Pablo Hiriart
López Obrador no busca al mejor sucesor para bien de México. Eligió dejar en Palacio Nacional a quien pueda manejar para continuar gobernando.
Faltan tres semanas para que Marcelo Ebrard entre a un proceso de crisis existencial de esas que no se le desean a nadie, pues caerá la venda de sus ojos y verá que inmoló su talento en el altar de un fanático.
“Contra todo pronóstico el profeta era un traidor”, dice la canción de Joaquín Sabina, y Marcelo no será el único que la podrá tararear hasta el último de sus días.
Anteayer, dolido y molesto, Ebrard dijo en una durísima conferencia de prensa: “Nunca habíamos visto tanto acarreo como el que estamos viviendo, no habíamos visto tanta paga de encuestas falsas, no había visto yo incluso una campaña negra en contra de mi familia como la que estamos viendo”.
Pero él ya lo sabe: no es Claudia, es AMLO.
Sheinbaum contó con el respaldo de la maquinaria de propaganda y difamación del presidente López Obrador.
Tuvo también el apoyo económico, tan formidable como ostentoso, de las arcas públicas. Una desproporción para tratarse de elecciones primarias.
Sheinbaum ha contado con la subordinación del dirigente de Morena, Mario Delgado, que, con la mano en la cintura, señala como el más gastador en propaganda de las corcholatas a… Ricardo Monreal.
Delgado, por instrucciones de AMLO, impidió los debates para proteger a Sheinbaum, no obstante que ella no es mala polemista, pero carece de la consistencia de Ebrard.
Así y todo, Ebrard siguió adelante, como si el piso fuera parejo y la decisión no se hubiera tomado desde antes de la convocatoria a la elección interna.
Marcelo se cegó y no quiso ver que servía a un fanático.
López Obrador no busca al mejor sucesor para bien de México. Eligió dejar en Palacio Nacional a quien pueda manejar para continuar gobernando.
Ebrard hace propuestas de gobierno como si en realidad hubiera una competencia. Y van en dirección opuesta a lo que ha predicado López Obrador.
Presentó su propuesta económica que aspira a lograr un crecimiento promedio de 5 por ciento en el próximo sexenio. Le restriega vinagre en las heridas al Presidente, que ni siquiera llegará a un punto porcentual de crecimiento promedio.
Ante el naufragio de sus pronósticos (dijo en campaña que creceríamos a 6 por ciento, y luego bajó a 4 por ciento promedio sexenal), López Obrador dijo que la medición del PIB era un fetiche neoliberal.
Y Ebrard arranca con una propuesta que valora el crecimiento económico.
Marcelo habla de dar facilidades para abrir negocios, de inversión privada, de energías limpias, de aprovechar la etapa de deslocalización de empresas que se da en el mundo.
Realizó dos propuestas que, a los ojos de AMLO, son como el sol de la mañana para los que viven de noche: ampliar la clase media y tirar el muro que nos separa con Estados Unidos.
Para el Presidente y la secta de fanáticos que le rodea, y con la cual se siente a gusto, aspirar a ser de clase media es un signo de descomposición moral.
Y hablar de mayor integración con Estados Unidos es un pecado capital contra su proyecto setentero: más cerca de Cuba, de los rusos, de Maduro y demás tiranías depredadoras.
Ebrard mira hacia adelante; AMLO y Sheinbaum lo hacen hacia atrás.
¿O el excanciller no ha visto los nuevos libros de texto?
El proyecto está ahí, dicho por el Presidente: llevar a la mente de los niños sus prejuicios y rencores contra los empresarios, las clases medias, la propiedad privada, la creatividad individual.
Marcelo habla de nearshoring, inteligencia artificial, multiplicación de la inversión privada, nuevos negocios, mayor integración con Estados Unidos.
No tiene nada que hacer en Morena. “Comunista en Las Vegas”, agregaríamos, para seguir con Sabina.
La candidata elegida por el Presidente es Sheinbaum, porque tiene la certeza de poder controlarla.
Marcelo piensa por sí mismo y eso es inaceptable para un líder que sólo tolera a seguidores fanatizados.
Así está la situación del funcionario público mejor preparado de Morena, que ha ayudado como pocos a López Obrador y que ha recibido las mayores ingratitudes.
“¿Cómo saldré yo de este laberinto?”, le preguntó Simón Bolívar a su médico Prosper Reverend días antes de su muerte en la costa colombiana, cuando pesaba 35 kilos, consumido por la tuberculosis, obsesionado por regresar a Caracas a tomar el poder que estaba en manos de un magnífico guerrero que como presidente resultó ser un traidor. (El Financiero).
@PabloHiriart
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