Carlos M. Urzúa
Entre los niños y jóvenes mexicanos hay muchos con gran talento que logran sobresalir en las ciencias, a pesar de nuestro sistema educativo. En el caso de las ciencias exactas, por ejemplo, el aguascalentense Rogelio Guerrero acaba de ganar, a sus 17 años, una medalla de oro en la 64 Olimpiada Internacional de Matemáticas en Japón.
A sus nueve años, el hidalguense Roi Monroy es campeón mundial de aritmética. Y tres estudiantes de secundaria, de otras tres entidades de la República, triunfaron en la reciente olimpiada de matemáticas en Costa Rica.
Pero, a decir verdad, el desempeño promedio, no individual, de los estudiantes mexicanos nunca ha sido sobresaliente. No, al menos, de acuerdo con los estándares internacionales.
El acrónimo PISA, que a primera vista parece raro, designa en inglés el llamado Programme for International Student Assessment. En español, este Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, auspiciado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, pretende valorar la formación educativa de los alumnos a nivel mundial.
Lo hace mediante un examen que se aplica cada tres años a una muestra, en cada país, de los niños que están concluyendo su secundaria. Dicha evaluación cubre las áreas de lectura, matemáticas y competencia científica.
Desde que fue creado el programa, México siempre había participado en esa evaluación trienal. Pero, como uno esperaría de los “expertos” (es un decir) de la llamada “Nueva Escuela Mexicana” (vaya despropósito), las autoridades decidieron que no se participara en dicha evaluación a partir del año 2021.
La última prueba de PISA en la que estuvo nuestro país, en 2018, ya había dado resultados preocupantes, especialmente en el caso de las habilidades de los niños mexicanos en el área de matemáticas. En esa disciplina, Japón, Corea del Sur y Estonia ocuparon los tres primeros lugares entre 83 países. México y otros dos países latinoamericanos ocuparon los tres últimos.
Así que ya podemos conjeturar lo que nos espera si no se revisan con extremo cuidado los nuevos libros de texto gratuitos. La Secretaría de Educación del Estado de Guanajuato lleva ya contabilizados 430 errores en los libros de la “Nueva Escuela Mexicana”.
Pero eso no es todo, ojalá lo fuera. Basta hojearlos, especialmente los de las asignaturas básicas, para darse cuenta de que Marx Arriaga y secuaces no tienen la más remota idea de lo que significa la pedagogía.
Pero todo puede enmendarse. Con el liderazgo de verdaderos expertos en educación, que por fortuna no faltan en este país, pueden publicarse libros adecuados para la niñez. Más aún, en esa tarea puede ayudar la propia Academia Mexicana de Ciencias.
En efecto, la academia acaba de publicar un desplegado en el que establece su mejor disposición para revisar esos textos, así como para “elaborar propuestas que subsanen las fallas y apoyen la calidad de la información científica” de los libros.
Sobra añadir que no pocos mexicanos estarían dispuestos a tomarle la palabra a la AMC, aun si eso implicase no distribuir los libros de texto y usar los anteriores (nada malos, por cierto).
Los funcionarios se opondrán arguyendo que eso representaría un gasto extra. Pero eso representaría una erogación pequeña, minúscula, comparada con los gastos que hacen en Palacio Nacional para alimentar a sus elefantes blancos.
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