Agobiada, deprimida, decaída, desanimada y triste en grado superlativo porque todos los días, el espejo de la verdad que son las redes sociales, no le decían que era la más fea, como a la bruja del cuento de Blanca Nieves, sino que era la más repudiada, mentirosa, farsante, hipócrita traidora y además terca, a la Tía Rata se le observaba caminar cabizbaja y meditabunda por los pasillos de la enorme mansión que le heredó su padre o en las orillas de la playa que su papá le robó a unos campesinos y pescadores conocida como Sansorenzo.
Su sobrino el Tarado sin Cerebro, sus hermanas y parientes enquistados en el Gobierno, y demás lambiscones que, junto con ella disfrutaban de los lujos de la casa de playa que se reconstruyó ostentosamente en esta Administración, con cargo al presupuesto público, se preguntaban qué podrían hacer para inyectarle un poco de ánimo y alegría.
Como fantasma de cementerio que acostumbra vagar en los primeros días de noviembre, la Tirana de Palacio deambulaba por los pasillos y las playas de sus enormes propiedades, llorando, balbuceando incoherencias, peleándose incluso consigo misma y lanzando maldiciones a diestra y siniestra contra sus enemigos imaginarios Alito y Elito que, según sus asesores, eran los culpables de que todo el pueblo se le haya ido en contra.
¡Cómo extrañaba la hija del cacique esos sus días de gloria, cuando al frente de sus sirvientes y de uno que otro mercenario contratado para hacer ruido y desmanes, podía acudir a cualquier dependencia pública a culparlo de todos los males. Que podía romper vidrios de edificios, mentarle la madre al gobernante, al presidente, a los diputados o a los senadores.
¡Qué éxtasis sentía la heredera del Sátrapa Negro con esos momentos de resistencia civil! ¡Bastaba cualquier pretexto para subirse a la tribuna legislativa a mentar madres, lanzar miasmas o a culpar al Gobierno de los males que le aquejaban al país!
Qué vueltas da la vida, que ahora ella es Gobierno. Su partido es Gobierno, y ya no puede mentarles la madre ni culparlos. Al contrario, ahora ella es la destinataria de las mentadas de madre, el tiro de estiércol y buñigas y el repudio popular cuando la ven en la calle.
“Ve a una escuela pública y abraza, saluda y besa a los niños. Ellos aún no te odian y tampoco te van a decir que te darán voto de castigo, porque aún no votan. El pretexto es lo de menos…”, le comentó su sobrino loco y se hizo el milagro, la Tía Rata esbozó una sonrisa.
Al día siguiente, cuando los niños regresaron de vacaciones de Semana Santa, se enteraron que los visitaría la Tía Rata, pero sus profesores les avisaron con anticipación. Y les advirtieron que “no se asusten, ni se espanten, la persona que viene no es la bruja del cuento. Es sólo una viejita loca que necesita cariño y afecto… Si se portan bien, puede que hasta les traiga regalos”.
Y así lo hicieron. Se portaron bien. Se dejaron besar, abrazar y tomar fotos. Y la viejita sintió que por fin alguien la quería…
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