Jorge Castañeda (*)
En 1980, Joe Biden tenía 37 años, y había sido senador desde los 31. Ya llevaba siete años en Washington, y siguió de cerca el mandato de Jimmy Carter, recién enviudado, que hoy casi cumple cien años de edad, siendo el expresidente más longevo en la historia de Estados Unidos. Es poco probable que ahora conversen mucho; aunque Biden es muy deferente con todos sus predecesores salvo Trump, Carter se encuentra ya bajo cuidados paliativos en su domicilio, y dudo que se halle en condiciones de un intercambio sustantivo con el actual ocupante de la Casa Blanca. Pero si la conversación tuviera lugar, puedo imaginar uno de los posibles temas de interés común.
Carter le recordaría a Biden que son pocos los presidentes en funciones que no se reeligen, pero en tiempos recientes ha aumentado el número: el propio Carter, en 1980, George H.W. Bush en 1992, Donald Trump en 2020. Aguas, aún olvidando al primer fracasado del siglo veinte: Herbert Hoover en 1932, por su pasividad ante la Gran Depresión. Se podría incluir a Harry Truman, en 1952, que no se presentó a lo que hubiera sido su segunda elección, y Lyndon Johnson, que tampoco lo hizo en 1968.
El cacahuatero de Georgia hubiera enseguida compartido con Biden su explicación de los tres factores que condujeron a su derrota frente a Ronald Reagan: la inflación de finales de los años setenta, la crisis de los rehenes en Irán, y en menor medida, el éxodo cubano de Mariel, durante el verano del año electoral.
Biden seguramente respondería que aquel episodio se mantenía en su memoria, junto con el de otros balseros cubanos, en agosto de 1994, sobre el cual conversó en varias ocasiones con Bill Clinton. Sabía perfectamente bien que escenas como esas, en octubre —el mes de las sorpresas electorales, en Estados Unidos— de 2024, podría destruir sus posibilidades de repetir en la Presidencia. Estaba dispuesto a evitarlo a toda costa.
De allí, si los partidarios de López Obrador no lo han entendido, el comportamiento lisonjero de Biden con su homólogo mexicano, tanto ahora en San Francisco, como antes en México. Entiende, que como buen gobernante autoritario y tropical, López Obrador es fácil de halagar, incluso recurriendo al truco más viejo de la diplomacia: evocar el encanto que el mexicano ejerció con Jill, su esposa. “No hay mejor socio que usted”; “agradecemos la contención de los migrantes”; “sé que es difícil para México”: la reelección bien vale unas cuantas mentiritas.
El mandatario estadunidense se muestra dispuesto a perdonarle todo a López Obrador, desde el incumplimiento del TMEC en materia de maíz y energía, hasta su simpatía por Hamas, pasando por su romance con Cuba y las embestidas contra la democracia mexicana. Hasta puede pasar por alto la relativa debilidad del esfuerzo de México contra el fentanilo: Washington insiste en ello cada vez que puede, pero no se muere en la raya.
No obstante, tal vez Biden le formularía una pregunta compleja a Carter, tomando en cuenta que el sucesor de Gerald Ford se reunió en varias ocasiones con Fidel Castro después de su presidencia. ¿Castro auspició el éxodo de Mariel, con plena conciencia de las consecuencias electorales que podía arrojar para Carter? ¿O alentó la salida de más de cien mil cubanos hacia Miami exclusivamente por motivos internos, sin preocuparse ni un segundo si podía contribuir a la elección de Ronald Reagan?
En el fondo ¿Fidel prefería a Reagan, el enemigo acérrimo de la URSS y de Cuba, que a Carter, que dio varios pasos hacia la normalización entre Washington y La Habana? Imposible saber qué hubiera respondido Carter… pero podemos suponer que la pregunta de Biden no partía de simple curiosidad intelectual. El exsenador y vicepresidente comprende que su vecino mexicano puede abrir y cerrar el grifo de los flujos migratorios como se le da su regalada gana, al igual que Fidel, y ahora Raúl.
Biden entonces sólo podrá interrogar a los analistas, sicólogos y siquiatras de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, y quizás a uno que otro mexicano al que le tenga confianza. ¿A quién prefiere López Obrador? ¿Al demócrata, al que lo ha tratado bien, al que aterrizó en Santa Lucía y lo trepó a su limosina que probablemente requirió de alineación, balanceo y ajuste de maquina después del recorrido por los arrabales del norte de la ciudad? ¿Al que le cayó bien a Jill? ¿Al que lo trató con deferencia y fue hasta zalamero con el? O ¿al republicano, que lo amenazó con aranceles, que humilló a su canciller, que ofendió a sus connacionales, que contempló la posibilidad de revocar el TLCAN y bombardear los laboratorios de fentanilo en Sinaloa? ¿Qué contestarán la CIA, INR, NSA, la Embajada y el hipotético mexicano? Go you to know.
(*) Excanciller de México.
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