Sebastián Korczak
Recuperar lo original
Todo y todos, necesitamos tiempo de cuidado. Las obras de arte, con el paso del tiempo, pierden su frescura y belleza. Puede ser el deterioro del tiempo, por cuidado inadecuado u otros motivos. Requieren reparación especial, un trabajo delicado que exige cada obra con sus características peculiares.
Dios nos creó, a cada uno, como un original sin precedentes. Somos sus obras inconclusas. “Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6).
No somos perfectos, pero somos únicos, semejantes a Él, y a la vez distintos y diferentes como personas. Somos una obra de arte especial, irrepetible, excelente, cargada de belleza única. Posiblemente con el paso del tiempo, por un cuidado inadecuado, descuido u otros motivos biográficos, nuestra frescura y belleza originales se hayan afectado. Necesitamos alguna restauración, considerando que no es la misma para todos. Cada uno sufrimos deterioros en distintas etapas de nuestra vida. Necesitamos un restaurador específico.
¿Qué da valor a una obra de arte? Según los expertos, hemos de considerar: artista, autenticidad, tema, medio, condición, tamaño, calidad, estilo, fecha, rareza y novedad. Sobre todo, su historia y lo que representa. “Gioconda”, de Leonardo da Vinci, se hizo famosa y su valor es incalculable, debido a que el lunes 21 de agosto de 1911 desapareció, a plena luz del día. Por este delito que conmocionó al mundo, esta obra tiene reconocimiento mundial.
“Guernica”, de Pablo Picasso, que se encuentra en el Museo de la Reina Sofía, tiene importancia por el dolor del pueblo de España. El dramático cuadro fue inspirado en un feroz bombardeo sufrido en la ciudad del País Vasco, el 26 de abril de 1937. Fue un encargo del Gobierno de la Segunda República Española, para ser expuesto en el pabellón español durante la Exposición Internacional de 1937 en París. Se convirtió en símbolo de dolor por el dramatismo de sus trazos, por su alegato contra las guerras, y estandarte de los movimientos pacifistas de todo el mundo.
El trabajo del restaurador requiere precisión excepcional y paciencia ejemplar. No caben las prisas si requiere una labor artística. Hay restauradores que pueden durar incluso años, como sucedió en el Museo del Prado con las obras de grandes pintores de la historia como Durero, El Bosco, Goya o Rogier Van Der Weyden.
La restauración de ese calibre no se puede dejar en manos inexpertas, como pasó con la octogenaria española Cecilia Giménez, que cada día gana fanáticos en las redes sociales por restaurar “Ecce Homo”, pintado por Elías García Martínez en el Siglo XIX, y que tenía lugar de honor en la iglesia del Santuario de Misericordia, en Zaragozana, España. El ejemplo de “pésima y burlesca” restauración de la anciana, sigue dándole la vuelta al mundo a través de la prensa internacional. El nuevo “Ecce Homo”, al que llaman “Ecce Mono” por su terrible “corrección y restauración”, le hizo famosa al pueblo de Borja, pero hizo un daño irreparable a la originalidad del fresco.
Es un hecho que cada uno de nosotros debemos de ser tratados con especial delicadeza, por lo menos como lo hicieron con la restauración de “La Sagrada Familia del pajarito”, de B. Esteban Murillo. El cuadro estaba mal conservado, había sufrido en su soporte y su cromática, el traslado de tela a tela, los repintes y los barnices alejaban lo que veíamos de la obra original. Los restauradores recuperaron la técnica de Murillo, y se muestra su paisaje, pincelada y colorido.
Nuestra historia, que es recuperación de lo original, requiere de mucha delicadeza y maestría. Hay daños que pueden tener un matiz emocional, otros con nuestro físico, lo intelectual, o afectan nuestra espiritualidad. El cuidado de cada una de estas áreas y dimensiones requiere un trabajo paciente. Hay que dedicarle tiempo.
No olvidemos que la tarea fundamental del restaurador no es dar su visión personal de la obra, ni modernizarla, ni adecuarla a sus gustos estéticos. Sería un fracaso y contaminaría el origen de la obra. Su labor consiste en recuperar la imagen original, tal y como el creador o autor la ideó y plasmó. Su labor es no interrumpir con sus vanidades, y recuperar la belleza original que, con el paso de tiempo o por otros motivos se ha perdido o desvirtuado.
Nuestra misión es conseguir la mejor versión de nosotros, desarrollar todas nuestras capacidades. Me inspiró mucho el lema de la mística del Colegio Iberoamericano de Mérida, donde colaboré por un tiempo. Se basa en: “ser feliz, hacer felices a los demás y ser una mejor versión de ti mismo”.
Su director general, Juan Arriguanga, comprendió que el ser humano es una obra de arte y requiere una continua interrelación con los demás, de su respeto y sobre todo siempre ser “original”. Es una infantil ingenuidad querer ser como otra persona, que además de ser imposible nos priva de ser nosotros mismos en su mayor esplendor.
Somos únicos, irrepetibles, maravillosos, especiales, inigualables. ¿Por qué ese empeño de querer ser como otros? ¿Por qué perder el sello personal del Artista Único que nos dejó marcados de por vida? En el juego está la originalidad, la identificación con nuestro Creador, nuestro origen. Por ende, es todo lo que necesitamos para ser felices. Es mucho mejor cultivar con delicadeza y respeto nuestra propia singularidad y originalidad, que ser copia de alguien.
En el transcurrir de nuestra vida puede haber momentos en los que necesitemos una restauración profunda, como si se tratara de usar un microscopio para la tela de un cuadro. Requerirá mayores cuidados, tendremos que contar con tres aspectos fundamentales: técnica, tiempo y paciencia. Es lo que requieren los trabajos de calidad. No nos interesan reparaciones de “tente mientras cobro”, ni chapuzas. El material que tocamos es nuestra vida, y exige tratamiento especial.
Hay una técnica y una herramienta valiosísima y altamente eficaz en cualquier restauración. Sin ella es imposible conseguir la belleza en su estado original. Se trata del amor que cura, restaura, renueva, cicatriza, consuela, libera, cauteriza.
Ten siempre en cuenta el gran poder sanador del amor. Tú vales todo lo mejor, déjate en las mejores manos del Gran Artista, de los mejores restauradores. Desde el primer instante has sido creado para ser contemplado como obra de arte no terminada. Detente y busca lo mejor de ti, y repara los detalles de la maravillosa obra que el Creador hizo en ti. Buena y renovadora Cuaresma.
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