La conducta personal de la Tía Rata no cambió al pasar de representante popular a gobernante de su reino. Continuaron los derroches, las frivolidades, la frecuente ausencia de sus obligaciones laborales, los viajes y lujos con cargo al erario… y su pasión irrefrenable por el adorado Romeo de sus sueños de Julieta.
Se ausentaba cinco días a la semana del Palacio Real sea para viajar a ver a su amado hasta la embajada bananera donde representaba al imperio, sea en la Ciudad de los Palacios donde tenía su sede el emperador, y florecían también los negocios mal habidos de la hija del cacique o en algún refugio encantador y romántico de cualquier lugar del planeta para sus inenarrables encuentros amorosos.
Todos esos viajes y ese romance exagerado, propiciaron que los asuntos del reino de la Culebra y la Garrapata quedaran en el abandono. Los jefes de despachos del Gobierno de la Tía Rata se aprovecharon de ese ausentismo e hicieron de las suyas para apoderarse del tesoro real, transferirlo a sus cuentas privadas, y maltrataron a los nativos, a quienes nunca atendían o a quienes engañaban con el añejo pero funcional cuento de que “no hay dinero”.
Así las cosas —disertaba Don Julián ante un selecto auditorio que cada día se interesaba más en sus crónicas— los destinos del reino de la Culebra y la Garrapata se fueron yendo a pique; no se notaba la mano de la gobernante, no había ayuda a los más pobres, los asesinatos, robos, extorsiones, abigeato, etcétera, iban en aumento en la misma proporción que crecía la inconformidad e indignación popular.
Lo peor es que se acercaba el día en que la Tía Rata debía presentar su informe anual de resultados, y en el recuento descubrió que no había nada qué presumir. Sus asesores le aconsejaban que en lugar de “informe” organizara una fiesta popular, con danzas exóticas y finas viandas para sus invitados, (entre ellos y como personaje central el Romeo de sus fantasías), y como principal mensaje de su Gobierno volver a acusar a sus antecesores de que se habían robado todo.
Así lo hizo, solo que en plena fiesta constató que el pueblo no estaba satisfecho con el espectáculo circense y decidió lanzarse de lleno a la consumación de su obsesiva meta, así que en medio del evento se dirigió hacia su obsesión amorosa para recitarle poesías, declararle públicamente su amor, y proponerle ante el pueblo absorto y estupefacto, que se casara con ella.
Le puso fecha a la boda del año y dijo que sería el día que el Tatich Presidencial viniera de gira al reino para poner en marcha una de sus obras emblemáticas que era el Ferrocarril que uniría a las poblaciones de los reinos peninsulares.
Pero el aludido no respondió con entusiasmo. Pálido y tembloroso porque se sabía el centro de la atención de todo el conglomerado, solo atinó a ponerse de pie y a esbozar una enigmática mueca que le compite al de la Mona Lisa, y del que aún nadie ha logrado una adecuada traducción.
¿Qué quiso decir el Romeo de los sueños de la Ratota con su gesto adusto? ¿Con su silencio sepulcral?
Nadie lo sabe. Solo se cuenta que ese mismo día abordó un avión para regresar a la embajada de una nación tropical a cumplir con sus funciones en la embajada y se resguardó de toda comunicación con su Dulcinea que la había ridiculizado públicamente…
(Continúa…)
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