Catón
De cierta chica lugareña se decía que era recatada: todos los hombres del pueblo la habían catado. Ella se defendía. Lo que ha de ser para los gusanos, alegaba, que primero sea para los humanos. En alguna forma le asistía la razón. Un profesor que tuve aseguraba que la palabra “cadáver” se forma con la primera sílaba de cada una de las tres palabras de la expresión latina caro data vermis, carne dada a los gusanos. Sugestiva la proposición, pero poco valedera. Resobada también es la sentencia según la cual la esposa del César no sólo debe ser casta, sino también parecerlo. Por eso, por lo resobada, me atrevo a sobarla una vez más. A la sentencia, digo, no a la esposa del César. Ningún recato o probidad mostraron las y los integrantes del Instituto Nacional Electoral que acudieron a una reunión con el presidente López. Quienes forman parte de un organismo autónomo han de mantenerse lo más lejos posible del príncipe, es decir, de quien tiene el poder. La afirmación es particularmente aplicable a los funcionarios electorales, cuya misión, de carácter eminentemente ciudadano, exige absoluta autonomía e independencia frente a los gobernantes, de modo de estar libres de su influjo. Preocupa entonces la obsecuente visita que la nueva presidenta del INE y sus consejeras y consejeros hicieron a López Obrador en el Palacio Nacional. Muchos esfuerzos y grandes sacrificios fueron necesarios para quitar al Gobierno la facultad de organizar las elecciones y calificarlas, y para poner esa importante atribución en manos de ciudadanos. Tal conquista significó un logro de importancia capital en la tarea de hacer de muestro país una nación verdaderamente democrática. Si ahora la institución creada para tal efecto se somete al Ejecutivo, eso será volver a los pasados tiempos. Con ello se hará traición no sólo al INE, sino también a México y los mexicanos. Estemos atentos a la conducta de los integrantes del organismo, y muy especialmente de su presidenta, la señora Taddei, que en poco tiempo ha dado señales alarmantes de poner su afán de ser grata al Presidente por encima de su deber con la República. Transforme la 4T todo lo que se le pegue la gana, pero que el INE no se deje transformar… El audaz vaquero del oeste relató: “En eso me vi rodeado por los indios. Un indio por aquí; otro indio por acá. Indios por todos lados”. “¡Qué barbaridad! —exclamó alguien que lo oía—. Y ¿qué hiciste?”. “¿Qué podía hacer? —respondió mohíno el audaz vaquero—. Tuve que comprarles las cobijas”… Lubricio era un hombre mundanal. Gozó todos los placeres, principalmente el de la carne. Las mujeres con las que tuvo trato de colchón fueron innumerables y variadas, lo mismo damas de sociedad que maturrangas de la más baja estofa. Harto de esa vida disipada pensó que el matrimonio lo apartaría del libertinaje: es bien sabido que el anillo matrimonial le corta al hombre la circulación, aunque le quede holgado. Buscó entonces para casarse una mujer devota, y pronto encontró una. Se llamaba Serafina; era presidenta de la Liga de la Pureza, y secretaria de la Pía Sociedad de Sociedades Pías. Luego de un breve cortejo la desposó. La noche de las bodas el flamante novio fue a tomar una copa en el bar del hotel a fin de permitir a Serafina disponerse para la ocasión. Volvió a la suite nupcial. Supuso que la hallaría rezando antes del connubio. Grande fue su sorpresa cuando la vio tendida en el lecho sin otra prenda que un moñito en el cabello y en una postura comparada con la cual la de la Maja Desnuda es mera inocentada. “¡Pero, Serafina! —le dijo lleno de azoro—. ¡Yo esperaba verte de rodillas!”. “Ah, no —replicó ella—. En esa posición siempre me mareo”. FIN.
Que no hay dedazo
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
¿Recuerdas, Terry, cuando subimos por la vereda que lleva hasta la cumbre del cerro de Las Ánimas?
Tú perro joven, yo hombre no viejo, caminábamos ligeros. La mañana era fresca; en las agujas de los pinos se miraban aún gotas de rocío. Soplaba un vientecillo que en vano se esforzaba por ser viento, y conforme íbamos subiendo el claro azul del cielo se hacía más azul.
Llegamos a la altura juntos con el sol. Tú buscabas tu sombra sin hallarla; mi sombra me buscaba a mí sin encontrarme. Bebimos ambos el agua del manantial que brota allá en la cúspide. Luego emprendimos el descenso, quizás en contra de tu voluntad. Te detuviste a poco, y me mostraste algo con tu actitud de perro cazador. No lejos de nosotros pasaba, lento y majestuoso, un ciervo cola blanca de robusto pecho, erguida cabeza y corona como de emperador.
Pensé que un cazador se habría gozado dando muerte a esa noble y hermosa criatura. Cazar, decía Ortega y Gasset, es «tomarse unas vacaciones de humanidad».
De esto hace muchos años, Terry. Ni tú ni aquel venado han desaparecido. Los dos están en mi recuerdo.
¡Hasta mañana!…
Manganitas
AFA
«… Seguirá la onda cálida…».
Decía una chica lista
prendiendo el ventilador:
«¡Caray, con este calor
dan ganas de ser nudista!».
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