Catón
La zorra que por noche había entrado en la aldea para coger gallinas fue sorprendida por la luz del sol. Se fingió muerta en una calle, creyendo que así se salvaría. Pasó un hombre y le cortó los bigotes. “He oído decir que son afrodisíacos” —dijo mientras se los cortaba—. La zorra no se movió. Pasó otro hombre y le arrancó un diente. “Con él me haré un adorno” —dijo—. La zorra permaneció quieta. Pasó otro hombre y le cortó la cola. “Me servirá de amuleto” —comentó—. La zorra siguió inmóvil. Entonces pasó un hombre y dijo: “Voy a cortarle la cabeza. Será trofeo de caza”. Al oír eso la zorra se levantó y echó a correr. Porque de lo demás podía prescindir, de la cabeza no. Los mexicanos hemos perdido mucho. Sin embargo, conservamos aún la dignidad y la esperanza. A ellas debemos aferrarnos, porque si las perdemos con ellas perderemos también todo lo demás… Un viajero penetró en lo más profundo de la jungla africana y se encontró de pronto en un territorio de antropófagos. Llegó a la aldea donde vivían los caníbales y advirtió no sin sorpresa que había ahí un restaurante. El gerente del establecimiento le presentó la carta, y el viajero leyó el menú: “MISIONERO AL MOJO DE AJO: 10 dólares. EXPLORADOR A LAS FINAS YERBAS: 20 dólares. POLÍTICO EN SU JUGO: 150 dólares”. Muy intrigado pregunta el viajero: “¿Por qué los políticos son el platillo más caro?”. Responde el gerente: “¡Es que no sabe usted el trabajo que cuesta limpiarlos!”… Contrajo matrimonio Babalucas, el mayor tonto del condado. Nada sabía el badulaque acerca de las cosas de la vida, de modo que llegó a la noche de sus bodas sin saber lo que ahí le aguardaba. Tampoco tenía idea de lo que había de hacer. Su flamante mujercita, más avispada y sabidora, se puso de inmediato en aptitud de proceder al himeneo, para lo cual se despojó del vaporoso negligé que la cubría y se acomodó en el lecho dispuesta al trance mediante el cual se consuma el matrimonio. Tenía la misma postura que “La Maja Desnuda” del inmortal Goya (1746-1828), y eso que nunca había visto el cuadro. ¡Ah, la Naturaleza consigue más prodigios que los que logra el Arte! Babalucas nada más miraba a su desposada con ojos muy abiertos. En esa contemplación estuvo por buen rato. “¿Qué te pasa? —le pregunta por fin ella—. ¿Por qué no vienes a la cama?”. Responde Babalucas, preocupado: “Estoy esperando a que se me baje esta inflamación”… El profesor encargó a sus alumnos una narración que contuviera cuatro elementos: religión, monarquía, sexo y misterio. Una alumna presentó el siguiente trabajo: “¡Dios mío! —exclamó la Reina—. ¡Estoy embarazada y no sé de quién!”… Murió el señor Copián, burócrata, y el alcalde fue a presentar su pésame a la viuda. En el recinto funerario se le acercó un empleado municipal. Le dijo: “Señor presidente; sé que éste no es el momento más oportuno para plantear mi pedimento, pero ¿cree usted que puedo ocupar el lugar del señor Copián?”. “Desde luego que sí, compañero —responde el munícipe sin vacilar—. Pero dese prisa, porque parece que ya se lo van a llevar”… En las Vegas un muchacho jugó strip poker con sus amigos en el cuarto del hotel, y perdió todo. Como castigo recibió el de hacer un paseo por el corredor sin nada encima. Lo estaba haciendo cuando se percató espantado de que se abría la puerta de una habitación y salía una monjita. El muchacho, no sabiendo qué hacer, se quedó completamente inmóvil. La religiosa lo revisa de arriba abajo y luego, entusiasmada, va y llama a sus compañeras: “¡Vengan con monedas, hermanas! —les grita jubilosa—. ¡Acabo de descubrir una máquina mejor que las demás!”… FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Por estos días el Potrero está lleno de Dios. Siempre está lleno de Él, pero ahora lo vemos y tocamos. Está en la piel aterciopelada del durazno; en la acequia que baja con su canción por la ladera; en el ternero que va junto a la vaca por el camino viejo; en los niños que gozan sus vacaciones de la escuela…
Y aquí estoy yo, en mi pequeño paraíso. Mi almuerzo fue el del rancho: tortillas recién hechas con recio chile de la huerta; queso de cabra que sabe a yerba del campo; tunas —amarillas, rojas, verdes— que llevan en su jugo todo el frescor de la mañana, y un vaso grande de aguamiel. Al final el café, sabrosísmo, y la plática de sobremesa, aún más sabrosa.
Miro por la ventana. Me saluda la ropa de los tendederos movida por el viento. El cielo es azul Dios, y el aire es claro como el alma ahora. Dan ganas de cantar como la acequia y, sin hacer preguntas, seguir con la inocencia del ternero a esa grande y amable vaca que es la vida.
¡Hasta mañana!…
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