En el apogeo pleno de su poder, el viejo Sátrapa Negro no tuvo empacho alguno en despojar a los nativos del reino de la Culebra y la Garrapata de sus bienes más preciados, rememora don Julián, mientras enciende un cigarrillo, cuyas volutas de humo zigzaguean al compás de la brisa.
Si le gustaba un automóvil, recuerda, llegaba con sus guaruras a la casa del dueño del vehículo, y a punta de metralleta le hacían firmar un documento de cesión a cambio de unos cuantos pesos.
Si se ponía renuente y terco y se negaba a firmar, le inventaban cargos penales, lo ‘levantaban’ los gorilas al servicio de la polijudicial, lo llevaban a una casa abandonada ubicada por las curvas de Seybaplaya, y después de una buena calentadita, el maltrecho ciudadano aceptaba hasta donarle el corazón y sus pulmones a la parentela del Sátrapa implacable.
Un día, mientras paseaba en su lujosa embarcación por los litorales del Golfo que baña con sus cálidas aguas playas del reino de la Culebra y la Garrapata, bebiendo finos vinos, comiendo carísimas viandas y fumando habanos importados en compañía de hermosas pero no muy refinadas damas, el Sátrapa descubrió una preciosa bahía rodeada por verdes colinas donde florecía la flor de mayo, uvas de mar, árboles frutales y hortalizas.
De inmediato quedó prendado, por lo que ordenó a quien conducía su lujoso yate que se detuviera para hacer un recorrido por el sitio.
Al descender, fueron recibidos con hospitalidad por quien parecía estar a cargo del terreno, quien incluso les ofreció agua de coco como prueba de la tradicional y ya legendaria campechanía. Pronto se arrepentiría de su buen gesto.
—Vengo a comprarte este rancho —le soltó sin preámbulos quien se sentía dueño de vidas y haciendas de sus súbditos.
—No está en venta, es el único patrimonio de mi familia y mis hijos —alcanzó a responder, antes de recibir un poderoso puñetazo en el abdomen que lo tumbó hacia la cálida arena de la playa. Otro cobarde guarura le pateó la espalda y un tercero lo alzó en vilo para gritarle en el rostro:
—Nadie te está preguntando si vendes o no. Te está diciendo el patrón que le gustó tu rancho y que te lo va comprar.
Tembloroso, pálido y apanicado, el senecto campesino no supo pronunciar respuesta alguna. Su esposa y sus nietos habían salido de una choza ubicada en lo alto de la colina para tratar de auxiliarlo, pero los gorilas acompañantes del cacique se los impidieron.
—En dos días venimos con los papeles para que nos cedas el predio o de lo contrario tú y tu familia pagarán las consecuencias, le advirtieron.
La historia sólo narra que el predio pasó a las manos del Sátrapa Negro, quien lo bautizó como Playa San Sorenzo, y edificó ahí una de las casas de playa más ostentosas de toda la región…
(Continúa…)
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