Mariano Espinosa Rafful
“La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero”.
Hermann Hesse.
En el anecdotario de la vida siempre vamos a sumar armonía, en los tiempos compartidos, vivencias que forman parte de una etapa profesional, las más, coincidencias en el despliegue mediático de lo superfluo, pero también en los análisis sobre todo de la vida pública, muchas veces frente al gigante que hoy se resiste a desaparecer.
Fue un año de campañas políticas el 2009, recordar el programa de radio en Ciudad del Carmen, de lo aprendido con Rafael Ocampo Salazar en el Café Capellini de Emma Obrador, en el callejón entre un par de bancos en el centro de la Isla, lecciones bien aprendidas por cierto.
La libertad de expresión va a estar siempre a la vista, a prueba de todos, porque los colores marcan distancia y diferencia en la política, no en la vida de merecer, menos aún de escasas oportunidades, por marcar diferencia, en las individualidades, por ser nosotros sin dobles tintas.
Así, con dignidad y las lealtades confrontadas, dejamos Campeche, esto platicado con quien ahora forma parte de un recorrido en otros sentidos, no contrapuestos, simplemente lejos de la inquietud de esos tiempos. Nos refugiamos en Carmen poco más de un mes, sin respuesta hacia el presente, retomamos el vuelo hacia la Ciudad de México, nuestro reducto de un sinfín de oportunidades tangibles, experiencias únicas.
Y llegamos después de un año aciago, sorteando la escasez de casi todo por lo reducido del salario en el STC Metro, viviendo el nacimiento de mi último hijo en septiembre de 2010, historias que narro sin matices en el libro que verá la luz de la crítica en octubre próximo.
Rodolfo Moreno McGregor, quien ya no me leerá más en el plano terrenal, prácticamente se chutaba mis artículos antes de ser publicados, se los leía cuando estábamos juntos, y llevaba la Mac que me obsequió un buen amigo de años, ya fallecido también, Enrique Mexia, de los pocos seres en la faz de la Tierra que cada palabra que expresaba era tan verdad como un balde de agua fría para despertar del marasmo, como el que ahora acompaña a millones de compatriotas.
Siempre he considerado que quien llega a la vida, en la madurez de la existencia, marca diferencia, y Rodolfo en poco más de 12 años lo hizo posible. Cómo olvidar su presencia en el bautizo de mi peque en mayo de 2011, o las idas a verificar el auto, los desayunos en Italiannis o Sanborns y el recorrido por lugares poco comunes, con charlas de todo tipo, un gran platicador, leía mucho noticias de todo tipo, sus análisis sin sesgos políticos, ni de ninguna otra índole.
Hoy ya no está más entre nosotros. Después de buscarlo vía mensajes y llamadas por algunos días, este julio de contrastes en la vida útil de quien esto teclea, realicé con la ayuda de la memoria una búsqueda en redes sociales de un hermano que fue piloto y publicó un libro. La magia se hizo y le envié un mensaje por Messenger, el cual fue respondido el domingo pasado cinco horas después:
“Hola Mariano, lamento comentarte que tristemente mi hermano Rodolfo falleció hace tres semanas. Un infarto fulminante durante la noche se lo llevó. Ya descansa en paz. Saludos”. Esto escribió Francisco Moreno McGregror.
Una vida que sólo él supo a su manera cómo vivirla, sortearla, sin muchas oportunidades en el ocaso de su existencia, pero con grandes momentos según conversaba. Llegó a sacarse el gordo de la lotería hasta en dos ocasiones, tuvo un avión y disfrutó años de abundancia que lo llevaron al otro extremo.
En estos tiempos de dificultades, no logramos coincidir más para un desayuno, más en sabadaba mi buen Rudolf, como le nombraba. Éramos amigos, confidentes, obviamente con más de seis décadas a cuestas, lo conveniente, sin exaltarnos, dábamos rienda suelta a la imaginación con notable alegría. Haces falta amigo, descansa en paz y no dejes de leerme y enviarme señales si voy bien o me regreso.
Más historias
CALAVERITA: MIENTE, INSULTA Y SOBAJA
EN LAS TRIPAS DEL JAGUAR: 22 NOVIEMBRE 2024
Que vieja tan terca