Manuel Alcántara (*)
El panorama electoral en 2023 es un débil indicador para tomar el pulso político a América Latina si se tiene en cuenta que solamente cuatro países de la región celebraron elecciones presidenciales: Paraguay, Guatemala, Ecuador y Argentina. Si bien la geografía permite concebirlos como una muestra representativa parece evidente que por su demografía y habida cuenta del peso de sus economías no pueden dibujar titulares orientativos generalizables al resto del continente.
Los resultados electorales supusieron victorias de candidatos con márgenes de éxito claro frente a los segundos. Salvo en Paraguay las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo permiten avizorar un panorama muy complicado de confrontación y poca colaboración, además, los gobiernos van a estar liderados por presidentes (todos varones) con muy reducida experiencia política que cuentan con partidos pequeños y con escasa trayectoria.
Con los antecedentes de 2002 y con las proyecciones del ciclo electoral de 2024, se pueden considerar tres asuntos que definen un perfil de comportamiento político que parece consolidarse.
En primer lugar, la presencia de líderes con un bagaje extremadamente diverso, pero dotados del impulso institucional que les brinda el presidencialismo, tiene como un asunto urgente de primera magnitud la construcción y consolidación de una base social que permita la sostenibilidad del proyecto político en marcha.
En segundo término, el referido bagaje con el que se mueven los presidentes latinoamericanos está cada vez más nutrido por figuras marcadas por un profundo individualismo y ajenas en su mayoría a toda tradición partidista.
En tercer lugar, el denominado frente ideológico, o si se prefiere programático, está desdibujado porque los viejos patrones articulados en el eje izquierda-derecha se encuentran desconfigurados.
Ello no significa que la polarización no esté presente, pero su traza se gesta gracias a la combinación de tres factores recurrentes: el juego suma cero que impone el presidencialismo en torno a la personalización de los comicios; la articulación de las campañas por parte de profesionales de la consultoría que exacerban los aspectos diferenciales emocionales más relevantes; y la existencia de sociedades más desarticuladas, desconfiadas y alienadas ante una política que muestra su cara oscura de la corrupción y de su incapacidad de abordar los problemas más urgentes e inmediatos de la gente.
(*) Profesor emérito de la Universidad de Salamanca. Latinoamerica21
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