Carlos M. Urzúa
Andrés Manuel López Obrador se comprometió desde el inicio de su campaña presidencial a hacer un puñado de obras que, creía él, darían resplandor a su sexenio.
En lugar de utilizar el dinero del erario público en un buen número de pequeñas inversiones que hubieran podido mejorar, paso a paso, la infraestructura pública en cada uno de los Estados de la República, él sólo apostó a lo grande.
Y se equivocó. El error económico mayor, el que quizás será considerado como el peor de su sexenio, fue cancelar el aeropuerto que ya estaba construyéndose en el antiguo Lago de Texcoco, y que hubiera sido seguramente un referente mundial, para acabar con el modesto y a todas luces insuficiente sitio aéreo conocido hoy como el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.
Pero los yerros se siguen dando. Por desgracia, el Presidente no parece aprender de sus errores. Tras equivocarse sobre algún asunto de interés público, él siempre ignora las razones que llevaron a tal error y dobla la apuesta (recuérdese lo que acaba de suceder en el caso de la fallida venta de Banamex).
Los otros dos proyectos más publicitados en este sexenio son, como es sabido, la refinería situada en Dos Bocas, Tabasco, y el llamado Tren Maya que transitará eventualmente por los cinco Estados del sur de la República.
La refinería fue “inaugurada” hace un año y comenzará, supuestamente, a procesar crudo el próximo primero de julio, 12 meses después de tal inauguración.
Aunque en realidad la puesta en marcha de la refinería es casi seguro que se dará, dicen los que realmente saben, hasta el año 2024. Y del tren mejor hablamos en otra ocasión.
Dicho todo lo anterior, es justo decir que hay un cuarto proyecto presidencial que siempre fue, y por mucho, el más razonable, el más rentable y el menos costoso. Hablamos de lo que se conoce hoy oficialmente como el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec y el cual está a cargo, aunque no lo era hasta hace poco, de la Secretaría de la Marina.
El proyecto, independientemente de quién se encargue de él, tiene mucho sentido. Una vía de ferrocarril que sea barata y rápida entre los dos grandes océanos, el Pacífico y el Atlántico, puede ser muy valiosa en estos tiempos, especialmente si ya hay dos puertos medianos como sus puntos finales: el de Coatzacoalcos en Veracruz y el de Salina Cruz en Oaxaca.
Ahora bien, como está documentado en los libros de historia, esa idea no es del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Ya a fines del siglo XIX el presidente Porfirio Díaz Mori había pensado en ello. No sólo lo pensó, sino que puso manos a la obra para concesionar la construcción del llamado entonces Ferrocarril Nacional de Tehuantepec.
Y no sólo hizo eso, sino que al expresidente todavía le tocó, en 1907, inaugurar la obra misma y presenciar cómo salían por tren las primeras mercancías de puerto a puerto.
Bueno, cabe hacerse ahora la pregunta, ¿y qué pasó entonces? Pues los estadunidenses inauguraron el canal de Panamá en 1914 y nos aguaron la fiesta. Pero más vale tarde que nunca: está por resurgir y germinar ese proyecto de Díaz y, de manera paradójica, el encargado de hacerlo será ni más ni menos que López Obrador.
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