¿Ya se dieron cuenta que durante los días que permanecieron en paro de protesta los soldados del reino, disminuyeron los robos a transeúntes, a comercios y a casas habitación, así como las llamadas de extorsión provenientes de otras regiones del país?, preguntó don Julián en su charla vespertina con sus seguidores.
Todos asintieron con la cabeza y alguien entre la audiencia preguntó a qué le atribuía el senecto exsirviente de la mansión blanca del Sátrapa Negro, ese fenómeno que no es muy común, sobre todo porque se supone que no había patrullas ni motocicletas en las calles para prevenir la comisión de delitos.
—Causas hay bastantes —pontificó el senecto charlista, quien se había convertido en el gurú de un importante número de nativos que disfrutaba de su narrativa, de sus anécdotas y hasta de sus chistes mal contados, pero divertidos al fin y al cabo.
La principal causa es que, aunque la gobernanta diga lo contrario, los soldados no incurrieron en el delito de motín, puesto que nunca dejaron de prestar el servicio, y hasta tuvieron que pedir la ayuda de la gente para que les den gasolina, ya que les fue cortado el suministro por sus jefes fuereños, para evitar que cumplieran con su deber, lo que al final del día no ocurrió.
Otra razón es que los rateros probablemente tenían acuerdos con los jefes corruptos de los soldados del reino, para no ser detenidos mientras asaltaban a la gente o a los comercios o a las casas, y de haber sido así, si hubieran sido detenidos ahora, corrían el riesgo de que en los interrogatorios confesasen quiénes son sus verdaderos jefes.
Las extorsiones telefónicas se suspendieron desde el momento mismo en que los soldados descubrieron dentro de sus instalaciones, un misterioso centro de espionaje que operaba con equipos sofisticados, y desde donde no sólo se espiaba a los ciudadanos, sino probablemente se fomentaban esas llamadas para sacar dinero a los empresarios o a los nativos comunes y corrientes.
—¿Se dieron cuenta que un grupo de empleados de la Comandanta Foránea fue detenido mientras sustraían decenas de chips de teléfonos celulares? Seguramente que esos mismos chips correspondían a los números desde donde se hacían las llamadas de extorsión —rubricó el senecto charlista.
Entre su audiencia se generalizaron los rostros de asombro. De duda y hasta de miedo, y mientras se retiraban a sus hogares, se preguntaban preocupados: ¿en manos de quién o de quiénes estaba la seguridad del pueblo? ¿Eran ellos mismos los que alentaban los delitos? ¿Eran los jefes de los delincuentes…?
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