Catón
Me pregunto si existen todavía las tarjetas de presentación, ésas que los señores repartían para que los demás supieran quiénes eran, aunque ellos mismos lo ignoraran. Conservo algunas de ellas como curioso recuerdo de pasadas épocas. La de un maestro que había publicado un par de folletos impresos en mimeógrafo: “Profesor Fulano de Tal. Autor de libros”. La de alguien que escribía en los periódicos: “Zutano. Modelador de la Opinión Pública”. Y, objeto de particular aprecio, la tarjeta de don Francisco Gámez Cardona, por todos apreciado, quien a más de ser el gran maestre de los matachines del Ojo de Agua, el más antiguo y tradicional barrio de Saltillo, era cazador y vendedor de pájaros en aquel tiempo en que en todas las casas había jaulas con gorriones, dominicos, cadernales -por cardenales-, verdines o cenzontles, los cuales por acá no se llamaban de ese modo, sino chicos. La tarjeta de presentación de don Pancho, apodado con afecto “La gallina” por su peculiar modo de andar, decía así: “Francisco Gámez Cardona, (a) ‘La Gallina’. Secretario General del Sindicato Nacional de Captores y Expendedores de Aves Canoras, de Ornato y Similares de la República Mexicana”. Pues bien: si aún hubiera tarjetas de presentación la de quien esto escribe diría: “Armando Fuentes Aguirre, (a) ‘Catón’. Editorialista del Grupo Reforma”. En efecto, ser colaborador de esa organización es uno de los mayores timbres de orgullo de que puedo ufanarme. Ayer el periódico Reforma cumplió los primeros 30 años de su edad. Desde la fecha en que empezó a circular, hasta hoy, mis artículos han aparecido cotidianamente en su sección editorial. A lo largo de ese largo tiempo ni un solo día he dejado de enviar mis columnas, igual que en más de 40 años no he fallado nunca en entregar mis textos a “El Norte” de Monterrey, el periódico fundador del Grupo. Pienso que soy el único loco que escribe los 365 días del año, con una excepción: cuando el año es bisiesto, pues entonces escribo 366 días. En ese tiempo he llegado a tener cuatro lectores, aunque haya quienes, con tendencia a lo hiperbólico, digan que son 4 millones. En cualquiera de los casos eso lo debo a Alejandro Junco de la Vega. Mi gratitud para él no tiene límites. De su inacabable generosidad salió el pan para mis hijos, junto con la tranquilidad para la compañera de mi vida y el honor para mí. Es un privilegio escribir en un periódico donde tus opiniones son publicadas sin censura; donde la verdad, la libertad y la responsabilidad marcan el rumbo, y donde los lectores tienen voz y pueden igualmente manifestar sin restricción su pensamiento. No incurro en desmesura si digo que “Reforma”, “El Norte” y “Mural” son pilares de la democracia en México. Su absoluta independencia, su autonomía frente a los poderes públicos, su permanente actitud crítica, su constante exigencia de legalidad, transparencia y honestidad, han hecho de los periódicos del Grupo Reforma baluartes de la libertad, la democracia y la justicia, y les han ganado la confianza y credibilidad de los lectores. Ser parte, siquiera sea mínima, de esa fundamental tarea es para mí motivo de legítima ufanía. Doy gracias igualmente a Alejando Junco Elizondo, a Rodolfo Junco de la Vega, a Ricardo Junco Garza, a Ignacio Mijares. De ellos he recibido siempre estímulo y aliento. Agradezco también su apoyo a mis talentosos editores, que cuidan de que mis escritos estén bien escritos, a más de evitarme descalabros y tropiezos. Que estos fructíferos 30 años de Reforma sean anuncio de muchos más de verdadero periodismo -o sea de periodismo de verdad- en bien de México y de los mexicanos. FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
En la cocina de la casa de Ábrego arde el fuego del hogar. Por eso huele a hogar. He ido al mundo, y a todas partes me ha acompañado la memoria de este aromoso aroma campesino.
En la sobremesa doña Rosa cuenta una de las muchas cosas que se pueden contar de su marido. Las que no se pueden contar se las guarda como buena esposa.
-Vino un gringo a comprarle un chivo a Abundio, y le pidió que se lo hiciera en barbacoa, pues en dos días más tendría una fiesta. Abundio le dijo que se lo tendría para entonces, y el gringo le pagó el chivo y el trabajo. Me sorprendí, pues no teníamos ningún chivo. En eso aulló un coyote cerca. Abundio dijo: “Pobre coyote. No sabe que mañana se va a convertir en chivo”.
Todos reímos, menos don Abundio, que se atufa. Masculla:
-Vieja habladora.
Ella figura el signo de la cruz con los dedos índice y pulgar, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!…
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