Jorge Nader Kuri (*)
Por cuarto año consecutivo, México retrocedió en el Índice de Capacidad para Combatir la Corrupción, según la versión 2023 del reporte emitido por Americas Society/Council of the Americas y Control Risk, que mide la eficacia con la que se enfrenta la corrupción en América Latina.
Según el informe, Guatemala y México son los dos únicos países cuyas puntuaciones generales han disminuido cada año desde que se publicó el Índice por primera vez en 2019, lo cual es particularmente inquietante si tenemos en cuenta que el combate a la corrupción ha sido la principal bandera del presidente Andrés Manuel López Obrador desde que era candidato.
Lamentablemente, los hallazgos del reporte no son aislados. En el Índice de Percepción de la Corrupción 2022, México fue ubicado en el lugar número 137 de 163 países evaluados, sólo por encima de Colombia y Venezuela en el continente americano.
Por su parte, el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) ha venido reportando consistentemente que la corrupción es el segundo problema que más preocupa a la población, por debajo de la inseguridad, y que el contacto con las autoridades de seguridad pública y los trámites ante el Ministerio Público son los dos puntos más focalizados de descomposición. A poco más de un año de la próxima administración, así, la corrupción se ha consolidado como el mayor de nuestros males.
¿Qué hacer? La obviedad indicaría que comenzar —porque no se ha iniciado en serio— por reemplazar la cultura de la corrupción por otra de valores cívicos y apego al Estado de Derecho, y eso empieza en las familias y las escuelas. ¿Es iluso? Tal vez, pero posible y generoso en resultados.
Hace algunos años pocos habrían creído posible implantar una cultura a favor del medio ambiente y la integridad animal, pero se apostó en la educación de los jóvenes y hoy ya se ven resultados —incipientes, pero se ven— en favor del entorno ecológico y de la vida animal. Lo mismo podríamos decir sobre asuntos tan importantes como la ideología de género, la paridad y la protección de grupos vulnerables, por citar algunos más.
La educación rinde frutos, sin duda. ¿Cuál sería el México del futuro si desde hoy se fomenta una cultura de valores cívicos y de respeto a la ley? Apuesto a que veríamos mejoras significativas en nuestra organización social, particularmente en cuanto a prevención de la corrupción. Es lógico: si la corrupción tiene un principio cultural, el cambio de la causa, modifica el resultado. ¿Será que una perogrullada de tal anchura: el simple y sencillo hecho de educar en civismo y legalidad, estará en los proyectos de quienes aspiran a gobernarnos?
Claro que los resultados no serían rápidos. Como todo proyecto educativo, se requeriría tiempo para cosechar. Por ello, en el ínter deberían fortalecerse las capacidades de detección, investigación y sanción de la corrupción. Castigar con toda firmeza, sin duda.
Así, destruir los incentivos de corrupción y cerrar las puertas a la impunidad contribuiría también a la cultura de la legalidad; y si se despoja a los culpables del fruto económico mal habido, todavía mejor.
En todo esto, nuestras autoridades gubernamentales y de procuración y administración de justicia todavía tienen mucho camino por andar. Claramente.
Twitter: @JorgeNaderK
(*) Abogado penalista.
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