Catón
“Entiendo que conoce usted a la señora Facilda Queyo”. Eso le dijo un pequeño señor a un hombre en el Bar Ahúnda. “La conozco, sí” —fue la respuesta del sujeto. “Y entiendo —prosiguió el señor— que tiene usted con ella una ilícita relación carnal”. “Sí” —contestó el tipo. A buen entendedor pocas palabras. Declaró el petiso irguiendo toda su mínima estatura: “Yo soy el marido ofendido”. El individuo se puso en pie. Medía dos metros de alto, tenía musculatura de Hércules y puños de herrador. Con una sola mano levantó en alto al chaparrín, y ya se disponía a arrojarlo contra la pared cuando el señorcito se apresuró a aclarar: “Bueno, no tan ofendido”… Al INE no lo han ofendido las campañas por la candidatura presidencial que burdamente disfrazadas de proceso interno llevan a cabo las corcholatas de AMLO. Todo indica que hemos perdido al Instituto Nacional Electoral, el cual no da trazas ya de ser un organismo ciudadano sino un apéndice más de la mal llamada 4T. Olvidados de toda imparcialidad los integrantes del INE permiten que los precandidatos del partido oficial tomen indebida ventaja sobre quienes podrían ser opositores en la elección del 24. Eso elimina cualquier posibilidad de piso parejo en la contienda. Si a lo anterior se suman los palos de ciego que la casi inexistente oposición va dando, ya podemos augurar desde hoy la perpetuación de López en el poder, pues obvio es decir que será el Gran Elector, a la manera de los presidentes priístas de los pasados tiempos, tan parecidos a los de hoy. PRI y Morena, vidas paralelas, aunque haya quienes digan que estábamos mejor cuando estábamos peor. Claro, por lo menos en los pasados tiempos no se decían tantas y tan indignantes estupideces como las que hemos oído a propósito de los secuestrados en Chiapas. En fin, no perdamos la esperanza. Si la perdemos estaremos perdidos… Ya conocemos a don Chinguetas: es un marido tarambana. Cierto día su esposa, doña Macalota, regresó de un viaje antes de lo esperado y lo sorprendió en el domicilio conyugal en compañía de una daifa. “¡Y en mi propia casa!” —profirió airada la señora. Acotó don Chinguetas: “La mitad es mía”… El cliente del Restorán Davete le preguntó enojado al camarero: “¿Qué clase de insecto es este que viene en mi sopa?”. Respondió el mesero, imperturbable: “¿El caballero viene a comer o a instruirse?”… Dijo un señor maduro: “Debo estar haciéndome viejo. Cada día el trabajo me da menos placer, y el placer me cuesta más trabajo”… Doña Gonila comentó en la merienda de los jueves: “Yo no tengo nada que ver con la explosión demográfica. A mi marido ya se le apagó la mecha”… El padre Arsilio interrogó en el confesonario a Pirulina, joven mujer que a ningún hombre negaba el agua de su fuente: “¿Tienes malas tentaciones?”. “Sí, padre —respondió la pizpireta chica—. Pero caigo en ellas y me dejan en paz, al menos por esa noche”… Don Cacariolo abrigaba sentimientos de inferioridad. (¡Con este calor!). Lo cierto es que realmente era inferior, pero aun así se decidió a ver a una siquiatra que le recomendó un amigo suyo, pues en sólo 150 sesiones la analista había logrado que dejara de odiar a su madre y en su lugar odiara a una tía segunda. “Transferencia” parece que se llama esa técnica. Don Cacariolo jamás hacía nada a espaldas de su esposa, y menos en lo referente a la relación conyugal, de modo que le dijo: “Te confieso que estoy viendo a una siquiatra”. Replicó la señora: “Me parece bien. Eso puede darle interés a nuestro matrimonio. Por mi parte yo estoy viendo a un ingeniero, un arqueólogo, un contador, un director de orquesta, un arquitecto, un astrónomo y un profesor”. FIN.
En la mira
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que se perdió en el bosque, dio un nuevo sorbo a su martini —con dos aceitunas, como siempre—, y continuó:
—Dice un antiguo proverbio que todos los caminos llevan a Roma. Invierto las letras de la última palaba, y digo que todos los caminos llevan a Amor. A juicio mío —pobre juicio, como mío, pero juicio al fin y al cabo— Amor es el nombre último y verdadero de ese misterio al que algunos llaman Dios. Prosiguió el filósofo:
—Quizá decir “Dios”, decir “Amor” y decir “Vida” sea decir la misma cosa.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!.
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