La Tirana de Palacio fue advertida desde la capital del Imperio, que el odio del pueblo hacia su Gobierno y su persona iban en aumento, y que esa aversión ciudadana podría complicar y hasta frenar la perpetuidad de los ideales del Tatich Tropical que dice Tantas Tarugadas, o sea, el señor de las 4 T.
Alarmada por la advertencia, pues podría ser el inicio de su caída, y con ella la de todos sus cómplices foráneos y familiares con los que había saqueado las arcas públicas del reino de la Culebra y la Garrapata, la Tía Rata decidió convocar a sus asesores para encontrar alguna salida al dilema.
Entre sus asesores principales estaba el Santero Defeño, el peculiar personaje que, a la usanza de los monjes orientales, portaba ropa holgada, turbante y zapatillas de colores vistosos; siempre andaba con el rostro maquillado y sus párpados pintados de colores oscuros para tratar de imponer su presunta espiritualidad.
Los asesores políticos y económicos sugirieron continuar y hasta quintuplicar la estrategia del pan y circo; repartir migajas, regalos, motocicletas, títulos de propiedad, despensas, casas, viajes, refrigeradores, etcétera, así como organizar más conciertos y festivales con grupos famosos para idiotizar a las masas y sembrar en su subconsciente la obligatoriedad de votar a favor de los candidatos de la hija del cacique.
—No ha dado resultados. La gente no me quiere y tampoco se han tragado el cuento de que la “Heroína del Amor”, quien pasará su vida sin riñón por haberse sacrificado por la vida de su amado, es la mejor candidata a gobernar a la capital del reino. Tampoco la quieren y no crece en las encuestas, admitió.
En la sala de juntas se armó un borlote. Todos querían hablar al mismo tiempo y cuando la Tirana Loca aporreó con fuerza la mesa para imponer orden, todos guardaron silencio, menos una voz lejana que con voz quedita ya no pudo callar su opinión.
—Es que ya todos saben que el que Gobierna es tu sobrino, el Tarado sin Cerebro.
—¿Quééé? —preguntó furiosa la tirana de cabello guinda—. ¿Quién se atrevió a pronunciar tal blasfemia?
Era uno de los funcionarios menores que, invitado a presentar datos y estadísticas, sabía que sus días estaban contados si se atrevía a hablar con la verdad. Sin embargo le ganó más su pasión partidista, que el respeto que debió prodigar al sobrino de la Tía Corrupta.
—Córrame, despídame, destiérreme si esa es su voluntad señora, pero quien va enfrentar el juicio de la historia es usted, no su sobrino. Y si desde ahora el veredicto del pueblo es de repudio y condena, ¿qué podemos esperar cuando se le acabe el poder?
Un silencio sepulcral recorrió la sala de juntas. De la gobernadora brotaron miradas de odio contra su interlocutor, quien trató de evadirse pero fue apresado por los guardias…
(Continúa…)
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