Ernesto Castillo Rosado
(I de II partes)
La sucesión presidencial en Estados Unidos ya comenzó. Desde el momento que Biden anunció su intención para reelegirse, ya todo es campaña en el vecino país del norte. Y los republicanos no han desaprovechado ninguna oportunidad ante una realidad que es innegable en nuestro país: la violencia. Recientemente en una audiencia en el Senado, el republicano John Kennedy acorraló a la directora de la DEA cuestionándole incisivamente si las fuerzas armadas de Estados Unidos podrían parar a los cárteles mexicanos si López Obrador las invitara a trabajar en México. Tras varias evasivas, la funcionaria finalmente terminó aceptando que sí. Y en días pasados, el gobernador de Florida y potencial candidato republicano para la Casa Blanca, Ron DeSantis, declaró públicamente que nuestro Gobierno debe rendir cuentas por el daño que los cárteles mexicanos le han hecho a los Estados Unidos además de que dichas organizaciones criminales tienen el control en nuestro país. Desgraciadamente, ambas afirmaciones son ciertas. El sol no puede taparse ni con mil “mañaneras”. Para que entienda el Peje, quien suele recurrir a citas históricas, “el paisaje mexicano huele a sangre”. Hoy, tal como en aquellos tiempos de la Revolución, la muerte es un asunto cotidiano. La violencia generada por los cárteles mexicanos ya es un asunto de seguridad nacional. Necesitamos enfrentar este fenómeno regional de una manera coordinada con los Estados Unidos pero en el campo de batalla, y no solamente en los discursos y declaraciones. Necesitamos la presencia militar americana para combatir esta problemática de una vez por todas. Ya hay que dejar de enrollarnos en la falsa bandera de la soberanía nacional que no permite que un extraño enemigo profane con su planta nuestro suelo. No todos los mexicanos somos los soldados de la patria enviados por el cielo, tal y como dejó escrito González Bocanegra. Queremos seguir aplicando en pleno 2023, un concepto anacrónico cuya acepción es meramente bélica. Un concepto que aplica en el sentido convencional de lo que es una guerra entre dos países o de una invasión de ejército extranjero para determinado propósito. Cuando se escribió el Himno Nacional en 1853 ya había transcurrido la primera mitad del siglo XIX, una etapa marcada por muchos cambios donde la única constante fue la guerra. La desgastante lucha por la independencia que duró 11 largos años, la recurrente amenaza de los españoles hasta 1836 por recuperar su colonia, la guerra por la independencia de Texas en 1836, el desproporcionado intento de los franceses por cobrar deudas comerciales con la “Guerra de los Pasteles” en 1838, y finalmente, la guerra contra los Estados Unidos en 1846 con su humillante desenlace. Fue justo aquí, ante la amenaza de la inminente invasión norteamericana que, según los historiadores, se empezó a forjar en los mexicanos de aquella época un verdadero sentimiento patriótico y de identidad nacional. Era necesario pues, unirse todos en torno a la defensa de la patria, que apenas contaba con casi 30 años de vida independiente. El trauma que significó la derrota militar contra Estados Unidos, junto con la posterior pérdida de más de la mitad de nuestro territorio en 1848, marcó a toda una generación de mexicanos que vieron izada la bandera de las barras y las estrellas en lo alto del Castillo de Chapultepec.Tan sólo 19 años después vino la intervención francesa en 1862, y con ella el Segundo Imperio. Una vez más, una potencia extranjera mancillaba nuestro territorio. No sólo nos derrotaron en el campo de batalla, sino que además se quedaron a “gobernarnos” bajo las órdenes de Maximiliano hasta 1867.
(Continuará).@ECR1978
Más historias
Que vieja tan terca
CINISMO RAMPLÓN
EN LAS TRIPAS DEL JAGUAR: 21 NOVIEMBRE 2024