Jorge Zepeda Patterson
La designación de Alicia Bárcena como reemplazo de Marcelo Ebrard en la Cancillería confirma, a mi juicio, la estrategia que conduce Andrés Manuel López Obrador para transformar la sucesión presidencial en una transición de equipo. Es decir, la continuación de un proyecto, y no tanto un relevo de una persona a otra persona, como ha sido la tradición en México.
Hace una semana, en este espacio, señalé que hasta ahora se había asumido a la candidatura oficial de Morena como una batalla del tipo “ganador toma todo”, como han sido en el pasado o lo son en cada gubernatura.
Pero esto cambia sustancialmente con la propuesta de López Obrador, ya asumida por el partido, para que de esta encuesta salgan también los coordinadores de las cámaras legislativas del próximo sexenio.
Entre otras, impone la noción de que lo que sigue no es un asunto de personas, sino de proyecto político e ideológico; no hay que olvidar que la definición de los coordinadores del Poder Legislativo tradicionalmente constituía, en la práctica, una atribución del presidente entrante; en esta ocasión, en cambio, esos coordinadores habrían sido rivales de ese presidente o presidenta y estarían allí por designio del movimiento (es decir, de su fundador).
De paso, eso ofrecería un elemento de contención en el hipotético caso de que el sucesor de Morena en Palacio Nacional resulte un fiasco por incapacidad o deslealtad; en tales circunstancias, desde el Poder Legislativo el obradorismo podría matizar o neutralizar en parte al Ejecutivo (y no olvidar que estaría vigente la posibilidad de la revocación de mandato a mediados de sexenio).
Al ofrecer a todos los contendientes un papel relevante en la próxima Administración, López Obrador no sólo conjura el riesgo de una escisión, sino también fortalece la capacidad política del grupo que habrá de sucederlo.
Al sumar a “los perdedores” fortalece al equipo de quien se quede a cargo. No diría que se trata de una responsabilidad colectiva, porque el presidencialismo está muy arraigado en nuestro ADN político y posee inercias propias, pero sí de un futuro liderazgo a partir de consensos entre los primeros círculos.
El nombramiento de Alicia Bárcena va en el mismo sentido. Me atrevería a señalar que no se trata de un encargo para los siguientes 15 meses de este sexenio, sino para los siguientes siete años.
Esto significa que el Presidente habría tocado base con la puntera o con los dos punteros o, al menos, habría asumido que la diplomática mexicana, en este momento en la Embajada en Chile, es apreciada por su más probable sucesor.
El beneplácito con el que ha sido recibido el nombramiento de Bárcena por tirios y troyanos fortalece la noción de que se trata de una designación que llegó para quedarse. Incluso si me equivoco y no fue una designación acordada por el actual mandatario y su sucesor, el consenso que ella genera haría natural su ratificación. En cualquier caso, una hábil decisión del Presidente para dejar las cosas lo más atadas y sólidas posibles.
Y no olvidemos que la próxima Administración estaría comprometida, al menos políticamente, a presentar un gabinete paritario de hombres y mujeres. Algo no siempre fácil de conseguir. Lo de Bárcena abonaría ya en esa dirección. Los cálidos mensajes tuiteados por Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard al hacerse público el nombramiento son reveladores.
Habría que ver si los siguientes cambios confirman esta estrategia. Además de la inminente designación del nuevo secretario de Gobernación, en las próximas semanas y meses varios funcionarios dejarán sus responsabilidades para incorporarse paulatinamente a las precampañas que suponen el relevo en los comicios de nueve gubernaturas.
Eso abrirá otros huecos, algunos de los cuales serán llenados por relevos temporales obvios, pero otros podrían dar lugar a designaciones diseñadas para poner a prueba futuros titulares de las instituciones involucradas.
Algunos verán en toda esta estrategia la confirmación de que López Obrador no piensa soltar el poder y que el próximo sexenio lo ejercería tras bambalinas. A mí me parece exactamente lo contrario. Justo porque no pretende intervenir es que desea dejar a la próxima Administración lo más fortalecida posible.
Una vez retirado López Obrador, lo único que podría generar una fuerte presión que lo llevara a hacer una propuesta o un señalamiento sería el descalabro del proyecto político de la 4T por razones atribuibles a la debilidad o a los errores de su relevo.
En la medida en que su sucesor quede acompañado de los mejores cuadros que pueda generar el obradorismo, mayores serán sus posibilidades para gozar del retiro que está buscando para escribir sus reflexiones históricas y políticas.
López Obrador tiene claro que el proyecto de la 4T debe caminar por sus propios méritos o no prevalecerá. Su liderazgo ha sido imprescindible para echarlo a andar, pero el movimiento no tendrá éxito si no es transexenal y consecuente con sus banderas a través del tiempo. Y para eso necesita un relevo capaz de mantener la legitimidad, la popularidad y la fortaleza política necesarias.
Asegurar que Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Alicia Bárcena, y los que vayan sumándose, sean columnas de este equipo es parte sustancial de su estrategia. Me parece que en lo que queda de sexenio veremos un largo periodo de transición encaminado a formar, fortalecer y ampliar a este equipo. (El País).
@jorgezepedap
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