José Carreño Carlón
La resurrección de los trenes. En México los trenes de pasajeros forman parte de la nostalgia o el imaginario de los mayores de 50 años. El anhelo de su restauración suele ser producto de evocaciones infantiles, de fantasías de la niñez recreadas en la conversación de los ancianos. O de ensueños, de esos que magos y demagogos suelen hacer aparecer al alcance de la mano. Pero a todas luces inviable con los recursos actuales y la actual infraestructura ferroviaria; a su vez, ésta, imposible de modernizar en los de diez meses que quedan de aquí a la trasmisión del poder presidencial.
Es probable que el proyecto no sólo provenga del pensamiento utópico del Presidente. Ni solamente de su decisión de dejarle una carga más a su sucesora. Ni que se trate sólo de un empeño de tocar fibras de sentimientos arcaicos con fines electorales. Tampoco de la pretensión de integrar la resurrección de los trenes de pasajeros a la lista de sueños que los libros de texto —sutil o grotescamente— le inculcan a la niñez mexicana, como la recuperación de la ‘otra mitad’ del territorio nacional perdida ante Estados Unidos. O del oro que se llevaron los españoles en la Colonia o, al menos, del penacho de Moctezuma.
Hay otra posibilidad. Dado el rencor con que AMLO se ha referido repetidamente contra la privatización y la internacionalización de los ferrocarriles mexicanos, en la presidencia de Zedillo, quizás no sería forzado ligar la fantasía del infante y su añoranza de los trenecitos, con la fijación expropiatoria del adulto mayor.
Dichos contra hechos. En clave de ultimátum, en efecto, el decreto del Presidente les plantea perentoriamente a los actuales concesionarios privados —nacionales e internacionales— que en el ya muy próximo enero expresen su disposición de agregar a sus actuales servicios de carga, el de pasajeros. De lo contrario, les advierte, el servicio pasaría a las Fuerzas Armadas. No se necesita ser adivino para ver en esta advertencia a un Presidente a la caza de la oportunidad o del pretexto para re expropiar los ferrocarriles, como lo hizo el presidente Cárdenas, para acreditar su presencia en los libros de historia junto al gran expropiador.
Aunque quizás no tenga que hacer nada, dado el giro que están retomado algunos medios —impresos y electrónicos— de dar por hechos los dichos de un Presidente con más de cien mil afirmaciones falsas contabilizadas por Luis Estrada en SPIN. Allí van dos ejemplos de ‘cabezas’ principales de diarios de ayer: ‘Regresan los ferrocarriles de pasajeros’; ‘Confirmado, el regreso del tren de pasajeros en siete rutas del país’. La verdadera ruta es la de las dictaduras de opinión. Va de las fantasías de un líder supremo a la alucinación demencial de una colectividad, por el control de la comunicación.
Desconfianza en la sucesora. Aparte de la carga de los eventuales trenes de pasajeros y de otras gravosas herencias, la que seguro le dejará el actual Presidente a su sucesora (Xóchitl o Claudia), será la de una ministra de la Corte que le correspondía gestionar a la nueva titular del Ejecutivo. La autodegradación de Zaldívar alcanzó cotas insospechadas. Renunciar a su sitial de ministro de la Corte trece meses antes de ver concluido su ciclo, conforme a la ley, fue su regalo de despedida a su jefe, un Presidente que está a diez meses de agotar su propio periodo constitucional.
AMLO cruzará así el linde de su sexenio e invadirá el siguiente al colocar en el tribunal constitucional a una militante adicta a su persona y a su causa. Con la procacidad de la terna propuesta para ocupar el lugar del dimitente, quedó al descubierto la desconfianza en que su sucesora, incluso su candidata, promueva a una ministra sospechosa de independencia y de apegarse a la ley, y no a una incondicional del Ejecutivo de salida.
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