Mariano Espinosa Rafful
“Cuando se trata de dinero, todos somos de la misma religión”.
Voltaire.
Quién de los que se han enlistado en las hasta ahora dos opciones políticas, que no prácticas, tiene los tamaños para los problemas que aquejan al país desde hace décadas, con soluciones poco prácticas, más bien cosméticas, y dar respuesta a millones de personas en pobreza extrema y al margen de la seguridad.
Tenemos las elecciones en México en poco menos de un año, el primer domingo de junio de 2024, y la entrega de la banda presidencial y sus implicaciones, por vez primera para una mujer, o la correlación de fuerzas que se notan, del vecino de la frontera norte, será determinante como en 1994 o el 2000.
Nuestra democracia está a prueba, la electoral está siendo reprobada en la realidad, porque no consideramos se deban callar las voces, sino ser más puntuales en los ordenamientos legales, que no legaloides, y se cumplan los tiempos y los preceptos, el adelantar es sinónimo de polarización, encono y marginalidad.
Cada mundo pareciera para los políticos de ocasión, les representa un color, una opción de continuismo, de una renta para la subsistencia en lo superlativo de la desigualdad, sin aterrizaje en tierra firme. Pareciera que levantan tres milímetros y se descuadran en el país del nunca jamás.
En una de las esquinas el favoritismo oficial acotado hoy por el INE, con Claudia, Marcelo y Adán en un orden de ideas sin presente, cargado de revanchismo morenista por los diferentes perfiles que acompañan sus aspiraciones, más apegados a un liderazgo en ciernes, en un franco descarrilamiento, y por otro lado el siguiente análisis.
Lo mediático suele ganar espacios de atención, pero no basta con las intenciones, sean del color que usted ejemplifique, marginalmente Movimiento Ciudadano, un naranja descolorido, que espera dar el zarpazo al mejor postor, como antaño el PT y el Verde Ecologista, rémoras político-electorales al servicio de unos cuantos.
Xochitl Gálvez no representa al mexicano que se queja por las injusticias, esos miles y miles que han muerto y cuyos deudos ya no reclaman seguridad, sino justicia, miles y miles de desaparecidos, en un territorio nacional cada vez menos transitable, más violento, más armado, mayor impunidad, menos transparencia en las cifras rudas y cruentas de una guerra no declarada pero sí establecida hace más de 10 años en varios Estados entre grupos delincuenciales.
No hay propuestas ni tregua a la vista del México manchado de sangre, sin revolución, sin escapatoria de la muerte, sin salidas de emergencia, sin lealtades, en una opacidad propia de las dictaduras, así lo veo, lo siento, lo vivo a diario.
Una democracia cuestionable, cuesta arriba, donde la competencia no brinda certezas, en la opulencia, viviendo en una danza de millones, mientras en los bajo puentes de la capital del país, la limosna no alcanza para el frío de las banquetas, ni el cartón de las sábanas.
Vaya que hemos despertado más realistas hoy, sin matices, porque observamos muy distantes a los que aspiran a intentar gobernar un país, sin convencer a un electorado hasta cierto punto cautivo, porque la democracia es dirigida, solía decir un tío mío, que en la política todo está definido antes de saberse públicamente.
Gane quien gane esta primera etapa en los dos extremos del oscurantismo nacional, llamado sin lugar a dudas inédito, por los tiempos y las no propuestas, entre el 3 y 6 de septiembre próximo, el debate será otro, desviando aún más de la contienda las alternativas de nación que deseamos construir.
Los ciudadanos de a pie queremos estar mejor, vivir en armonía, sin falsos triunfalismos y sin esperanza como palabra de magia y desencuentro, sino de certidumbre social, laboral y alimentaria al menos.
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