Catón
Francisco Franco tardó mucho en morir. (Varias décadas). Su agonía final fue larga; duró días y días; no por razones fisiológicas, sino porque no se resignaba a soltar España. Es fama que San Pedro se cansó de esperarlo. Desde arriba le aventó las llaves y le dijo: “Ahí tienes. Ven cuando te dé tu puñetera gana”. Aciaga suerte corrió también —muy despacito— el Papa Juan Pablo II. Anciano, enfermo grave, parecía decir lo que en el lecho de donde ya no salió me decía con débil voz mi tía Lola, de 97 años y llena de sufrimientos del cuerpo y del espíritu: “Quiero morirme, Armandito, y no puedo”. Tampoco la muerte se mostró piadosa con Juan Pablo. Le negó su visita por semanas. En eso murió Rigo Tovar, y días después falleció él por fin. Comentó Crucita, la buena señora que ayudaba en casa: “Pobrecito el Papa. Nomás estaba esperando que se fuera Rigo para irse junto con él”. (Cuando fue electo el nuevo pontífice, Benedicto XVI, Crucita me preguntó qué me parecía. “Me parece bien” —le respondí extrañado. Me dijo ella: “Pos fíjese que a mí no”. “¿Por qué?” —me sorprendí. “Lo vi diciendo misa en la tele —me explicó—, y como que no la sabe decir bien. Será que apenas está empezando”). Igual que dijo Crucita de Juan Pablo digo yo ahora de Francisco: “Pobrecito el Papa”. Y es que lo ponen a bendecir cosas que no son para ser bendecidas. Mara Lezama, gobernadora morenista de Quintana Roo, le pidió que bendijera una réplica en miniatura del Tren Maya, el cual, a más de su dudosa viabilidad, ha costado miles de millones de pesos y ha sido causa de uno de los más graves atentados que en el mundo se han cometido contra la naturaleza y las riquezas arqueológicas de cualquier país. La única bendición a ese malhadado tren que hubiese yo admitido sería la que nos daba aquel amigo mío que bajo la inspiración de los espíritus de Gay-Lussac se nos presentaba llevando una papa en la mano. Con ella trazaba devotamente sobre cada uno de nosotros el signo de la cruz. Decía muy serio: “Les estoy dando la bendición papal”. Y ya que de bendiciones se habla he de recordar que el reverendo Rocko Fages fue invitado a bendecir una fábrica de condones. No sé si por tratarse de un pastor deba yo usar otra palabra que no sea “condón”. He de decir quizá “preservativo”, o recurrir a alguno de los barrocos eufemismos que en México se emplean para aludir a ese hulito protector: “Caperucita en carnada”; “ángel custodio”; “celofán”; “burlacigüeña”; “camisón Paco”; “guardia blanca”, “don Prudencio”, etcétera. El caso es que después de hacer la bendición correspondiente los dueños de la fábrica llevaron a don Rocko ver la línea de producción de los condones. El pastor notó, asombrado, que de cada 10 condones que salían uno llevaba una agujerito en la punta. Preguntó la razón de aquello. El dueño le explicó. “Es que también tenemos una fábrica de biberones”… Noche de bodas. El novio se mostraba inseguro en cuanto a su destreza en el performance, pues era casto, honesto, continente, probo, y nunca había tenido trato con mujer. “No te apures —lo tranquilizó su flamante desposada—. Ha habido cuatro antes que tú, y ya has oído aquello de que no hay quinto malo”. (Esa expresión, “no hay quinto malo”, igual que muchas otras frases de uso común en nuestro idioma, proviene de la tauromaquia)… Don Veterio, señor de muchos calendarios, le hizo un gran favor a su joven y guapa vecina Dulcilí. Le dijo ella llena de gratitud y emocionada: “No tengo con qué pagarle lo que ha hecho por mí”. Respondió, triste, el añoso caballero: “Tú sí tienes con qué pagarme, linda. El que ya no tiene con qué cobrarte soy yo”. FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Llegó sin previo aviso y se presentó, orgulloso y jaque:
—Soy el número uno.
Quise divertirme, y lo reté:
—No señor. El número uno soy yo.
Se indignó. Quienes creen ser el número uno son prontos para la indignación. Me dijo, hosco:
—No puede haber dos números uno.
Le contesté:
—En verdad hay muchos: el 11, el 111, el 1111, el 11111, y así hasta el infinito. Hay tantos números uno que a veces el 2 se desespera.
—Está bien —cedió el número uno—. Digamos que yo soy el número uno uno y usted el número uno dos.
Acepté el trato, pues es difícil llegar a un acuerdo con los que se creen el número uno. Y aquí me tienen. Yo, que creía ser el último número, ahora soy el número uno dos.
¡Hasta mañana!…
Manganitas
AFA
“…AMLO designa nueva ministra
de la Suprema Corte…”.
Al hacerlo tendrá ahora
que el nombramiento renueva
seguramente una nueva
y segura servidora.
“…Llega la Guardia Nacional al pueblo
donde lincharon a maleantes.”.
Sólo a la verdad me ciño,
y sobre Texcaltitlán
viene a mi mente un refrán.
El que dice: “Muerto el niño”.
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