Jorge Gustavo Sansores Jarero
El negocio de la limosna
En el país donde “todo va bien” y “estamos mejor que antes”, cada día es más común encontrar comerciantes callejeros, negocios informales que sólo venden a través de las redes sociales y más personas que ofrecen préstamos personales, y todo lo anterior tiene una razón: la economía está peor, y los gobiernos lejos de ayudar, asfixian a todos por igual.
He dicho y lo sostengo, que emprender un negocio no es malo, siempre y cuando sea por la vía legal. Es decir, con el respectivo pago de impuestos, pues de otra manera es comercio informal, genera competencia desleal y unos cuantos tributan lo que deberían pagar todos.
El Servicio de Administración Tributario (SAT) se agarra de ahí para someter a unos cuantos, no hay piso parejo, y quienes sí cumplen como contribuyentes terminan cerrando sus negocios, lo que provoca desempleo. Y entonces más informalidad.
Pero claro, a como está la situación actual, no puedo oponerme a que haya quienes vendan sus productos en la calle o en las redes sociales. Contradictoria mi postura, tal vez, pero el esfuerzo por sobrevivir lo vale, y más cuando nuestra economía nacional se ha estancado, tenemos altos índices inflacionarios y no hay fecha para que esto mejore.
Y del comercio, formal o no, pasaré a la parte que jamás veré con “buenos ojos”: la caridad. Pero no se adelante y me malinterprete, estimado lector, no me refiero a no ayudar a quienes necesiten, sino a esos que piden dinero y que casi hostigan a los ciudadanos en cada esquina, pero lo hacen por flojos.
Por ejemplo, en la esquina de la avenida Gobernadores por calle 45 del barrio de Santa Ana, diario hay un sujeto, de no más de 35 años, con una prótesis de aluminio en la pierna derecha, que se acerca a pedir dinero a los conductores que esperan el semáforo.
A ese joven le falta una pierna, pero ningún otro impedimento para trabajar. Tiene manos, puede caminar, habla, en fin. Según él no le dan chamba porque está lisiado, pero ¿cómo lo sabe? Si pide dinero en esa esquina —también en el paso peatonal de la UAC— a diario, desde las 10 de la mañana, aproximadamente, y hasta las tres o cuatro de la tarde. ¿A qué hora busca chamba?
Precisamente el paso peatonal de la Universidad Autónoma de Campeche (UAC), en la avenida Agustín Melgar, también se ha convertido en sitio de mendigos. Ahí opera otro sujeto, que tiene el pie derecho supuestamente muy hinchado, y que en ocasiones lleva colgada una bolsa de diálisis llena de supuesto orín.
Este otro pedinche, al cuestionarle por qué no busca trabajo, de plano huye a paso veloz, incluso olvida el dolor en el pie que le causa su enfermedad. Se esconde entre los automóviles, espera unos minutos y vuelve a aparecer para pedir. Y nunca falta un alma noble que le ayude. Por cierto, este sujeto antes ocupaba la esquina de la calle 45 con Gobernadores. ¿Coincidencia?
En el semáforo del Hospital General de Zona No. 1 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en el centro, hay una pareja de jóvenes que limpian vidrios de vehículos. Ella, de unos 22 años; él, con cerca de 30. Ambos bien sincronizados para atender a los automovilistas, y sin discapacidad a la vista.
Hace unos días, el fulano recibió una oferta desde un vehículo, según me contaron un amigo y su esposa que lo escucharon. “Te doy mil varos y me prestas a tu chava”, le dijeron. El tipo sonrió, asintió y expresó: “Lo que diga ella”. Eso aquí y en Júpiter es prostitución, quizá trata de blancas. Y claro, habría que checar la edad de la joven, pues una cosa es el cálculo visual y otra la realidad.
No estoy en contra de ayudar, de apoyar a quienes necesitan, pero jamás estaré de acuerdo en regalarle dinero a quienes mienten, engañan, fingen, inventan una enfermedad o simplemente buscan sacar dinero fácil para no trabajar.
Y no cuestiono lo que hacen con lo poco o mucho que reciben al día, porque ese es otro tema. Dice un amigo que son cuatro pesos por carro, en promedio, y que en cinco horas pueden recibir dinero de al menos 90 conductores. Esto nos da unos 360 pesos al día, que son más de dos salarios mínimos. Y hay gente que cobra si acaso uno, con jornadas diarias de ocho horas, incluso sábados.
La ayuda debemos darla a quienes aportaron algo en su vida. Ahí están los asilos, en donde viven personas de la tercera edad que necesitan pañales, alimentos, cuidados y sobre todo atención. Mínimo compañía y ser escuchados.
Hay albergues infantiles que con trabajo tienen para darles de comer a los niños. Necesitan ropa, calzado, productos de limpieza personal, medicamentos, enseres diversos, y aceptan lo que a muchos no nos sirve.
Hay decenas de familias que trabajan a diario, que sudan y sufren en sus labores, que no conocen un restaurante, menos el cine o la plaza comercial. Padres, madres e hijos que cuando comparten alimentos comprados en un puesto o fonda, para ellos es como estar en restaurantes del malecón o del Centro Histórico.
“Es porque no terminaron de estudiar”. “Están así porque quieren”. “Pudieran vivir mejor, pero tuvieron a sus hijos desde muy jóvenes”. “No los ayudes porque no te los vas a quitar de encima”, son algunas de las frases que escucho a menudo. La diferencia es que esta gente trabaja, sabe lo que cuesta ganarse el dinero, por ende agradecen más lo que reciben.
A diferencia de quienes piden dinero en los semáforos, pasos peatonales, las esquinas, la Alameda, el mercado u otras partes de la ciudad, quienes viven en el asilo no buscan provocar lástima para que los ayudes, simplemente ahí están a la espera de que alguien les brinde apoyo.
Tampoco los niños de los albergues salen a pedir, si acaso en diciembre los llevan a cantar “La rama” y esa es su enorme diversión. Las familias que tienen varios hijos, trabajan y no piden nada. Y hay pepenadores que sacan de la basura lo que a ellos les sirve para vender y ganarse unos pesos. Por cierto, realizan el trabajo de reciclaje que no hacemos muchos ciudadanos.
Entonces, hay que ayudar a quienes se ayudan, no quienes piden porque no se quieren ayudar. Hay que ofrecerles apoyo a las personas que intentan salir adelante por sus propios medios, no a costa de estirar la mano, de mentir y sacar dos salarios mínimos de forma fácil, sólo porque ya encontraron la forma más cómoda de meterse dinero en la bolsa. No se deje engañar.
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