Sebastian Korczak
Y TÚ, ¿QUÉ HAS APRENDIDO?
La pandemia cambio mucho, o para algunos todo. Sin duda no nos dejó indiferentes. Llevamos un tiempo largo, incierto, lleno de incertidumbres y aun no acaba. Tanto, que se habla de educar en este modo de acometer la vida y de vivirla. Tanto, que hay huellas, más o menos profundas, que nos ha dejado marca para largo o para siempre.
En todo este tiempo, las mascarillas con las que hemos cubierto cara y gesto, nos han acompañado. Las mascarillas se convirtieron en nuestro rostro, imagen. A veces agradecidas, casi siempre molestas, pero ahí han estado. Nos han dejado esconder cosas, mostrar otras, descubrir miradas, interpretar maneras, gestos, adivinar rostros, completar caras, etc.
Esperemos que pronto llegue su fin, que termine esa etapa difícil, una forma de vivir extraña. Ojalá pronto volvamos a la normalidad, a pesar de que se ha hablado mucho de la “nueva normalidad”. ¿Es nueva? ¿Tan nueva? ¿Hemos dejado que lo sea realmente? ¿Si nos abandonan las mascarillas nuestras relaciones serán más relajadas, nuestros temores menos intensos?
¿A golpe de esa dura realidad, tan fría e impersonal, descubrimos nuestra fragilidad y realidad como seres humanos? ¿En todo este tiempo qué es lo que hemos aprendido? Hace poco, en unas de las conversaciones amigables con un vecino, tocamos ese tema interesante: ¿qué he aprendido en esos últimos 26 meses? Ahí van algunas respuestas:
He aprendido a esperar lo inesperado, lo incierto y lo inédito. Es increíble como los romanos tenían razón en su “Festina lente”. Esperar es un proceso que hay que saber vivir y darle un sentido profundo.
He aprendido que, a veces, quedarse en casa supone libertad, y a veces salir de ella te llena de ataduras. Es increíble poder disfrutar de cada milímetro de mi casa, jardín, y sentirlos parte de mi ser.
He aprendido que la distancia es más mental que física. Tener tiempo para poder conocerse a sí mismo, a los demás, ayuda a romper las distancias.
He aprendido que hay dolores que no se consuelan con cualquier palabra. Ellas tienen mucho poder pero sin gesto, ejemplo, se quedan vacías.
He aprendido que para crecer no hace falta correr. Tiempo al tiempo, me repetía siempre mi amigo. Por fin entendí que parar también puede significar un avance y un progreso.
He aprendido que la vida es dura, y aún así la única salida es acogerla, aceptarla y comprometerse con ella, tal como viene. Sin dolor no hay crecimiento.
He aprendido el inmenso valor del humor y del buen talante. Un encuentro o un simple saludo y sonrisa puede cambiar mucho. La mejor manera de vivir es la sencillez.
He aprendido que por mi casa también corre el aire, y que ese aire es tan fresco como yo deje que lo sea, mientras fluya.
He aprendido que ni te imaginas lo que el otro está viviendo, y que la realidad del otro supera la ficción. Vale la pena.
He aprendido que el amor vence siempre y he aprendido a confiar más en Dios, porque él siempre tiene la última palabra.
He aprendido el placer de las cosas pequeñas y sencillas. La sonrisa está más en los ojos que en los labios.
He aprendido a mirar con buenos ojos, porque cuando no ves el rostro de alguien, te lo imaginas, y cuando te lo imaginas, ideas la mejor versión del otro.
He aprendido del dolor de los niños, de los adolescentes y de los mayores, pero también de su fortaleza y sabiduría para salir adelante.
He aprendido que lo largo cansa, y aún así hay que seguir caminando. Siempre se abre algún nuevo horizonte, somos caminantes y simplemente hay que levantar la cabeza y observar lo que tienes delante, alrededor y atrás.
Finalmente he aprendido, como decía Antoine de Saint-Exupéry que “El futuro no es sino el presente pendiente de ordenar. No tienes que preverlo, sino permitirlo”. Y tú, ¿qué has aprendido?
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