Aunque en toda la nación soplaban aires que hablaban de la cuarta transformación, en el reino de la Culebra y la Garrapata sólo imperaba la praxis de la Segunda Ratificación o de la Ratocracia: es decir, un Gobierno de Ratas.
La Primera Ratificación tuvo lugar en los tiempos en que el Sátrapa Negro condujo los destinos de este reino y lo saqueó hasta el cansancio. Una segunda etapa de ese Gobierno de Ratas estará a cargo de la heredera de sus genes.
La Rata Mayor, que es quien ocupaba el despacho principal del Palacio, era llamada también La Tía Rata, pues en el centro de rehabilitación mental donde estuvo internada un tiempo para dar tratamiento a sus males psiquiátricos, a todos sus compañeros les decía sobrinitos, y éstos a su vez le decían tía, pues acostumbraba llevarles juguetes de plástico en Día de Reyes.
A lo largo de su trayectoria, la Tía Rata había conformado una tribu de saqueadores que le eran absolutamente leales, que acataban sus órdenes y sus caprichos sin chistar, y que se encargaban también de los negocios sucios para incrementar estratosféricamente su malhabida fortuna, siguiendo fielmente el ejemplo de su padre.
La Tía Rata era muy celosa de su cargo y necesitaba que en las áreas estratégicas estuviera gente con sus genes. Sólo así podrían consumar otro saqueo brutal a las arcas del reino.
Por eso puso a su sobrino de sangre, el Tarado sin Cerebro, a supervisar que todos los encargados de los despachos palaciegos se ajustaran a los requerimientos de la Tía Rata.
Colocó a su hermana Laorrenda para simular que atendían a los más pobres, aunque en realidad lo que hacían era transferir a sus cuentas particulares el dinero que recibían para obras de beneficiencia. Otros parientes cercanos estuvieron en posiciones diversas para vigilar que los negocios prosperaran en abundancia.
Y así, con toda la impunidad del mundo, este gobierno de la Segunda Ratificación fue también un Gobierno Nepótico, llamado “Gobierno de todos los malhechores”, que por otro lado generó altos niveles de violencia para obligar a los nativos a pagar doble impuesto, uno a las instancias gubernamentales y otro a los grupos delincuenciales para que los lugareños no sean asesinados en las calles.
Mientras las ratas aumentaban sus fortunas, los nativos eran cada vez más pobres. Y no se veía en el futuro inmediato alguna salida a ese destino infausto, tenebroso, deprimente…
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