Sebastián Korczak
Ábrete y suéltalo
Cuentan que los cazadores de monos han inventado un método infalible para capturarlos. Observando el lugar donde tienen la costumbre de juntarse, entierran en el suelo unas vasijas de cuello largo y estrecho donde introducen sus comidas favoritas: arroz, bayas, cacahuates, etc. Recubren las vasijas con tierra, dejando la embocadura al ras.
Cuando desaparecen los cazadores los monos vuelven, y cuando descubren las golosinas que encierran las vasijas, introducen la mano y agarran a puñados su contenido. Pero como el cuello de las vasijas es muy estrecho, la mano cerrada no puede salir. Entonces, los cazadores aprovechan para capturarlos fácilmente, porque los monos siguen apretando aún más sus puños para no abandonar el botín. ¡Pobres monos!
Creo que en la vida puede sucedernos algo parecido a los monos del cuento. ¡Cuántas veces nos aferramos a las cosas! Ellas mismas, en ocasiones nos aprisionan no dejándonos crecer, y lo peor es que nos impiden avanzar en nuestro proyecto vital. Parece que el secreto no está en aferrarnos, sino en soltar. Sin duda, soltar nos puede liberar.
Apretar para no dejar escapar, nos hace prisioneros. Un sabio pensamiento afirma “que lo que posees no te posea”. Preguntémonos: ¿A qué cosas me aferro y siento que me esclavizan quitándome la libertad? Vale la pena detenerse y meditar esa pregunta fundamental.
Naturalmente estamos hechos para “llevar/agarrar/tomar y soltar”. Mira tu mecánica respiratoria: tomas el aire y lo sueltas, y otra vez lo tomas y vuelves a soltarlo, y así continuamente. La naturaleza, muy sabia, continuamente nos enseña, como buena maestra. ¿Por qué crees que solemos actuar en contra de la naturaleza, es decir tomar, agarrar y no soltar?
Es llamativo que los monos, inclusive, ponen en riesgo su propia vida aferrándose a lo que suponen tener. Recuperar su libertad sería tan fácil como soltar lo que guardan en su puño, pero no lo hacen, arriesgando su vida. ¡Ellos no tienen capacidad de razonamiento, pero nosotros sí!
¿Hay cosas a las que me aferro y soy consciente de que no son buenas para mí, y aún así me sigo aferrando a ellas? ¿Por qué? ¿Tal vez, inconscientemente, tengo alguna ganancia secundaria? ¿Vale la pena arriesgar mi vida y mi libertad? ¿Me aferro a las personas que me están dañando de alguna manera? Puede ser que lo hacen en el nombre del amor, familia, amistad o hasta en el nombre de Dios o de la Iglesia. Sea como sea, puede ser que me estén quitando mi libertad, pero no quiero soltarlas y las guardo “en mi puño”.
Si un globo aerostático no suelta lastre no se eleva y nunca cumplirá su misión, no volará en libertad. Otra vez es la cuestión de soltar. ¿Hay algo a lo que estoy aferrando y que me impida volar? ¿Hay alguien que me impide ser yo mismo? ¿Prefiero actuar como actor secundario y marginado en la película de mi vida? ¿Aparentar ser otro para quedar bien? Piensa bien si vale la pena mantener esta película engañosa y ficticia.
Conviene revisar nuestros hábitos, que con razón se llaman así y son nuestra segunda naturaleza. Posiblemente algunos de ellos nos están encadenando, y en el resultado nos roban la libertad. ¿Soy consciente de ellos? Los hábitos pueden cambiarse, dependiendo de nosotros. Pueden costar más o menos, pero pueden modificarse. La pregunta es: ¿estás dispuesto? Porque tal vez estás a gusto en esta “específica prisión” que tú mismo te has impuesto.
Tal vez te sientes más cómodo y protegido en esa “zona de confort”. No quieres soltar y volar porque sería un riesgo, incertidumbre envuelta en miedo. Sin embargo, en el juego está nuestra libertad y sólo así podemos crecer, avanzar y ser realmente felices como seres humanos.
Sin duda, nos aferramos para no sentir el dolor, miedo o tristeza que nos da desprendernos de aquello que ya fue o ya pasó en nuestras vidas. Estamos enganchados a “lo que pudo ser y no fue”, y sin quererlo seguimos atrapados en un círculo sin salida. Creamos una dependencia emocional o mental que nos ata y no nos deja vivir.
También nos podemos quedar enganchados con nuestros pensamientos, nuestras creencias fijas sin querer cambiarlas (“siempre era así”, decimos). La dependencia es como una droga que crea adicción. Cuanto más piensas, más quieres estar con esa persona o en ese lugar. Soltar significa perder algo, renunciar a algo y requiere un duelo. Soltar significa que podemos confiar en que a pesar de todo, hay nuevos aires, futuro.
Un gran maestro persa del siglo XIII, llamado Rumi, podría servirnos como fuente de inspiración y sabiduría: “Tu mano se abre y se cierra y se abre y se cierra. Si siempre fuera un puño o siempre abierta, estarías paralizado. Tu presencia más profunda está en cada pequeña contracción y expansión, los dos tan bellamente equilibrados y coordinados como alas de pájaro.
En una ocasión le preguntaron: ¿Qué es la madurez espiritual? Entre otras afirmaciones dijo: “Es cuando se deja de tratar de cambiar a los demás y nos concentramos en cambiarnos a nosotros mismos. Es cuando se aprende a “dejar ir”. Es cuando uno deja de demostrar al mundo lo inteligente que es. Es cuando dejamos de buscar la aprobación de los demás. Es cuando dejamos de compararnos con los demás. Es cuando somos capaces de distinguir entre “necesidad” y “querer” y somos capaces de dejar ir a ese querer. Y por último y lo más importante: se gana madurez espiritual cuando dejamos de anexar la “felicidad” a las cosas materiales.
Sé libre, suelta tu pasado y presente que te esclaviza, y aprópiate de tu felicidad. Tú eres el herrero de tu propio destino. ¡Ánimo!
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