Rosendo Balán Caamal
Una tarde de toros tiene todos los registros posibles, desde la gloria, el petardo, la salida a hombros, y la enfermería. La tauromaquia tiene ese brillo del triunfo y de la grandeza de poder lidiar a un toro con gusto y magisterio, y no entenderlo trae problemas: la cornada.
Ahí es donde surge el milagro de unos profesionales que gustan y aman la fiesta y están preparados para hacer el quite a la herida, al dolor, a la vida, son los médicos taurinos, los más generosos y necesarios para que la tauromaquia siga viva.
A lo largo de los años tenemos amigos médicos que apoyan en una corrida. Tiene una gran labor, como evitar hasta donde se puede que una cornada a un torero se complique, recibiendo siempre el respaldo de la cuadrilla, y hasta los mozos de espada que son los primeros al tirarse al coso para hacer el quite ante el astado y llevarlo de inmediato a la enfermería o en el vehículo que siempre suele instalarse a un costado del redondel para proporcionar los primeros auxilios y tomar determinaciones.
Son el mejor escudo para salvar vidas en la tauromaquia de los sueños, de los triunfos, del dolor y por qué no decirlo, de la cercanía de la gloria o del final. El doctor Jesús Alejo Zúñiga siempre suele decir que los médicos en todo momento están para curar, pero tiene más dudas cuando le llevan un herido que no vio qué paso, que cuando está en el lugar de los hechos.
Detrás de los trajes de luces y de las estrellas del toreo, hay una pequeña parte que es imprescindible para que esta fiesta pueda celebrarse: el equipo médico.
Cada vez que se derrama sangre en el ruedo se deposita nuestra fe en los médicos al frente de las enfermerías de las plazas de toros. Afortunadamente, la gran mayoría de las veces obran el milagro y sólo queda espacio para el eterno agradecimiento por otra vida salvada, los cirujanos taurinos también están “hechos de otra pasta”, una especialidad muy complicada y que es muy valorada por los amantes de la fiesta brava.
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