Jorge Zepeda Patterson
Al observar el callejón sin salida al que se está metiendo Marcelo Ebrard da la impresión de que en ningún momento le pasó por la cabeza que podía ser vencido en la lucha por la candidatura presidencial de Morena o que, si llegó a pensarlo, prefirió ignorarlo. Salvo que tenga bajo la manga algún as que nadie vimos, todo indica que nunca preparó un plan B. Algo sorprendente considerando la larga experiencia del excanciller.
La indignación frente a su derrota parecía la puesta en escena estratégica para dar paso a una opción preparada de antemano; quizá una candidatura independiente o el abanderamiento de Movimiento Ciudadano. Pero la primera alternativa ya caducó y la segunda se está cerrando por iniciativa de los dos alfiles de MC, Enrique Alfaro y Samuel García, nada entusiasmados por la posibilidad de que la corriente ebradista se quede con el juguete.
Hoy sus opciones parecerían reducidas a un exilio interno dentro del obradorismo, que le haría el vacío sin expulsarlo o, de plano, peregrinar desde abajo para formar en solitario un nuevo partido. Lo que está claro es que no preparó una salida exitosa frente al inminente resultado.
¿A qué me refiero? Por un lado, a la ya mencionada candidatura de MC, que al parecer nunca fue negociada. Por otro, a la inversión al mediano plazo: el segundo lugar en la encuesta tenía asegurada la coordinación del Senado el próximo sexenio. Si la relación entre corcholatas hubiese sido menos hostil, Ebrard podría haberse mostrado como un aliado natural de Claudia Sheinbaum para apoyar su gobierno desde el poder legislativo, pero con amplios márgenes de autonomía.
Sheinbaum necesitará una fina operación política en las Cámaras, algo que Ebrard podría haber gestionado. Si Ricardo Monreal con menos habilidades y frente a un Presidente tan dominante tuvo un destacado protagonismo estos seis años, Ebrard pudo haberse convertido en un poder paralelo, útil y necesario, sin necesidad de confrontar al Ejecutivo.
Desde esa posición podría haber preparado una candidatura atractiva para 2030, asumiendo que para entonces los aires dominantes en el país soplarían ya hacia el centro. Sin embargo, estas opciones fueron dinamitadas por su obstinación en vencer a Sheinbaum a cualquier costo. Ahora mismo no se entiende del todo la pretensión de desbarrancar el proceso interno buscando una supuesta reposición de la encuesta, que todo mundo sabe que volvería a perder.
Lo anterior tendría que ser también una lección para Xóchitl Gálvez. Cuando se le preguntaba a Ebrard qué haría si perdía la elección interna él respondía, con mucha razón, que eso no sucedería porque iba a ganar la encuesta. Decirlo, era lógico; creérselo, no tanto. Xóchitl Gálvez y el Frente Amplio asegurarán durante los próximos ocho meses, con una convicción indeclinable, que sacarán del poder a la 4T. Pero más allá del intenso deseo que abriga un tercio de la población y buena parte de los círculos mediáticos, los números simplemente no dan para que eso suceda.
Los niveles de aprobación de López Obrador por lo visto no van a cambiar, y difícilmente lo hará la intención de voto que, durante los últimos dos años coloca a Morena y a sus aliados muy cerca del 50% de la votación. La presencia de un tercer candidato, el de Movimiento Ciudadano, rasura las expectativas de la oposición para quedarse con la otra mitad.
La ventaja de Claudia en los sondeos desde hace meses está instalada en 20 puntos de ventaja sobre los aspirantes del PAN y del PRI y aunque descendió en la emergencia inicial del fenómeno de Xóchitl, tras la espuma se ha estabilizado en 15 a 18 puntos. Y más significativo es que el balance entre positivos y negativos en la percepción de ambas es mucho más favorable para Claudia, un indicador de lo que una y otra podrían crecer.
En suma, no es imposible cambiar esas inercias, pero son márgenes que escapan al efecto de una campaña supuestamente exitosa, sea blanca, sucia o una mezcla de ambas. Durante cinco años en términos mediáticos se ha intentado todo en contra de la imagen de López Obrador y los esfuerzos para “desenmascarar la manipulación de la que han sido objeto las mayorías” han fracasado.
Difícilmente un escándalo vendrá al rescate mágico de la oposición, toda vez que la popularidad del obradorismo ya resistió varios de ellos. Y quizá más importante aún, la economía está creciendo más de lo esperado; una tasa por encima de 3% para este año (Estados Unidos 1.8 y Europa 0,8) y una sensación de mejoría generará un ambiente propicio para la continuidad.
Y eso por no hablar de las dificultades para montar una estrategia atractiva por parte de una alianza ideológicamente tan variopinta como el Frente Amplio o construir una imagen sólida para efectos de la gobernabilidad de parte de una candidata cuya virtud es el desparpajo de cara a la tribuna. La prudencia de la que está haciendo gala Claudia Sheinbaum en sus encuentros con los sectores empresariales, llevaría a muchos inversionistas a asumir que la apuesta por la estabilidad podría pasar, paradójicamente, por una segunda versión de la 4T desprovista ya de su carácter verbal beligerante. O dicho de otro modo, ¿qué garantías habría de que un triunfo inesperado de la oposición no genere inestabilidad producto de las movilizaciones de mayorías inconformes?
Así pues, para la oposición el escenario esperable en la elección presidencial es la derrota. El tema para el Frente Amplio es cómo aprovechar la candidatura de Xóchitl para hacer avanzar los otros objetivos: alguna gubernatura y, sobre todo, la composición de las Cámaras, desde donde la oposición puede matizar los límites y alcances del futuro gobierno.
De entrada, extraer a Xóchitl de la competencia por la Ciudad de México constituyó un enorme sacrificio porque era la candidata más viable. Una jugada con la cual podrían haber perdido la capital. Siendo así tendrían que intentar sacar lo más posible de la candidatura de la hidalguense. Pero como los recursos mediáticos, políticos y económicos de una campaña nacional son limitados, tendrán que diseñar muy bien la estrategia para optimizar los otros objetivos que sí se pueden alcanzar. Es decir, determinar correctamente en qué ocasiones Xóchitl es un ancla que ayuda a otras candidaturas y en qué otras distrae recursos o daña la imagen de un senador potencialmente exitoso.
Eso en lo que respecta al Frente Amplio. Otra cosa será para Xóchitl. Las elecciones presidenciales no son un podio olímpico. El segundo lugar no se lleva medalla de plata, con frecuencia se convierte en una figura incómoda para sus propios partidos, una vez pasada la contienda. Allí están los casos de Josefina Vázquez Mota, Labastida Ochoa y en cierta forma Cuauhtémoc Cárdenas. Espero que Xóchitl ya haya pensado su plan B y no termine habiendo sido sacrificada y desechada.
@jorgezepedap
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