Catón
Difícil arte es el de la pintura, incluso si es abstracta. La poesía tiene también dificultades grandes, pues el poeta actual debe esforzarse en que no se le entienda. La música es tan compleja que el mayor diccionario que sobre música hay, el Groves, no define la palabra “música”. Existe, sin embargo, un arte más complicado y dificultoso que todos los demás, y que requiere de sobrehumano ingenio en quienes lo practican. Es el arte de vivir sin trabajar. Conozco a varios especímenes que han conseguido dominar esa rama de la inactividad humana. En toda su desgraciada vida no completan un turno de ocho horas de trabajo. Los admiro grandemente, pues se las arreglaron para librarse de la maldición divina que condenó al hombre a ganar el pan con el sudor de su frente. Por regla general esos eminentes haraganes tienen agradable trato. Bien se ha dicho que no hay pillo que no sea simpático. A todo mundo le caen bien, porque como no hacen nada no dañan ni molestan nunca a nadie. ¿De qué viven? De milagro, como si una oculta y compasiva providencia mirara por ellos. Tienen amigos dinerosos que los protegen, o se juntan con alguna dama necesitada de compañía a cambio de la cual les dan techo, comida y algunos pesos para cigarros y café. No causan mal a nadie, lo cual es gran virtud en estos tiempos. Y en cualquiera, añadiría yo. En este punto evoco al tipo aquel que se consiguió una carta de recomendación de un político importante, y armado con ella se presentó en una dependencia púbica y le pidió un empleo al jefe. Impresionado por la firma del recomendante el funcionario le dijo al individuo: “Cuente usted con el trabajo. Puede empezar mañana mismo. Su horario será el de la oficina, de 8 de la mañana a 3 de la tarde”. Preguntó el tipo: “¿No me van a hacer examen médico?”. “No es necesario —replicó el director—. Y con la carta que usted trae menos”. Dijo con algo de temor el hombre: “Le pregunto lo del examen médico porque tengo una deficiencia física que podría ser causa de problema”. “No lo creo —manifestó el otro—. Pero si quiere dígame qué deficiencia es ésa”. Declaró el solicitante: “Sucede que no tengo testículos. Soy hombre, ejerzo como tal, pero nací sin tales atributos. Dígame si eso es impedimento para que me dé el empleo”. “De ninguna manera —respondió el director—. Ya se lo dije: cuenta usted con el empleo y empezará a desempeñarlo mañana mismo. Eso sí: hay un pequeño cambio en lo que se refiere a su horario de trabajo. En vez de que venga usted de 8 de la mañana a 3 de la tarde vendrá de 11 de la mañana a 3 de la tarde”. “¿Por qué?” —se extrañó el individuo. “Es que, mire —le explicó el funcionario—. En esta oficina de 8 a 11 nos la pasamos rascándonos lo que a usted le falta. No tiene caso que venga en esas horas”… Por medio de mensajes, o de viva voz, no pocos empleados y empleadas de dependencias del Gobierno Federal me han dado a conocer el hecho de que las oficinas a las que están adscritos se encuentran en plena inactividad por falta de recursos para llevar a cabo sus funciones, pues sus presupuestos les han sido recortados en forma drástica, y carecen incluso de lo más indispensable para trabajar. De ahí que la 4T se disponga a endeudar más a este país, porque las obras suntuarias del régimen, las dádivas debidas a la clientela electoral del caudillo y los gastos legales y extralegales de las campañas políticas del año próximo exigirán recursos más cuantiosos que los disponibles. Se aplicará entonces el principio según el cual hay que hacer lo que se debe aunque se deba lo que se hace. Y quien venga atrás que arree. Repitámoslo una vez más: estamos ligeramente jodidísimos… FIN.
Manganitas
AFA
“… Teme París al terrorismo…”.
Creo que Francia exagera
al sentir ese temor.
Acá tenemos terror
cada día en la mañanera.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Hay ángeles de la guarda ineficientes, como los de los Kennedy.
Otros en cambio, cumplen a cabalidad su labor protectora. El mío, por ejemplo, me ha arrebatado no pocas veces a la muerte, que me tenía ya en sus manos por causa de supinas imprudencias mías, como la vez que de niño trepé a escondidas por la escalera de caracol que conduce al campanario de la catedral de mi ciudad, y saqué más de medio cuerpo por un tragaluz a 20 metros sobre el suelo, pensando que había llegado ya a lo alto. Me habría precipitado al vacío de no ser porque mi ángel custodio me agarró por la pretina del pantalón y me jaló hacia adentro.
Escucho ahora, preocupado, que los ángeles guardianes se han puesto en paro indefinido. Tienen exceso de trabajo, se quejan. Las guerras, el terrorismo, las violencias criminales hacen que no puedan ya cuidar cada uno a una persona. Se necesitan por lo menos tres para velar por un solo hombre, y cinco para dar protección a una mujer.
¿Cuánto durará esa huelga angelical? Entiendo que es permanente.
Seamos cuidadosos, entonces. Ya no tenemos ángel de la guarda.
¡Hasta mañana!…
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