Sebastián Korczak
¿Perdonar significa olvidar?
Algunos dicen que perdonar quiere decir: borrar de su memoria el hecho y daño causado. ¿Realmente de eso se trata?
En primer lugar, hay daños que nunca se olvidan. No puedes esperar que las víctimas del atentado se olviden del momento y del daño causado. Me tocó estar presente y apoyar a las víctimas del 11-M en Madrid (Atocha), y nunca olvidaré aquellas imágenes terroríficas, sangrientas, que clamaban al cielo. Y eso que nada más fui testigo, acompañante post factum de los afectados.
Tampoco puedes exigirles a los padres de un niño asesinado o secuestrado, que simplemente se olviden del daño y de su autor, opresor. Es totalmente normal y correcto que lleven esos recuerdos en la memoria, por todo lo experimentado y vivido en su mente y corazón. Incluso, tienen todo el derecho de que esos acontecimientos dolorosos nunca se olviden, por la memoria de sus seres queridos.
Algunos, en psicología, lo llaman “la obligación de memorizar”. ¿Pero eso quiere decir que hay daños de los cuales no sabemos o no hemos perdonado? ¿Es necesario olvidar para poder, auténticamente, perdonar?
Poder olvidar el daño causado no depende sólo de nosotros. No estamos capacitados para tomar la decisión sobre lo que nos gustaría borrar de la memoria. Pueden ser heridas muy profundas, también leves, pero ellas simplemente están en nuestra memoria. Esta incapacidad de olvidar nos puede preocupar y nos decimos: “Si no soy capaz de olvidarlo, no seré capaz de perdonarlo de verdad”. ¿Qué hacer entonces cuando nuestra memoria se resiste a olvidar algunos acontecimientos?
Nunca olvidaré las bellas y profundas palabras del cardenal Jean-Marie Lustiger, en el Via Crucis de Mont Marte, en París: “La Resurrección de Jesús no quita la experiencia de la Pasión”. Esta comparación me sirvió para entender que, de la misma manera el perdón no significa el olvido del daño causado.
Y tal vez varios piensan que el hecho de recordar el daño grabado en su memoria, es una simple falta para gestionar bien su perdón. ¡Pero no es así! No se puede olvidar el hecho causante del dolor. La vasija de barro rota y pegada después, nunca será la misma. Siempre queda el signo de ruptura, de la herida en su ser. Santo Tomás tenía razón: “el recuerdo está relacionado con la memoria, y el perdón es un profundo acto de propia voluntad”. Y estas son dos cosas completamente diferentes.
Lo que se refiere al perdón dirigido al prójimo, también se refiere al perdón que debemos a nosotros mismos. A veces se nos olvida, que en el primer lugar, hemos de perdonarnos a nosotros mismos.
Con frecuencia consideramos demasiado las antiguas heridas, o temblamos de remordimientos. Nos reprochamos algunas situaciones donde no hemos estado a la altura de los hechos, donde no supimos mantener la palabra, lastimamos a alguien, nos equivocamos, etc.
Si nuestro pasado obstaculiza nuestra vida en paz, no podemos ser auténticos y sentimos una espina. Es una clara señal de que nos queda perdonar a alguien o a nosotros mismos. El perdón no es un hecho aislado en tu vida, sino un proceso. Y no se trata ni de negar el daño hecho, ni tampoco suprimirlo en uno mismo. Todo lo contrario. El primer paso en el camino de perdonar, es estar ante ti mismo en toda la verdad.
Para poder perdonar tienes que estar consciente de que eres víctima y saliste lastimado. Podríamos preguntarnos: ¿Qué sentido tiene abrir esas viejas heridas que parecen olvidadas? Es sencillo: hasta que no estén perdonadas, pueden parecer una inflamación o irritación que nos causa dolor continuo.
Y si nos fijamos en nuestra vida familiar, social, laboral… ¿cuántas heridas, supuestamente olvidadas y enterradas, lastiman e infectan nuestras relaciones? Estos recuerdos del pasado, reprimidos y no perdonados, que están sólo escondidos, el día menos esperado van a regresar y causar mucho dolor. Hay que sanarlos.
El perdón ayuda a sanar la memoria y le trae mucha paz. El recuerdo del daño causado, que antes te llevaba al borde de la perdición y de la muerte, puede convertirse en el camino de las bienaventuranzas y de la vida plena. El perdón verdadero es como la Resurrección y la Pascua: el paso de la muerte a la vida.
A dar este paso nos anima el mismo Resucitado: “háganlo setenta veces siete”, es decir sin fin, siempre. Este es el camino, y no tengamos miedo de pedir al Espíritu Santo que enseñe, a los ojos de nuestra memoria, todos aquellos daños que hemos de perdonar aún.
Cristo se levantó de los muertos con todas las llagas y heridas en su cuerpo. Nosotros también llevamos varias heridas, de diferentes tamaño y profundidad, en la historia de nuestra vida. Sin embargo, todas ellas, en vez de condenarnos al tormento, pueden convertirse en signos de sanación y libertad. No olvidemos que el perdón es un gesto sublime y nos acerca a Dios.
No hay duda alguna. Para poder seguir felizmente nuestra vida y alegrarnos en plenitud, hemos de aprender a perdonar. No permitir que las personas que nos causaron daño tengan alguna influencia en nuestro estado emocional. El perdón, principalmente, no está dirigido a estas personas sino a ti mismo. No permitamos que algún recuerdo, persona, tenga el poder sobre ti, tus decisiones y tu futuro. No seas demasiado exigente ni duro contigo mismo y los recuerdos. Ya es el pasado y déjalo allí.
Una de las cosas más maravillosas que he aprendido a lo largo de mi vida, es que el perdón nada tiene que ver con la otra persona sino contigo. El perdón es quien me encarcela o libera, es el que me enferma o me sana. El perdón siempre estará disponible para todos, y quien dice no encontrarlo es porque decide no abrirle la puerta. El perdón no es para beneficiar al otro, es para traerme paz a mí.
El Buda decía que agarrarse a la ira o rencor del pasado, es como tomar el carbón ardiendo en tu mano para lanzar a tu enemigo, o un veneno que tú mismo te estás tragando deseando el mal a tu opresor. Tu mismo te estás lastimando. Tu “supuesto” enemigo tal vez ni se acuerda de ti. Vive con tu pasado reconciliado, y aprende caminar junto a tus heridas. Serán signos de tu libertad y memoria de la experiencia de tu vida.
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