Catón
“Cuando esta víbora pica no hay remedio en la botica”. Esa expresión de amenaza hacían grabar los matones de barriada en la hoja del puñal con que reñían, el sarape enredado al brazo izquierdo a manera de escudo. Las serpientes no pican, muerden, pero la fuerza del consonante obliga a poner “elefante” en vez de “hormiga”. Tengo en mi biblioteca un interesante libro escrito por don Leopoldo Rodríguez Uribe, de Huichapan, Hidalgo. En él habla de unas serpientes venenosas llamadas macahuites, que cuando ven a una mujer embarazada arrojan al suelo su veneno y huyen despavoridas, pues si la muerden son ellas las que perecen. Cosas de nuestro mágico México. Arriesgo una explicación devocional a la leyenda: quizá recuerdan a la Madre Virgen, que con el talón les aplastaría la cabeza según la maldición del Génesis. Por lo que hace al término “botica” una amiga me aconsejaba no usarlo. “Te van a sacar los años” —me advertía. El nuevo término era “farmacia”. Oí alguna vez la desaforada historia del sujeto a quien una sierpe de cascabel mordió en el bálano. El bálano es la parte extrema o cabeza del miembro viril. El compadre que lo acompañaba llamó por el celular a un médico, y éste le indicó que lo primero que se debía hacer en esos casos era chupar la parte en que el reptil había mordido a fin de extraer en lo posible la ponzoña o veneno. “¿Qué dijo el doctor?” —preguntó ansiosamente el lacerado. Respondió el otro, sombrío: “Que se va usté a morir, compadre”. Me sirve esa historia, seguramente apócrifa —¿quién deja morir a un amigo?–, a fin de manifestar mi pena por la disolución del consejo electoral ciudadano que se había formado para buscar una candidatura opositora a la de Morena en la próxima elección presidencial. Frente a la ilegalidad organizada una oposición por completo desorganizada. En esta lastimosa coyuntura la esperanza hoy por hoy es Xóchitl Gálvez. De otra manera tendremos que decirle a México: “Se va usté a morir, compadre»… La linda Dulcibel le contó a su amiga Susiflor: «Don Algón es un patán. Me ofreció un reloj de lujo si me iba a la cama con él». Dijo Susiflor: «A verlo»… Un tipo se topó en el centro comercial con un antiguo compañero de colegio. Le preguntó: «¿Qué fue de Octavario, aquel amigo nuestro tan religioso?». Contestó el otro: «Tomó las órdenes». Inquirió el primero: «¿Se hizo sacerdote?». «No —precisó el compañero—. Se casó»… La joven y atractiva mujer procedió a vestirse en el consultorio médico. Le dijo al facultativo: «Lo encuentro muy bien, doctor. ¿Para cuándo quiere usted mi próxima visita?»… Ovonio logró por fin, después de cuatro meses, que su médico del Seguro lo atendiera. Le dijo que no sentía ganas de levantarse en la mañana para ir a trabajar. El galeno, a falta de estetoscopio, lo revisó con uno que él mismo había hecho empleando dos latas de ejotes, vacías, unidas por un hilo. Le pidió Ovonio: «Dígame lo que tengo, doctor. Pero dígamelo en términos sencillos, sin usar terminología médica complicada». Después de un exhaustivo examen que duró 30 segundos dictaminó el especialista: «No tiene nada, amigo. Lo que pasa es que es usted un güevón». «Gracias, doctor —replicó Ovonio—. Ahora dígamelo usando terminología médica complicada, para decírselo yo a mi señora». Noche de bodas. La anhelante recién casada, ansiosa por conocer los goces de himeneo, se precipitó en los brazos de su flamante maridito y obtuvo de él la primera experiencia en materia de sexualidad. Acabado el consabido trance le miró la región de la entrepierna y le dijo en seguida con voz contrita y apesadumbrada: «Te juro que no quería acabármela». FIN.
Mira quien habla
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Aquel hombre perdió su fortuna.
Siguió viviendo.
Aquel hombre perdió sus amigos (consecuencia natural de haber perdido su fortuna).
Siguió viviendo.
Aquel hombre perdió su familia.
Siguió viviendo.
Aquel hombre perdió su fe.
Siguió viviendo.
Aquel hombre perdió sus sueños.
Siguió viviendo.
Aquel hombre perdió sus recuerdos.
Entonces ya no vivió.
¡Hasta mañana!…
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