenciones del terrorismo de Hamas.
Basta ver las primeras declaraciones de algunos de ellos. “El alcance de la respuesta va a ser mayor que en el pasado y más severo… no va a ser limpio… Vamos a ser muy, muy agresivos contra Hamas”, afirmó el vocero de los militares israelíes, Richard Hecht este martes. “Terminó la época para razonar con estos salvajes”, amenazó el enviado de Israel a las Naciones Unidas. “Hamas se convirtió en ISIS y los ciudadanos de Gaza están celebrando en lugar de estar horrorizados… Las bestias humanas deben ser tratadas de igual manera”, secundó un general del ejército de ese país.
El conflicto árabe israelí se ha tejido a partir de una larga cadena de errores e incomprensiones en los que no hay inocentes, salvo las poblaciones víctimas de la inseguridad y el miedo. Tras la Segunda Guerra Mundial las potencias expiaron sus culpas y se lavaron las manos dotando a la castigada población judía de un Estado en otro lado del mundo, en buena medida con cargo a los pobladores de Palestina. La agresión unilateral de los países árabes ante este hecho inauguró una espiral de violencia que no termina. El proceso ha instalado en el poder en ambos lados a versiones duras y belicosas que, de una forma u otra, boicotean y se oponen a la construcción de una paz duradera.
Abundan los análisis que dan cuenta de la manera en que la violencia y los intereses políticos de Hamas empatan con los de Netanyahu y el ala dura del fundamentalismo judío. El acto terrorista suspende de cuajo las conversaciones de paz que iban en camino de conseguir que Arabia Saudí reconociera al Estado israelí, un hito histórico y primer paso para pensar en una mejor convivencia en Medio Oriente. Algo que ninguno de los dos extremos deseaba.
Tampoco lo querían los duros de ambos lados en el contexto internacional: Irán, halcones del Pentágono o Putin. Dentro de Israel las consecuencias supondrán un espaldarazo al Gobierno conservador que venía enfrentando crecientes presiones de las corrientes democráticas por las medidas autoritarias del régimen. Hamas sabía que la masacre desencadenaría la represión de la población de la Franja de Gaza, y por eso lo hizo.
La asfixia por el boicot de alimentos y energía eléctrica contra dos millones de habitantes y la violencia contra la población civil se convierten en el mejor caldo de cultivo para el discurso político de odio en contra de Israel, base de legitimación del dominio político de Hamas. Paradójicamente, es la misma fuente de la que se nutren los gobiernos de derecha y ultraderecha encabezados por Netanyahu: el miedo y el resentimiento.
Sin duda, Hamas es el victimario de hoy, pero habría que tener cuidado con las consecuencias de lo que se invoca, sin saberlo. Incluso organizaciones de buena fe en todo el mundo, en nombre de la solidaridad y la ética, en ocasiones contribuyen al distanciamiento cuando victimizan a sólo una de las dos partes: el pueblo judío y la inseguridad en la que vive o la sufrida comunidad palestina.
Son momentos en los que habría que escuchar a los mejores entre nosotros. Daniel Barenboim, el célebre director de orquesta de origen judío, quien en compañía del intelectual palestino estadunidense, ya fallecido, Edward Said, fundó la extraordinaria Divan Orquesta, integrada por músicos jóvenes judíos y palestinos. Él lo puso en estos términos:
“El ataque de Hamas contra la población civil israelí es un atroz crimen que debe ser condenado severamente. La muerte de tantos en el sur de Israel y en Gaza es una tragedia que ensombrece el futuro por mucho tiempo. La magnitud de esta tragedia humana no sólo se traduce en vidas perdidas, sino también en rehenes tomados, hogares destruidos y comunidades devastadas. El bloqueo de Israel en Gaza es una política de castigo colectivo que constituye una violación de derechos humanos. Edward Said y yo siempre creímos que el único camino a la paz entre Israel y Palestina es un camino de humanismo, justicia y equidad, y mediante el fin de la ocupación en lugar de acciones militares”.
Otra manera de expresar el profundo dolor que deja esta tragedia, sin la estridencia y mezquindad de otras agendas políticas. (El País).
@jorgezepedap
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