Juan Pablo Becerra-Acosta
“Esto es producto de muchos años de indolencia, irresponsabilidad y corrupción”
Es 21 de agosto de 2008 en el Salón Tesorería de Palacio Nacional. El Consejo de Seguridad está reunido ahí. Por primera vez, miembros de la sociedad civil participan porque hay una crisis de inseguridad en el país. Los secuestros son una plaga. El presidente Felipe Calderón voltea a su derecha para atisbar a un señor de mala fama que está sentado a su lado: Genaro García Luna, secretario de Seguridad. El jefe policial le da la palabra a Alejandro Martí, muy conocido en el ambiente empresarial por haber sido el fundador de la cadena Deportes Martí.
—¿Qué nos pasó? Con el tiempo empezamos a oír que a un amigo, que a un pariente lo asaltaban. Que a trabajadoras, después de salir de su oficina y subirse a una Combi, las violaban. Que a muchas de ellas, que iban a sus casas en taxis o mini taxis, les robaban todo lo que tenían. Lo único que nos afecta es el terror interno que tienen los mexicanos de salir a las calles.
Ambiente denso, de pesadumbre. Alejandro tiene la mirada tristísima. Dos meses antes, la mañana del 4 de junio, su hijo Fernando, de apenas 14 años, era llevado al colegio por un chofer cuando fue interceptado en un falso retén policial. Lo secuestraron. Su familia pagó el rescate que le exigieron, pero 53 días después su cuerpo fue encontrado en la cajuela de un vehículo.
—Esto es producto de muchos años de indolencia, de irresponsabilidad, de dejar hacer, y digámoslo claro: también de corrupción. En mis noches de dolor siempre pensé, como seguramente muchos mexicanos pensaron: “¿Quién habrá matado a mi hijo? ¿Habrá sido ese engendro maligno, hijo de la impunidad, o todos nosotros que con el paso de los años, con nuestra irresponsabilidad y nuestra ceguera, hemos creado lo que estamos viviendo?”.
Las palabras resuenan en el lugar. Boca seca, Alejandro toma aire. Mira a todos los funcionarios, del Presidente para abajo.
—Señores, si piensan que la vara es muy alta, si piensan que es imposible hacerlo; si no pueden, renuncien —espeta con la voz entrecortada y hace una breve pausa—… Pero no sigan ocupando las oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada, que eso también es corrupción. Rostros cínicos, no se inmutan.
De acuerdo a las cifras oficiales, a partir de aquel dolorosísimo 2008 para Alejandro y hasta junio de 2023, es decir, desde hace quince años, en México han sido asesinadas de forma dolosa 344 mil 768 personas. Leamos de nuevo, por favor: 344 mil 768 hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes y niños ejecutados a causa de las guerras narcas y como consecuencia de actos perpetrados por el crimen organizado. Tres estadios Azteca repletos de cadáveres.
Muy pocos gobiernos estatales (los homicidios son asuntos del fuero común) han sido capaces de establecer políticas sociales y de seguridad que permitan conseguir una disminución permanente de los homicidios dolosos. Los gobiernos federales, tampoco.
Y ante tal ineficacia o ineptitud para inhibir o contener ese delito, nadie ha renunciado. Nadie.
Además, el México que enterró a Alejandro Martí esta semana es el país donde una persona es secuestrada cada ocho horas, en promedio. Sí, porque desde aquel entonces se han contabilizado 17 mil 421 secuestros. De nuevo: 17 mil 421. Dos Auditorios Nacionales. Trato de imaginar los rostros de cada una de esas personas y me horrorizo. ¿Qué país tiene un promedio de al menos mil 161 personas secuestradas al año? México, con 96 plagiados al mes, tres por día, uno cada ocho horas.
Qué triste, Alejandro, qué triste todo.
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