‘Descaradamente’ matraquera o porrista oficial de la 4T por decisión propia, ya no resulta raro escuchar los discursos empalagosos, melifluos e intrascendentes de la nefasta gobernadora de Campeche, Layda Elena Sansores San Román, ante la figura del presidente Andrés Manuel López Obrador. Es más, ese tipo de retórica ha sido tan repetitivo, que en redes sociales cientos de internautas le han pedido a la mandataria que le pare cuando menos por un rato.
Va a ser imposible que Sansores San Román escuche a los campechanos y deje de irrigar elogios desmesurados a la figura del tabasqueño. Ya habíamos escrito aquí que es parte de su esencia, lleva en su ADN los genes del rastrerismo político, de la lambisconería discursiva, de la genuflexión barroca, como táctica para ganarse el aprecio y el afecto del poderoso en turno.
Lo mismo dirá de Claudia Sheinbaum Pardo dentro de cuatro meses. Las virtudes que hoy le endilga al Peje, se transmutarán mágicamente hacia la sucesora al trono. Qué cínica y rastrera.
Lo que no se vale es mentir. Y si bien la senecta y extraviada Layda Elena puede hacer de su derecho a la libertad de expresión un catálogo de zalamerías y un monumento al servilismo rastrero, no por eso los demás debemos callar ante sus elogios, y menos dar por buenos los ‘milagritos’ que pretende atribuirle al presidente López Obrador, quien, con el pesar de sus fanáticos y aplaudidores, está muy lejos de ser “el mejor aliado” que haya tenido Campeche para su desarrollo.
No lo es. Para empezar, porque a Campeche no ha llegado el desarrollo, ni se le ha hecho la justicia fiscal que tanto hemos reclamado por décadas. Tampoco le cumplió al Carmen con la llegada de las oficinas administrativas de Pemex, ni ha concluido ninguna de las obras suntuosas que ha venido a inaugurar exclusivamente con fines mediáticos.
El acueducto de Xpujil no funciona aún, pero la foto oficial ya la presumió el Presidente en el país y en el extranjero; el Tren Maya sigue siendo sólo una ilusión fantasiosa que dota de suficiente material discursivo a nuestra demagoga gobernadora; vaya, el Museo de Edzná, que inauguró con fanfarrias hace apenas dos semanas, está aún en obra negra y se espera que, si bien nos va, se ponga en funcionamiento en diciembre atendido por personal, que será para no variar, foráneo.
Por eso, cuando la deschavetada Layda Sansores dice: “Gracias Presidente querido por tu solidaridad, por convertirte en nuestro mejor aliado, en el mejor promotor de nuestras bellezas…”, los campechanos no podemos más que menear la cabeza de un lado y murmurar: “tienen razón los que dicen que está loca…”. Perdidamente loca.
Le agradece Sansores al Presidente, porque reconoció la aportación de Campeche a México con el 80% del petróleo y hasta el 8% del PIB nacional, “mientras en nuestra tierra se acentuaba el rezago”. Pero la senil mandataria omite mencionar que eso mismo, esa misma frase han pronunciado todos los que han gobernado a este país, y ninguno, López Obrador incluido, hicieron algo para abatir esos atrasos que sólo nos han traído pobreza, miseria y delincuencia.
No mentimos al afirmar que el discurso zalamero de la gobernadora generó airadas reacciones en la sociedad campechana, y podemos asegurar que nadie más está llorando por la inminente partida del presidente López Obrador. Sólo ella quedará huérfana.
“Nunca había llegado a sentirte tan cerca, tan humano, tan hermano, tan visionario con la construcción de esta obra portentosa llena de desafíos. La terminación del tren coincide con el fin de tu mandato, con la orfandad en que nos dejas, sé que mereces, y tienes derecho a tu retiro como lo has decidido. Ha sido enorme la fatiga y sólo los ríos de amor del pueblo compensan tu entrega pero qué quieres hermano Andrés, duele hondo… Zambomba.
“Como no me gustan los finales de tristeza, termino diciendo que a Campeche y a millones de mexicanos nos hiciste muy felices, la milpa está dando sus mejores frutos, que en mi tierra se hablará del antes y después del Tren Maya, que traigo permanentemente un nudo en la garganta, que vivo tragándome las lágrimas y que lo más dulce que pueblo decirte, es que para recordarte, en una mezcla de felicidad y pérdida, diré como alguien del jardín de mis delicias, ‘arrancaré una flor de sangre para ponérmela en el pecho’. Gracias, eternamente gracias…”.
Es demasiado. Un rastrero exceso. Habla a título personal, porque a nadie consultó para expresarse de manera tan lastimera y reptilesca. De lamesuelas, pues. De vergüenza nacional.
Quienes han visto a Layda Elena paseándose por las calles en su Suburban de lujo, y escoltada como siempre por decenas de guardaespaldas, aseguran que es falso que traiga un nudo en la garganta o que viva permanentemente tragándose sus lágrimas. Es más, la ven, como siempre, concentrada en cómo joder más a los campechanos, cómo encubrir a su amada Marcela, como desviar más recursos y cómo justificar la falta de obras en el Estado.
Ella supone que su oratoria rastrera y sus discursos serviles son suficientes para que el presidente López Obrador (y su sucesora) no la llamen a rendir cuentas claras, y puede ser que así sea, pero el pueblo no olvida, no perdona y no se va con la finta.
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