Mariano Espinosa Rafful
Las personas con coraje y carácter siempre parecen siniestras para los demás.
Herman Hesse.
Hay de cuentas a cuentas en esa rutina que atormenta de pronto, los espacios de saludables intenciones, en el país que dejamos atrás, donde las oportunidades eran más, había conciencia del daño hasta colateral, pero hoy existe y se tolera hasta la violencia y el desparpajo habita millones de hogares.
No hay para dónde pegar de carreras, no hay opciones en un abanico roto, en el desprecio por la humanidad, desde el derroche a favor de lo suntuario, a favor de unos cuantos en la clase política que vive del voto sin prisa, hasta quienes esperan la muerte sin opción ni salida de emergencia.
México lo vemos, lo observamos más negro que blanco, nos quedan muy pocos espacios para la lírica, la libertad de expresión, la idea de una acción en conjunto, porque estamos muy divididos, fraccionados, la sonrisa abandonó nuestros acotados momentos de quedarnos a ciegas, tentando el destino.
Miles de millones de pesos, de dólares, en una deuda impagable, un Fobaproa del que nadie habla, ni escribe, ni quiere acordarse, pero seguimos pagando ese precio de dejarnos de todos, de no manifestar malestar, encono, rabia, sumidos en la tristeza y la desesperanza de ese país que no vuelve más.
Leía con atención el otro día todo ese andamiaje de nostalgias, las lluvias y los saltos a media calle, correr, salir, volver a casa de los padres muy tarde, hoy es imposible sin preocupaciones, sin atenciones al bien supremo, la vida; obligatoriedad de la autoridad en los tres niveles de Gobierno, pero hay simulación, otros datos de todas partes.
No somos el México de la Revolución ni de la Conquista, eso es parte de una historia construida con mentiras, porque fueron medias verdades, como las encuestas, las gana quien las paga, nada es gratuito, ni el grito ahogado que queda en silencio, sin el estruendo de otros tiempos.
Nos hemos ido acabando la esperanza, pareciera que estamos sumidos en el terror en todos lados, para subir al transporte público de pasajeros, el Metro en la Ciudad de México, la Policía Preventiva nos indica con el silbato que llega el tren, inmediatamente para gritar, literal: cuiden sus carteras, celulares, pertenencias personales. Una y otra vez, entre iguales, pudientes aspiracionistas, sin automóvil, somos presa fácil del robo camino a nuestro destino, ese que ya no construimos, sino que dejamos llevarnos, en la incertidumbre de hacer bien las cosas, pero no tiene valor agregado para quien no lo verá nunca.
Hoy a la carta dos mujeres se dirán de todo, se lanzarán acusaciones personales, se discutirá quien de las dos, en una sociedad polarizada para seis años más, de martirio, de zozobra, porque no hay ninguna opción viable mientras dependamos de una clase política rapaz, que vive cual rémora de los impuestos que pagamos los asalariados cautivos.
Ahorrar nunca fue tan complicado, la carestía de la vida es evidente, dejamos hasta de alimentarnos sanamente, lejos, muy lejos nos queda la casa en las grandes ciudades, para ir a los alimentos, un entuerto cumplir con los gustos, los disgustos son en todo momento, la queja es recurrente, la tortilla por las nubes como la gasolina.
Y nos quedamos a deber nosotros mismos, por conformistas, pues ahí está el ejemplo de Campeche, donde un puñado de fuereños haciendo y deshaciendo a sus anchas con un raquítico presupuesto público, mientras la pobreza se abandona a su propia suerte.
Hasta en la representación de la oficina en la Ciudad de México cobran una treintena de exempleados de Álvaro Obregón, la Alcaldía de la escalera que solo subía, hoy fuera de servicio; sin ayudar a ningún campechano, de puertas cerradas desde el 15 de septiembre de 2021; como todo lo que sabe amargo pero tragamos saliva.
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