Emilio Rabasa Gamboa
La historia de México está plagada de oscuros periodos de simulación política extendidos por muchos años.
Santa Anna en sus Siete Leyes y sus Bases Orgánicas incluyó la división de poderes, no obstante, su “Alteza Serenísima” a diario la pisoteaba. Así mal gobernó a México por 23 años, hasta que la Revolución de Ayutla detuvo esa farsa.
Porfirio Díaz condujo a México con una dictadura por más de 30 años con la fachada vigente de la Constitución de 1857 que claramente establecía (art. 40) que era voluntad del pueblo constituirse en una República representativa, democrática y federal hasta que Madero, delató esa farsa en “La Sucesión Presidencial de 1910” y una cruenta revolución hizo prevalecer la verdad de esa patraña.
A partir de 1929 con el PNR de Calles, luego PRM y PRI, hasta fines de los sesentas, México vivió la permanente contradicción entre su texto constitucional que establecía el carácter democrático de la República (art. 40) y un sistema de partido hegemónico por el que un solo hombre, el Presidente, decidía su sucesión, y la colonización casi total del Estado. Fue el movimiento de 1968 que desenmascaró esa pantomima al costo de la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre, y de nuevo, con violencia el país regresó a la realidad.
Si sumamos todos esos episodios, hasta nuestra transición democrática con la alternancia del Ejecutivo Federal en el año 2000, encontramos que en dos siglos de vida independiente casi 130 años el país vivió en la simulación política, en relación con lo que establecía su Constitución.
Ahora resulta que no hemos aprendido las lecciones de nuestra propia historia y vivimos una nueva simulación: campañas electorales que no son campañas, candidatos que no lo son, sino aspirantes a Coordinador de la Defensa de la 4T, no obstante que sus principales figuras (Sheinbaum y Ebrard) han declarado abiertamente que buscan la candidatura de Morena a la Presidencia de la República. Simulacro que pretende lo obvio: evitar la flagrante violación a la legislación electoral que señala los tiempos de precampañas hasta noviembre.
En 2007 se publicó en el DOF una reforma constitucional de todos los partidos políticos, que se propuso disminuir los tiempos excesivos de campaña; para presidente, senadores y diputados no más de 90 días, y la intermedia a 60. Las precampañas no pueden exceder de dos terceras partes de los tiempos de las campañas (dos meses). Esto con el fin de garantizar equidad en la contienda.
Esto quiere decir que, si incluimos las ya campañas de Morena para tener candidato en septiembre, duplican los tiempos legales de campaña (otros 90 días, de junio a agosto) y exceden en casi 40% el de precampaña.
Todo esto es consecuencia del diseño sucesorio de AMLO caracterizado por el control absoluto del proceso electoral. La escuela de Luis Echeverría cuando decidió lanzar a sus seis “corcholatas” (Moya, JLP, Porfirio, Augusto Gómez Villanueva, Carlos Gálvez Betancourt y Hugo Cervantes del Río) por conducto del Ing. Leandro Rovirosa Wade.
Ahora con Mario Delgado, curiosamente también seis morenistas. Fijar el escenario y los tiempos, como lo decidió AMLO desde el cónclave/cena en la casa Porrúa, para finalmente destapar al sucesor, como seguramente será el caso, mediante una simulada encuesta.
Hoy a la simulación política se le llama posverdad, “una forma de supremacía ideológica a través de la cual sus practicantes intentan obligar a alguien a creer en algo, tanto si hay evidencia a favor de esa creencia como si no. Y esa es la receta para la dominación política” (Lee McIntaire).
La posverdad es sumamente peligrosa. Cuando el presidente sudafricano Thabo Mbeki afirmó que los antivirales eran una conspiración occidental y el ajo y limonada curaban el SIDA, murieron más de 300 mil personas (ibid.)
Ojalá podamos evitar una catástrofe con la nueva simulación de la posverdad electoral en curso. El engaño siempre termina mal ya que la verdad siempre aflora.
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